Capítulo XXI

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Welcome to the final chapter

Cuando Louis y Harry llegaron al día siguiente, encontraron a Jay colocando los platos en la mesa silbando una canción que ambos desconocían. La omega movía su cabeza al ritmo de la melodía y, cuando se volteó al escuchar la puerta para darles los buenos días, quedó paralizada.

Lo siguiente que supieron fue que cayó al suelo, viéndose afectada por la impactante noticia de que, bueno, su único hijo tenía una gran mordida asomándose por encima de una playera que no era suya.

Harry corrió a arrodillarse a su lado y le pidió al ojiazul que le trajera alcohol. El menor obedeció al instante, asustado de que quizá no hubiera sido una buena elección regresar de ese modo: oliendo a su alfa y con una sonrisita tímida de "por favor no te enfades demasiado".

El alfa, por otra parte, se apresuró a acercar el recipiente a las fosas nasales de Johannah, pensando si sería conveniente despertarla de su desmayo en ese instante o dejarla otros minutos, o tal vez unos días... o para siempre. Dejarla el tiempo suficiente para que pudiera empacar maletas, meter a Louis dentro e irse lejos de la gran sarta de regaños que seguramente la omega les daría.

El aguantaría cualquier maldición con tal de que no le prohibiera a Louis. Con tal de que no se interpusiera en el irremediable amor y conexión que había entre ellos.

Apenas en la mañana, se despertó con el aroma del omega envolviéndolo, respirándole en el cuello abrazado a su torso. Y la mordida era lo mejor del mundo. No solo podía sentirlo físicamente, sino también era conocedor de la calma que lo llenaba por dentro, que lo mantenía cálido y seguro por el hecho de estar entre los brazos de su alfa.

Entre sueños, le había besado la frente incontables veces, murmurándole al cuerpo placido que era todo lo que alguna vez deseó. Que se sentía malditamente afortunado de tenerlo porque, entre tantas personas, Louis había puesto sus ojos en él incluso después de lo sucedido. Era maravillosa la cantidad de amor que su pequeño generaba para él.

Se descubrió a sí mismo viéndose la noche anterior, con su alfa empujándose más cerca de su omega, queriendo fusionarse con su anatomía incluso si ya lo estaban en alma. Ya llevaba mucho tiempo tratando de volver a los sentidos a Jay, y no sabía que le asustaba más: el hecho de que despertara o que no lo hiciera.

Sin embargo, en una bruma incierta de tiempo donde Louis se mantenía inquieto por el estado de salud de su madre, despertó.

Abrió los ojos como platos y empujó a Harry lejos de ella, sentándose de golpe mientras tomaba a Louis de la nuca y revisaba la mordida, como si no pudiera creer que realmente estaba pasando. Que realmente su niño ya no era su niño. Era niño de su alfa. Era niño de Harry.

El castaño cerró los ojos con fuerza, temeroso a las acciones que su madre pudiera tomar respecto al tema. No obstante, cuando escuchó un simple suspiro de rendición, fue que abrió los ojos.

Jay lo observaba atentamente, y no podía describir muy bien lo que sus ojos decían. Pero de algo estaba seguro, y era extraño que lo estuviera porque no parecía una reacción que Johannah Deakin tomaría: no había decepción en sus ojos.

Podía notar la tristeza, la nostalgia, incluso quizá el coraje pero... no decepción.

Al final, Jay le sonrió amortiguadamente y se le inundaron los ojos, jalando a Louis hacía su regazo y abrazándolo como si fuera un bebé. Era su bebé.

—Dime que así lo querías —Le murmuró con la voz firme, pero que al final que debilitaba por el llanto—. Dime que lo sientes correcto.

—Lo siento correcto, mamá —Le respondió, con la voz en un hilito—. L-lo siento, debes odiarme.

El urólogo || L.S. (Omegaverse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora