Capítulo IX

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El ojiazul miró por última vez la puerta, antes de que el rizado se interpusiera en ella.

El portal de madera maciza y oscura quedó obstruido por un seguro chirriante y breve, y la respiración del más pequeño se volvió errática. En cada inhalación no sentía más que el deseo carnal del alfa de tomar la carne vulnerable, débil; asustada. Sus fosas nasales se llenaban de ese olor vehemente y brusco; duro. Se mareaba ante el más mínimo movimiento apegado a la silla como dentro de una jaula, acunándose en un rincón para librar la peligrosa criatura que enseñaba sus dientes hambrientos, gruñéndole desde fuera.

La fornida figura lo observaba con una media sonrisa, devorándolo de arriba abajo sin el más mínimo pudor. Remojaba sus labios con lentitud al clavarse en sus acentuadas piernas, y sus ojos negros analizaban con malas intenciones su dulce rostro pálido del miedo.

Louis temblaba.

Los visibles espasmos de su torso le ensanchaban la sonrisa al alfa, quién disfrutaba de su vulnerabilidad, de su temor. Adoraba verlo como una presa fácil, indefensa, sin la más mínima posibilidad de defenderse, de librarse de sus carnívoros instintos eróticos.

Deseaba tomar entre sus grandes manos esa dermis suave y temerosa, y tentar esa carne como una fruta madura en su punto de dulzor. Desnudar ese cuerpo, deleitándose con sus formas voluminosas y el rebote de ellas siendo liberadas de las prendas ajustadas. Acariciar ese rostro fino, precioso y delicado, delineando sus rasgos con su lengua y descender hasta su cuello, olfateando con necesidad la curva entre su hombro y morderle con voracidad, saboreando la sangre y los gemidos de dolor.

Estaba cayendo en picada a un abismo que lo consumía con la excitación y el disfrute de poseer a ese pequeño omega, beber de su fuente de dulces líquidos y enterrarse en ese pequeño agujero rosa, dilatándose y contrayéndose para él.

La prominente erección que se marcaba en sus pantalones de vestir exteriorizaban sus sucios deseos. Podía sentirla palpitando, con las venas marcadas y el glande rojo. Su esencia natural se hacía más densa con el pasar de los minutos y gozaba de la influencia que el aroma hacía en el castaño, originando unos jadeos trémulos y asustados, y unos ojitos cerrados con lágrimas cayendo.

Harry se encaminó al menor que permanecía en un ovillo, y lo observó desde arriba con la sonrisa cínica y los ojos sin vergüenza.

—N-no me haga daño —Rogó el más pequeño, mirándolo entre lágrimas oculto en sus brazos—. P-por f-avor...

—Ay omega —Le acarició el pelo con suavidad, haciendo que el omega se relajara un poco. Sin embargo, de pronto tomó un puño y lo apretó, jalándolo hacia atrás haciendo que el cuello de Louis quedara expuesto, provocándole un jadeo temeroso—. Tú no me dices que hacer.

Se inclinó a su piel olisqueándolo como todo un canino y gruñendo cerca de su fuente de aroma, que emanaba una esencia profunda de miedo y nerviosismo. Sus feromonas indefensas volvieron loco al alfa, que clavó sus labios en su cuello y succionó con fuerza, al mismo tiempo que acariciaba los pezones rosas que se ponían duros bajo sus yemas.

—Sabes exquisito, omega —Hizo un sonido de deleite, bajando una mano hasta su espalda y otra a su trasero.

Louis ahogó un grito. Lo tomó de improviso, cargándolo con facilidad y extendiéndolo en el mueble de madera. El menor escuchó como los papeles se arrugaron bajo su peso, al igual que otros utensilios caían al suelo.

Sus instintos estaban al borde.

Nunca se había sentido tan indefenso, tan vulnerable. Su respiración entrecortada y el corazón latiéndole con fuerza bajo el pecho le recordaban el terror que sentía por la situación.

El urólogo || L.S. (Omegaverse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora