Todas las cartas sobre la mesa

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Atem, sentado en la cama con la espalda recargada en la pared, acariciaba el cabello de Yugi, que ahora recargaba la cabeza sobre las rodillas del mayor, aferrándose a una almohada mientras escuchaba las palabras del faraón.

—Te dije que mi madre tuvo una sobredosis involuntaria, pero no te dije muchas cosas que pasaron antes. Mi padre ha tenido doce amantes que nos hayamos dado cuenta, y abusaba física y sexualmente de mi madre. Cuando yo tenía cinco años comenzó a contratar tutores para mi educación. Yo prácticamente vengo a la escuela por gusto. Aprendí a pelear, a escribir, aprendí ciencias y artes, y para cuando tenía once años, ya sabía lo suficiente para ser admitido en la universidad, cosa que hice. En Egipto estudié restauración. O al menos así fue hasta que mi madre, harta de tener que soportar los maltratos de mi padre, decidió huir. Mi padre había dicho que quería expandir la empresa hasta otros países, y Mahad ya estaba aquí, pero mi madre pensó que sería buena idea que alguien de la familia se hiciera cargo.

— ¿Qué no es Mahad de la familia? —Inquirió Yugi confundido mientras miraba los ojos de Atem. El mayor sonrió acariciándole la frente y negó con la cabeza.

—Según mi padre, Mahad es un error. Nunca debió formar parte de la familia. Conmigo en la universidad, Kisara en el internado y mi madre en el extranjero, mi padre tenía el camino libre para hacer lo que quisiera, y fue cuando inició su corrupción. En un año logró una posición económica brutal en el mercado egipcio, la gente lo respetaba y no tenía competencia, pero todo el mundo susurraba por lo bajo que las maneras en las que había conseguido su lugar no eran bien vistas por los dioses. Hubo abogados y empresarios que iniciaron investigaciones contra mi padre, pero las interrumpían abruptamente, nadie sabe por qué. Sólo saben que dejaban de hacerlo. Y luego iniciaron los diarios.

—La prensa escrita puede ser muy amarillista... —Admitió Yugi mientras Atem se recorría en la cama hasta acostarse y obligaba al pequeño a recostar la cabeza contra su hombro bueno. Apresó al muchacho contra sí y tras plantarle un beso en la frente, añadió con la voz cargada de amargura.

—No, Yugi. Quisiera que fuera sólo eso. Desapariciones, muertes, accidentes en circunstancias fuera de lo común. Pasaron muchas cosas con aquellos que trataron de hacerse contra mi padre. Y él encontró la manera de librarse de todas las acusaciones sin temor ni represalias. Hace unos meses, Kisara estuvo a punto de morir a manos de un asaltante, cuando su rostro apareció en las noticias internacionales me di cuenta de que el hombre que había atentado contra la vida de Kisara era el hermano mayor de una de las amantes de mi padre. Fue cuando me desbordé. Todo lo que te he contado antes se sumó a éste simple acto de crueldad y no pude más con la carga de ser Hijo de quien soy, simplemente... —Y ante la pausa larga que hizo el faraón, con los dientes y ojos apretados, tratando de contener las lágrimas, Yugi comprendió.

—Trataste de suicidarte.

—Verás, el suicidio era una buena forma de... no sé en qué estaba pensando. Estaba harto de tener que ver a mi madre morir lentamente por la tristeza, harto de saber que trataban de asesinar a mi prima más querida, harto de saber que mi padre no me quería como a un hijo, harto... harto de la vida. Primero quise negar mi destino alejándome del mundo de mi padre y estudiando por mi cuenta, después quise huir de lo que me esperaba si me quedar a su lado, luego traté de acabar con mi propio destino, pero ahora sé que no puedo evitar la confrontación.

—Yo estaré ahí para apoyarte. —Prometió el pequeño levantándose sobre un codo y sonriéndole al mayor con determinación.

—Sólo espero poder protegerte.

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— ¿Departamentos en renta? —Repitió Joey confundido mientras el resto lo miraba fijo, como si esperaran a que Yugi cambiara su frase.

Tras el intento de suicidioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora