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En el coche ninguno de los dos habló. Afortunadamente, el trayecto no duró mucho; las termas romanas de Bath estaban sólo a diez minutos y, una vez allí, la logística de buscar aparcamiento, comprar las entradas y recoger la guía los tuvo ocupados. Tras pasar la puerta principal, ______ se quedó paralizada. Había leído mucho sobre las termas romanas y estaba harta de ver las reposiciones de Yo, Claudio por televisión, pero el impacto de estar delante de aquellas magníficas ruinas fue muy grande. Como no se movía, Luke le colocó una mano sobre el hombro para empujarla, pero tras lograr que reaccionara, decidió dejar la mano allí. A ______ no parecía importarle, y a él le gustaba caminar con ella tan pegada a su cuerpo.

—Es precioso —balbuceó ella mirando el claustro principal, con la piscina llena de agua. Tan pronto como los dedos de Luke empezaron a acariciar descuidadamente su hombro y, casi sin querer, la parte exterior de su clavícula, sintió cómo se le hacía un nudo en el estómago—. ¿Te das cuenta?, parecen vivas.

—¿Vivas? —preguntó Luke notando cómo una especie de calor le subía por los dedos de la mano hacia el cuello y le anidaba en el pecho. Era como si el muro que había construido en su interior empezara a agrietarse.

—Sí, vivas, las piedras, las columnas, parecen vivas; como si quisieran contarnos algo. Como si fuera importante que siguieran aquí para hablarnos, para escucharnos, como si, no sé. Como si todo tuviera algún sentido. ¿Lo entiendes?

—No, ____*, no lo entiendo, pero no importa.

Luke no apartó la mano, y caminando uno al lado del otro empezaron la visita. Pasaron por los baños secundarios, por el baño del rey, tiraron monedas en la piscina circular y acabaron la visita en la tienda de souvenirs.

—¿Sabes que Bath se llamaba Aquae Sulis en la época de los romanos?

Luke rompió así el silencio que se había instalado entre ellos desde hacía rato. No lo hizo porque fuera un silencio incómodo, sino todo lo contrario, y como eso lo aterrorizaba, intentó volver a la situación inicial. Empezó a contarle la historia romana de Bath y fue apartando la mano despacio. ______ lo escuchó con atención, pero no porque le interesara enormemente lo que estaba diciendo, sino porque intentaba entender cómo hacía ese hombre para alterarla de ese modo. Habían pasado dos horas mágicas. ______ había recorrido casi la mitad de las ruinas con el brazo de él sobre su hombro; y recordaba lo bastante de los hombres como para reconocer cuándo uno se sentía atraído por ella. Y ahora, allí estaba él, contándole la historia de Bath como si fuera un presentador de National Geographic.

—¿Qué te ha parecido? ¿Te ha gustado la visita? —preguntó Luke al final de su clase magistral.

—Sí, mucho. —Aunque lo que más le había gustado a ______ había sido que, durante un rato, Luke había sonreído, recordándole al chico de todos aquellos veranos—. Me gustaría comprarme una postal, ya sabes, no dejo de ser una turista. ¿Te importaría? —______ le sonrió.

—No, sólo que no tenemos mucho tiempo. Compra la que quieras y luego iremos a recoger a Nana para salir a cenar. ¿Te apetece eso o prefieres quedarte en casa?

—No, no. Lo de la cena suena genial. Así podré sonsacar a tu abuela sobre tus aventuras de adolescente. Seguro que fuiste tan malo como Ashton —dijo ella sonriéndole de nuevo.

Su sonrisa era fulminante. Cada vez que Luke la veía, tenía ganas de besarla, y como esa opción estaba descartada, optó por ser seco. Así aprendería a no utilizarla con él.

—Te espero en el coche —le espetó, y salió del museo dejando a ______ aún más estupefacta que antes.

Escogió dos postales, una del baño principal, con las columnas rodeando el agua a la luz del atardecer, y otra que era una reproducción de la antigua ciudad romana en la que en un mosaico se podía leer «Aquae Sulis», y se dirigió hacia el coche, que ya estaba en marcha.

Llevaban sólo un par de minutos circulando cuando ______ se durmió. Había sido un día largo, y la noche anterior tampoco había dormido mucho; demasiadas emociones. Al verla dormida, Luke se relajó; ya no sabía cómo actuar. A lo largo del día había pasado por diferentes fases, seguro que parecía un lunático. Había momentos en que pensaba que podía tratarla como a una hermana, pero cuando su vista se desviaba hacia sus labios, se le aceleraba el pulso y se moría de ganas de hacer algo al respecto. Luego se acordaba de cómo había mirado esa foto de él con Nana, y pensaba que eso era imposible. Una mujer como ______ se merecía algo mejor. Por no hablar de lo que le haría Ashton si le hacía daño a su hermana. El peor momento del día había sido, sin duda alguna, cuando su abuela le había dicho que ella era «ella». Maldita Nana. Se había olvidado de que su abuela tenía una memoria de elefante, y de que hacía años, en un momento de locura, le había contado la fascinación que sentía por la hermana de su mejor amigo. Sin duda, la CIA podría aprender de las técnicas de interrogatorio de Nana. Por suerte, esa fascinación infantil ya no existía, y ______ nunca se había dado cuenta de nada. Ahora, lo único que pasaba era que estaba cansado, tenía demasiado trabajo y necesitaba dormir.

Luke, ______ y Nana fueron a cenar a un bullicioso restaurante situado en un edificio antiguo del casco histórico de la ciudad. La cena fue muy agradable, Nana le contó a ______ un par de travesuras que Luke había cometido de niño y logró que Luke se relajara y se sonrojara. A cambio, ______ le contó las trastadas que él y su hermano mayor habían hecho durante los veranos que pasaron juntos en España. Luke se sonrojó aún más, pero en un par de ocasiones se rió a carcajadas.

—Hacía tiempo que no te veía tan contento —señaló Nana.

—No exageres —respondió él un poco a la defensiva.

—No exagero. Ya no me acordaba de que cuando sonríes se te marcan hoyuelos. —Su abuela le acarició cariñosa la mejilla.

—Yo nunca podría olvidarlo. —Al darse cuenta de que lo había dicho en voz alta, ______ se puso un poco nerviosa.

—¿Te ha gustado la visita a las termas? —le preguntó Nana a ______ guiñándole el ojo y fingiendo no haber oído ese último comentario.

—Sí, mucho —contestó ella sin mirar a Luke, que parecía un poco confuso—. Es impresionante que los romanos levantaran todo eso hace tantos siglos. Seguro que las construcciones de hoy en día no aguantarían lo que han resistido esas piedras.

—Seguro que no —comentó Luke, que ya se había recuperado.

—Bueno, niños, deberíamos pedir la cuenta e irnos a casa. Yo ya no tengo edad para estos trotes.

Luke hizo un gesto al camarero y, antes de que ninguna de las dos pudiera rechistar, pagó la cuenta. Fueron paseando hasta casa de Nana. La noche era muy cálida para ser sólo principios de primavera, y habían decidido ir a pie hasta el restaurante.

—Luke, no sé si te lo había comentado, pero estoy repintando la habitación que da al jardín, así que ______ y tú tendréis que compartir tu habitación.

—¿Qué? —preguntaron al unísono los dos afectados.

—No te preocupes, tu habitación tiene dos camas, y supongo que no os molestará; al fin y al cabo sois casi hermanos —añadió Nana con picardía. Estaba convencida de que si no le daba un empujoncito, su nieto nunca acabaría de decidirse.

—No, en absoluto —contestó ______ sin levantar la vista del suelo—. Pero yo puedo dormir en cualquier lado, incluso en el sofá.

—No digas tonterías —la riñó Luke—. Si alguien tiene que dormir en el sofá seré yo. Tú pareces cansada, y necesitas dormir.

—No voy a permitir que duermas en el sofá. ¡Tú mides casi dos metros, y ese sofá apenas tendrá un metro y medio! —______ levantó la vista, pero no miró a Luke.

—No mido dos metros y si digo que voy a dormir en el sofá, es que voy a dormir en el sofá. —Luke se detuvo en medio de la calle.

—Niños, niños. —Nana intentó disimular la sonrisa que dibujaban sus labios—. No discutáis. Los dos podéis dormir en una cama. Lo único que tenéis que compartir es la habitación, nada más. Ni que eso os obligara a contraer matrimonio.

—Tienes razón, Nana. Discúlpame, ______. —Luke se pasó la mano por el pelo—. Supongo que yo también estoy cansado.

—No, perdóname tú —dijo ______ avergonzada—. Supongo que he leído demasiados libros románticos de época —añadió, en un intento de aligerar la situación.

Nana sonrió e intervino de nuevo:

—Bueno, como ya está solucionado, no veo ningún inconveniente para que no continuemos. Tengo ganas de acostarme; yo, a mi edad, necesito mis horas de sueño.

Dicho eso, los tres echaron a andar y, pasados pocos minutos, llegaron a casa. Nana les dio las buenas noches y se fue a su habitación. ______ y Luke se quedaron solos, mirándose el uno al otro sin saber qué decir. Al final, fue Luke quien rompió el silencio:

—Ponte el pijama y acuéstate, yo aún no tengo sueño. —Pero el bostezo que no pudo controlar lo traicionó—. Me quedaré aquí, leyendo un rato.

—No seas terco —dijo ______—. Me pongo el pijama en el baño y los dos nos acostamos. Vamos, te prometo que tu virtud no corre ningún peligro conmigo.

Le sonrió y se dirigió a la habitación para coger sus cosas y cambiarse.

—Pero la tuya sí corre peligro conmigo —susurró Luke para sí mismo, y no pudo evitar preguntarse qué le estaba pasando. A él no solían gustarle las chicas dulces, con sonrisas que hacen que tiemblen las piernas y ojos negros capaces de engullirlo a uno. Luke hizo un esfuerzo por recordar que ______ era la hermana de su mejor amigo, y que Ashton era cinturón negro de un montón de artes marciales. Con ______ no se jugaba.

Finalizado su auto sermón, se frotó la cara con las manos y se dirigió al dormitorio.

Nadie como tu. {Luke Hemmings}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora