Atem ajustó el objetivo de la cámara y disparó con media sonrisa. Pocos regalos de cumpleaños le habían gustado tanto como su cámara fotográfica, misma que había decidido a cargar a diario, se había inscrito en la optativa de fotografía desde que había entrado a la escuela, pero se había pasado meses quejándose de que los equipos de la escuela no eran lo suficientemente buenos como para que los estudiantes le sacaran todo su potencial y aprendiera lo que debían, además de no poder practicar lo aprendido en clases para reafirmar el conocimiento.
Pasó casi el mismo tiempo suplicando a su padre por una cámara fotográfica, o al menos lo hizo hasta que decidió declararle la guerra. Ahora que la tenía en sus manos, no hacía otra cosa que aprovechar cada instante que pudiera para dispararla.
Ese día le tocaban optativas, tendría dos horas para tomar fotos tanto como quisiera, y sabía perfectamente de quién quería hacer un retrato en cuanto se distrajera. Sonrió levantando la cámara en dirección a la puerta de la escuela, pero en cuanto vio a Yugi atravesarla al lado de Tea, sintió el corazón hundirse profundo, se quedó helado.
A simple vista no se notaría, pero él podía verlo claro como el día.
Yugi se percató de que el faraón lo observaba al otro lado del patio, ambos se frenaron y se quedaron ahí, mirándose fijamente, Yugi no sabiendo cómo ocultarse del mayor y Atem haciendo un recuento de daños. El labio reventado, un tenue color lila alrededor de su ojo, raspones en los nudillos, un par de gasas en el punto en que el cuello se unía a los hombros, venditas en el dorso de ambas manos y recargaba todo su peso del lado izquierdo, como si le doliera sostenerse en el otro pie.
Y encima de todo, no llevaba puesto el rompecabezas.
Ambos avanzaron a pasos tranquilos hasta quedar a un metro de distancia y Atem sintió las fuerzas abandonar sus piernas cuando se percató de que Yugi tenía unos cuantos raspones más de lo que había creído, pero se mantuvo en pie, esperando las palabras del pequeño, quien sonrió con melancolía.
—Pudo ser peor. —Dijo Yugi a manera de broma. La expresión de Atem se tornó amarga y el faraón avanzó hasta Yugi para apartarle un mechón de cabello lejos del rostro y poder ver mejor el moretón que se le había hecho alrededor del ojo al pequeño. —Descuida. —Añadió Yugi con una sonrisa diáfana. —De verdad estoy bien, Joey y Tristán me daban peores palizas antes de ser mis amigos.
—Pero ésta vez fue mi culpa.
— ¿Qué le pasó a tu cara, Yugi? —Espetó Ushio acercándose a ellos. Atem cerró los ojos, tensó todo el cuerpo y apretó los puños, pero inmediatamente relajó la expresión, su rostro era una imagen estoica e impertérrita, sus ojos se vaciaron y Yugi apenas tuvo tiempo de aferrarse a un brazo del faraón, que de no haber sentido el contacto de la piel de Yugi en su mano, habría golpeado el rostro del abusivo; Ushio cayó de sentón, aterrorizado de ver a Atem tan controlado y calculador, y al mismo tiempo tan fuera de sí mismo, dispuesto a matar a quien se le interpusiera. El abusivo retrocedió a gatas, mirando con pánico puro al faraón.
Yugi tomó la mano de Atem y lo obligó a seguirlo un paso.
—No sé cómo... —Espetó Atem temblando de la rabia que sentía. —Pero voy a probar que tú hiciste esto. Y cuando lo haga... —Amenazó mirándolo directo a los ojos, con las pupilas encendidas en fuego carmesí. —Será tu fin.
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La enfermera de la escuela saludó a Atem con una sonrisa cálida pero se quedó helada al ver a Yugi tras él. Estaba acostumbrada a limpiar los raspones en los nudillos del mayor, a curarle los labios reventados, a limpiar la sangre de su rostro, pero tenía demasiado tiempo sin recibir al joven Muto en aquel lugar.
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Tras el intento de suicidio
FanfictionParticipé en el concurso de fanfics y One-shots de Yu-Gi-Oh! 2018, hecho por @yiyi004 y GANÉ el primer lugar en ORIGINALIDAD. Tenemos derecho a elegir nuestro destino, pero ¿qué procede cuando alguien se entromete y arruina nuestros planes? Atem es...