Bonus 3: Celos.

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Harry sabía que estaba enfermo; que era un alfa egoísta, celoso y territorial.

Sabía que lo que sentía no estaba bien, para nada. Sabía que no era normal que ese sentimiento de molestia y desagrado se instalaran en él últimamente. No era normal sentirse de ese modo cuando se trataba de su bebé, su pequeño Abel, siendo alimentado por su madre.

Pero ahí estaba, consciente de sus celos enfermizos al observar a Louis amantando a su hijo en la cama.

Seguía repitiéndose mentalmente que no era sano sentirse tan territorial y posesivo con su esposo, al punto de ni siquiera soportar el hecho de su hijo estuviera cerca de él, y mucho menos mamando sus pechos como si no pudiera tener suficiente de Louis.

Amaba a Abel, eso era un hecho irrefutable. Jamás podría odiar a su hijo, mucho menos cuando lo deseo tanto desde muchísimo antes de que Louis quedara embarazado. Su alfa interno lo añoró tanto que cuando lo tuvo por primera vez entre sus brazos, fue como si hubiera cambiado completamente a ser un alfa más maduro, protector y, sobre todo, paternal. La experiencia de tener a su cachorro era maravillosa, era como si otra parte de su corazón se hubiera llenado.

Amaba tanto a su pequeño bebé, a como amaba tanto a Louis. Estaba seguro de que, si se lo pidieran, haría cualquier cosa por ellos. Cualquier cosa.

Eran los dos soles de su vida, los dos motores para esforzarse y ser mejor persona día a día. Los amaba, los amaba con todo su corazón.

Por eso no entendía por qué su alfa gruñía por dentro, con el rumor de exhibir su desagrado mostrando los dientes al omega de su vida. No comprendía esas ganas inusuales de poner a Abel en la cama y sacar a Louis de ahí, dándole a entender que solo es suyo y que no comparte. Solo suyo, suyo. De nadie más.

Dios, el deseo era tan grande, tan tentador y enfermo que ni siquiera se dio cuenta del estado en el que estaba. Olía fuerte y masculino, territorial. Sumamente territorial. Sus feromonas se estaban extendiendo de manera completa, inundando la habitación con su aroma pronunciado. Mientras tanto, su mirada pesada y penetrante observaba a su pobre omega, que lo veía con preocupación desde donde mantenía a su cachorro en su pecho.

—¿Hazz? —Murmuró el ojiazul—. Mi amor, ¿estás bien?

—¿Ya se durmió? —Le preguntó en tono serio, demandante. Louis tembló un poco.

—Sí, bebé ya duerme. —Miró a Abel entre sus brazos, con sus labios fruncidos aun sobre su pecho, succionando con sus ojitos cerrados.

—Acuéstalo y sal por favor. —Le pidió, antes de levantarse de donde estaba y salir de la habitación.

El omega frunció el ceño confundido, pero igual obedeció. Se levantó de la cama con Abel enrollado en una pequeña mantita y lo depositó con cuidado en su cuna, la cual estaba en el extremo contrario donde el alfa estaba sentado anteriormente. Le dejó un beso en la frente y lo arropó con otra colchita, saliendo de la habitación después.

Su alfa estaba sentado en el sofá; las piernas abiertas y el cuello recostado en el respaldo. Tenía los ojos cerrados y podía ver perfectamente su perfil, con su nariz recta apuntando al techo y la mandíbula afilada definiéndose bajo la suave luz de la sala de estar.

Se acercó a él, tomando asiento a su lado.

—¿Harry? —Le tocó la mejilla, notando que estaba caliente—. Mi vida, estás hirviendo.

Se incorporó entonces, mirándolo a través de unas pupilas adueñándose de todo su iris verde.

—¿Por qué estas disgustado? —Le preguntó, sintiendo en sus fosas nasales el olor de sus feromonas—. ¿Te he hecho enojar? ¿Hice algo malo?

El urólogo || L.S. (Omegaverse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora