Acorralados

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Atem, desesperado, metió el freno de mano drifteando* para estacionar su auto fuera de aquel lugar. Al bajar vio a dos hombres noqueados y amarrados, sentados espalda con espalda y emitiendo quejidos por lo bajo, pero incapaces de articular palabra, y estuvo a punto de entrar corriendo, de no ser por los disparos que rebotaron contra el techo de su auto.

Subió de nuevo al vehículo y abrió la guantera escuchando un disparo más en el cofre, suspiró sacando el arma que llevaba oculta y respiró profundo antes de salir y recargarse en el techo de su auto para usar aquello como punto de apoyo. Vio el reflejo de un arma y disparó en automático, escuchó un grito de dolor a lo lejos y sonrió con autosuficiencia al percatarse de que tanto entrenamiento había valido la pena.

Maldijo y bendijo a Akhenaten en la misma medida al meterlo al millar de cursos, capacitaciones y especializaciones en las que había participado desde los doce años y sonrió cuando vio al otro hombre que le había disparado antes.

Puso una bala en sus manos, imposibilitándole disparar. Si eran guardias capacitados medianamente para atacar y defender, debían soportar el dolor, sino, seguro alguno se desmayaría al no soportar tanto.

Suspiró levantándose y percatándose de que ahora "estaba a salvo" de sus agresores, pero se puso repentinamente alerta al escuchar movimiento a sus espaldas.

— ¡Atem!

El grito desesperado de Kisara, que llegaba corriendo hasta él lo sacó de sus casillas, lo distrajo y lo confundió un instante.

El faraón levantó la vista y se encontró con la peliblanca, cuyos orbes celestes estaban llenos de lágrimas, sintió el corazón hundirse profundo en el estómago y abrió los brazos para recibir a la joven, que justo ahora lucía indefensa y desesperada.

— ¡Atem! —Gritó justo antes de estamparse en el pecho de su primo y llorar amargamente. —Atem... —Gimió entre uno y otro sollozo, y como cada vez que la recibía así, el faraón entró en automático, modulando una voz aterciopelada y suave que consoló a la pequeña. —Atem, qué bueno que llegas.

—Tranquila, no pasa nada. 'Ana huna, Kisara. 'Ana huna.* ¿Qué pasa, pequeña?

—Ésta noche ha sido horrible. ¿Es que no va a terminar nunca?

— ¿Qué pasa, pequeña?

—Kaiba está adentro.

— ¿Lo logró? ¿Entró sin problemas?

—Y ya encontró a Yugi. —Dijo antes de llorar con más fuerzas todavía. La tranquilidad de Atem se quebrantó en ese momento y él, sintiendo el horror y la angustia de escuchar las palabras de su prima, dichas con tal amargura, lo hicieron volver a la realidad. La tomó por los hombros y la alejó un poco de sí para mirarla a los ojos.

—Kisara, ¿Dónde está Yugi?

—Hikari ga... —Soltó ella con la voz quebradiza.

Ambos escucharon pasos a sus espaldas y vieron aparecer la figura de Rafael saliendo de la construcción, lucía abatido y cansado, y en cuanto los vio, bajó la cabeza avergonzado; en cuanto salió, se hizo a un lado para dejar ver aparecer a Kaiba, que llevaba el cuerpo de Yugi en brazos, Atem sintió horror al ver la gabardina de Kaiba manchada de sangre y rogó a todos y cada uno de los dioses que Kaiba se cubriera de la sangre de sus enemigos. Salvó los metros que lo separaban de Kaiba y Yugi corriendo, temiendo lo peor.

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*Driftear: es cuando derrapas un vehículo, poniéndolo en horizontal en la dirección en la que va el movimiento del mismo.

Tras el intento de suicidioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora