Tea miraba pensativa el pasillo de la escuela mientras esperaba a Yugi, recordaba la última vez que había hablado con Atem antes de que él se volviera abiertamente Yami.
Era el primer día de clases después de las vacaciones de verano. Tea esperaba que llegara Atem para entregarle un regalo que había conseguido durante las vacaciones; en una exposición del antiguo Egipto que había en el museo, en la tienda de suvenires tenían placas para poner un nombre en jeroglíficos antiguos. Ella había conseguido grabar el nombre de Atem, y de hecho, había sorprendido mucho a la chica que atendía cuando pidió el nombre, lo primero que le dijo fue que aquel era el nombre digno de un faraón antiguo.
Sin embargo, cuando Atem llegó a la escuela, con la chaqueta sobre los hombros como si fuera una capa, con la mirada sombría y con pasos firmes y poderosos, Tea supo que algo no andaba del todo bien.
Encaró al faraón y depositó la cajita en sus manos cuando él la miró, él la guardó en su bolsillo trasero y miró en los ojos de Tea a sabiendas de que ese regalo sólo podía estar acompañado de una confesión. Si así era, todo se iba al carajo, peor de lo que habría sido si ella simplemente lo hubiese visto como un amigo. Simplemente deseó que si sus suposiciones eran ciertas, ella guardara para sí su confesión y supiera seguir adelante. Agradeció que ella no dijera nada más, que no agregara nada ni insinuara nada tras entregar la caja, comenzó a caminar lejos de la chica.
—No seguiré siendo tu amigo, Tea. Las cosas cambiaron.
—Lo sé. —Dijo ella con melancolía mientras veía a su amigo alejarse hacia la biblioteca de la escuela.
Tea suspiró pensando en ese día, en ese y en los siguientes, que consiguieron que la chica se replanteara un montón de cosas. Durante casi dos meses, aunque se seguía reuniendo con las chicas de su salón, se sintió desamparada; era extraño no contar con la presencia formal y alegre de su mejor amigo recordándole que tenía deberes qué entregar y proyectos por iniciar, pero poco después de ello llegó Yugi a la escuela, y todo volvió a la normalidad para ella.
Cuando había conocido a Yugi, bueno, no podía decir que había recuperado a su viejo amigo, era más como si hubiese complementado la imagen que tenía de Atem, como si ese pequeño fuera la pieza faltante del rompecabezas.
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Aunque el día había pasado tranquilo, ni Rex y Weevil se habían aparecido en la cafetería mientras Joey y Tristán habían estado presentes, ni habían visto el rostro del Faraón por ningún lado. Los amigos de Yugi aún estaban impacientes por ponerle las manos encima al fanfarrón de Atem y cobrar su venganza por cómo habían sido tratados el día anterior a la entrada, y aunque Tea y Yugi ya les habían dicho mil veces que lo mejor era dejar aquello morir por la paz, ambos jóvenes insistían en continuar con sus maquinaciones de venganza.
—Es inútil. —Dijo al fin Yugi dejando su desayuno en el borde de la mesa, como solía hacer para que Yami lo tomara. —Me rindo con ustedes, de verdad parecen indispuestos a dar un paso en ninguna dirección que no sea hacia una pared que los va a aplastar si siguen así.
— ¡Gracias por el voto de confianza! —Espetó Joey con el ceño fruncido.
— ¡Esos sí que son ánimos! —Soltó Tristán dándole la espalda.
—No lo tomen a mal, chicos.
—Sí, no sean así. —Apoyó Tea con una creciente gota en la cabeza. —Después de todo, Atem siempre parece tener todo controlado, sobre todo cuando las cosas parecen más siniestras para él.
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Tras el intento de suicidio
FanfictionParticipé en el concurso de fanfics y One-shots de Yu-Gi-Oh! 2018, hecho por @yiyi004 y GANÉ el primer lugar en ORIGINALIDAD. Tenemos derecho a elegir nuestro destino, pero ¿qué procede cuando alguien se entromete y arruina nuestros planes? Atem es...