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—¡______! —Amanda estaba arrodillada a su lado, junto con un montón de gente. Entre ellos estaba el motorista, que se había quedado pálido del susto y no dejaba de disculparse—. No te muevas.

—¿Qué ha pasado? —preguntó ella aturdida. Estaba tumbada en el suelo, en mitad de la calle. Le dolía la espalda, la cabeza y no podía mover la mano derecha.

—Has cruzado en rojo y sin mirar —respondió Amanda angustiada—; el motorista no ha tenido tiempo de frenar. Por suerte, ha logrado esquivarte en el último momento, pero te ha tirado al suelo. ¿Cómo te encuentras?

—Creo que me he roto la mano derecha —contestó ______—. Y me duelen mucho la cabeza y la espalda.

—Tranquila. Ya viene la ambulancia, y Jack ha salido corriendo a buscar a Luke. —Amanda le cogía la otra mano—. No te preocupes. Suerte que no era un coche, o una moto más grande, no sé qué habría pasado entonces.

______ cerró los ojos. Ella tampoco lo sabía, y no quería ni imaginárselo. Estaba allí, muerta de miedo, tumbada en medio de una calle de Londres, y en lo único en lo que podía pensar era en que tenía que decirle a Luke que lo quería.

La ambulancia no tardó en llegar y Amanda subió con ella para acompañarla al hospital. ______ tuvo una extraña sensación de dejà vu; era la segunda vez en menos de un año que iba al hospital. A ver si esta vez tenía más suerte con la enfermera.

Luke estaba en su despacho, repasando por enésima vez el artículo que había escrito sobre las mafias asiáticas. Sabía que en principio no se iba a publicar, sólo lo había escrito para tener cubiertas las espaldas en caso de que volvieran a robarles material. Pero tenía que estar perfecto. En ese momento entró Clive.

—Vaya, Luke, veo que estás trabajando —comentó sarcástico.

—Sí, es una lástima que yo no pueda decir lo mismo de ti —respondió Luke sin apartar la vista de la pantalla.

Clive se rió.

—Siempre me ha gustado tu flema británica, y me encantaría discutir contigo, pero estoy buscando a Amanda. ¿Se puede saber dónde se ha metido? El día que yo me encargue de todo esto, se acabarán los almuerzos de más de una hora.

Luke ya no escuchó el último comentario. Era muy raro que Amanda se retrasara, ella nunca era impuntual, y menos aún sabiendo que la víbora de Clive estaba en la oficina. Descolgó el teléfono y marcó la extensión de ______. Nada, tampoco contestó. Aquello no le gustaba nada; seguro que había pasado algo. Iba a llamar a Jack cuando éste entró corriendo en su despacho.

—¡Luke! —Jack apartó a Clive de la puerta—. No te asustes, pero ______ ha tenido un accidente.

Al oír la palabra accidente y ______ en la misma frase, Luke sintió cómo le daba un vuelco el corazón, y se levantó de golpe para ponerse la americana.

—¿Qué ha pasado? —preguntó nervioso, sin importarle que Clive presenciara toda la escena—. ¿Dónde está?

—Se la han llevado al hospital del centro —respondió Jack, y al ver que Luke palidecía y empezaba a temblar, añadió—: La ha atropellado una moto. Tranquilo, no es muy grave, creo que sólo se ha roto una mano, y Amanda está con ella.

—Tengo que verla. —Luke sabía que no se tranquilizaría hasta que viera con sus propios ojos que ______ estaba bien. Salió disparado de su despacho sin despedirse y sin apagar el ordenador.

Jack salió tras él y lo acompañó hasta la calle.

—Luke, tienes que calmarte —le sugirió Jack—. Te juro que no es nada grave.

—Ya me calmaré cuando la vea —respondió el otro ignorando su sugerencia—. ¿Te importa vigilar esto hasta que Amanda regrese?

—Claro que no. Vete tranquilo.

Luke subió a un taxi, y le dijo al conductor que si llegaba al hospital en menos de cinco minutos le pagaría el doble de lo que marcara el taxímetro.

Mientras Luke y Jack se despedían, Clive se quedó solo en el despacho de Luke.

—Luke, no puedo creer que me lo pongas tan fácil —dijo Clive para sí mismo mirando la pantalla del ordenador en la que aún estaba el artículo—. Así no tiene tanta emoción.

Clive hizo una copia con el pen que llevaba en el bolsillo, e incluso tuvo tiempo de mandar el artículo a su e-mail personal antes de que Jack regresara.

Llevaba años buscando el modo de vengarse de Luke, del maravilloso Luke Hemmings y de todos sus principios. Cuando se conocieron en la universidad se hicieron amigos, no íntimos pero sí amigos. Luego, con el paso del tiempo se distanciaron. Clive estudiaba periodismo por tradición familiar y porque así tenía el futuro asegurado, pero estaba más interesado en las fiestas que en aprender nada, mientras que Luke sólo iba a clase y a la biblioteca. Siempre que coincidían, Clive tenía la sensación de que Luke quería humillarlo, y la verdad era que Luke había dejado claro que despreciaba el tipo de vida que él llevaba. El santo de Luke Hemmings. El día que Clive coincidió con Rupert Hemmings en una fiesta organizada por una de las revistas de su familia y vio lo borracho que estaba, creyó que Dios le estaba haciendo un regalo. No pudo resistirse a tomar unas fotos del hombre en ese pésimo estado, e incluso charló un rato con él sobre las miserias de su ex esposa. Fue genial. Al fin tenía algo que utilizar contra Luke, pero decidió guardarse esas fotos para un momento apoteósico; no tenía ningún mérito destrozar la reputación de un borracho, y su hijo aún no era lo bastante importante como para interesarle a nadie.

Cinco años atrás, Luke descubrió que Clive había estado robando dinero de una de las revistas del grupo de la familia Abbot, y cuando fue a ver a Clive para decirle que iba a contárselo todo a Sam, las fotos fueron lo único que lo salvaron. Por otra parte, contemplar la cara de Luke al verlas no tuvo precio. Fue uno de los mejores momentos de su vida. Se le desencajó la mandíbula y le brillaron los ojos. Había sido casi como tener un orgasmo. Entonces, Clive le propuso un trato a Luke, su silencio a cambio de no publicar nunca las fotografías. Primero, Luke se negó a aceptar, quería los negativos, pero Clive le dijo que no, que eran su seguro para saber que él nunca contaría nada. Al final Luke aceptó; su padre había muerto, y su reputación, aunque bastante dañada, se había recuperado un poco. Además él mismo no podría soportar volver a revivir todos aquellos comentarios sobre «el problema» de su padre con el alcohol. Así que, tras una acalorada discusión en una fiesta, ambos se pusieron de acuerdo.

Pero lo malo era que a Clive eso no le bastaba. Odiaba que su tío Sam defendiera siempre a Luke, y no podía soportar que todo el mundo lo halagara como periodista y como editor, mientras que a él nadie se lo tomaba jamás en serio. Por suerte, unos meses atrás se le ocurrió una idea genial; el mejor modo de hundir a Luke era cerrar The Whiteboard. El robo de los artículos fue más fácil de lo que él pensaba. La revista era una casa de locos, y todo el mundo tenía mucha confianza en los demás, por lo que hacerse con los archivos fue como robarle un caramelo a un niño de dos años. Y como en The Scope trabajaba una editora con la que él había tenido una relación, no le fue difícil convencerla a cambio del incentivo adecuado. Su plan empezaba a ir bien cuando, para variar, san Luke acudió al rescate con unos artículos alternativos que empezaban a llamar la atención de la crítica. Hacerse con esos artículos estaba siendo muy difícil, nadie sabía de dónde salían, pero ahora el mismísimo Luke se lo había servido en bandeja de plata. Sí, Dios debía de tener un extraño sentido del humor.

Nadie como tu. {Luke Hemmings}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora