Epílogo 1/2

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4 años después


Decir que Louis estaba nervioso era poco.

La sensación que sentía era parecida a la de cinco años atrás, cuando apenas tenía 17 años y estaba esperando junto a su alfa en aquella clínica a que Sandra les entregara los resultados de la prueba de embarazo.

La diferencia era que ahora estaba solo; sentado en el inodoro del baño de la universidad, esperando ansioso la respuesta de la prueba casera de embarazo entre sus manos temblorosas.

El corazón le latía con vigor, provocándole una especie de nauseas por la impaciencia. Las arcadas falsas morían en su garganta cerrada mientras se mordía los labios en busca de un entretenimiento para sobrellevar una de las esperas más interminables de su vida. La yema de sus dedos se aplanaba contra el artefacto que aún no marcaba ningún resultado.

Suspiró.

Llegó a su mente ese mismo día, cuando después del nacimiento de Jamie, el primer hijo de Sandra y Katy, llegaron al departamento que ahora les pertenecía a los dos.

Recordó el montón de nervios que se sentía en el aire; la tensión por lo inesperado y el gran sabor de la incertidumbre en la punta de la lengua.

Su memoria proyectó en sentimientos y colores ese momento donde ambos supieron la noticia: no iban a ser padres.

Entonces, su mente vagó rápidamente a la imagen del rostro de su Harry, de su lindo y esperanzado alfa por tener un bebé que decayó como un fruto inclinándose sobre una rama delgada y quebradiza. Memorizó los rasgos de su rostro opacándose un poco y la desilusión abandonando el bonito verde oliva de sus ojos.

Y entonces, a pesar de estar conmocionado por el alivio que lo inundó, se prometió una cosa: le daría a Harry un bebé.

A partir de ese día, meditó mucho sobre esa promesa.

Él definitivamente quería ser madre y más con una persona como Harry siendo padre de sus hijos. La idea de verse a ambos criando a sus cachorros era magnifica y hacía que su corazón se expandiera en un sinfín de emociones inefables.

Por las noches, planificaba su futuro al mismo tiempo que se detenía a pensar cuando sería el momento ideal para tener bebés. Rápidamente se decía que terminando la carrera. O tal vez trabajar un tiempo y después enfocarse en quedar preñado.

Y así había quedado su planeación, pero, como siempre, de alguna forma, lo que terminamos planeando varia un poco... o mucho.

Cuando comenzó a vivir con Harry, que fue un mes después de que terminara la preparatoria, se dio cuenta de que tal vez se podrían adelantar sus planes porque, vamos, vivir con tu alfa a solas con una habitación a metros de ellos no era esencial para la abstinencia, además de que el rizado se encargaba de comprar sus supresores siempre que se los pedía.

Y como si su vida sexual no fuera lo suficiente tentadora para procrear, Harry era simple y sencillamente maravilloso. Literalmente no paraba de atenderlo ni de hacerlo sentir a gusto y bonito todo el tiempo. Lo escuchaba, lo apoyaba y le aconsejaba hasta donde podía. A pesar de haber empezado a vivir juntos, su lado caballeroso y detallista jamás paró.

Y seguía sin parar.

El ojiverde seguía comportándose igual de lindo que al principio, y jamás paraba de conquistarlo. Le hacía el amor casi todos los días —cuando no estaba cansado por el trabajo ni él demasiado consumido por la universidad—, y le susurraba cosas que llegaban a ser tan dulces y a veces tan calientes.

Pero, definitivamente, su parte favorita era cuando al terminar el nudo, Harry se arrastraba hacia abajo a la altura de su pancita y, con un beso lento y perezoso, terminaba por murmurarle con amor las palabras que hacían que sus orbes se inundaran de agua: "algún día va a haber un bebé aquí".

El urólogo || L.S. (Omegaverse)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora