Las cosas claras

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—Cabestrillo durante un mes... Y encima, una costilla rota. —Espetó Mahad viendo los vendajes que cubrían el torso de Atem, el faraón estaba sentado en el alfeizar acolchado de su ventana y miraba la luna. Su tutor negaba con la cabeza mientras se planteaba seriamente romperle otra, por buscapleitos, pero cuando la mirada del joven se volvió tan depresiva, no pudo evitar avanzar y acariciarle el cabello, como un hermano mayor protegiendo al más pequeño de cualquier cosa que lo apesadumbrara. — ¿Al menos se llevaron una buena tajada cuando te atacaron?

—Valió la pena cada cicatriz en mi espalda. —Murmuró rabioso entre dientes.

—Bien hecho. —Soltó orgulloso consiguiendo que Atem ablandara su actitud.

—Gracias.

— ¿Y cómo está el joven Yugi?

Atem soltó un suspiro profundo, cargado de alivio, antes de murmurar: —Sólo tiene un par de raspones. En el hospital dijeron que una buena noche de descanso y mantener las heridas limpias sería más que suficiente para que se reponga pronto de la conmoción. Les preocupaba más lo emocional, pero juro que ese pequeño es re acero. Ni yo logré quebrantar su espíritu. —Murmuró aliviado, sin embargo, su voz se cargó de frustración y miró a Mahad con desesperación. —Pero todo esto es mi culpa, si Yugi y yo no nos hubiésemos vuelto tan cercanos, esto no habría pasado, él estaría a salvo de todo peligro y podría seguir con su vida normal, no tendría que estar soportando tantas humillaciones y dolor. No es justo para él. Debería dejarlo en paz y...

— ¿Y ya sabes si él está de acuerdo en eso? En que lo dejes. —Atem guardó silencio, sorprendido ante aquella afirmación y percatándose de que en realidad no lo sabía, nunca le había preguntado a Yugi si estaba feliz con su intromisión en su vida. Mahad sonrió dándose cuenta de la vorágine que había ocasionado en la mente de su protegido y sonrió ampliamente mientras le acariciaba el cabello de nuevo. —Un día le pregunté a Ishizu si era feliz conmigo en su vida, antes de venir a Dominó.

— ¿Qué te dijo? —Soltó lleno de curiosidad.

—Que era el mejor regalo que los dioses le habían hecho en su vida. Y Yugi... —Inquirió al final mientras se dirigía hacia la puerta. — ¿Qué es el joven Yugi en tu vida?

—Es... la esperanza y la bondad a la que puedo aferrarme para vivir. Mi Hikari.

La voz de Yugi gritándole Mou hitori no boku golpeó su mente de nuevo, aquellas palabras habían adquirido un significado completamente distinto ahora y él no sabía qué hacer con ello.

Sonrió.

— ¿Y él lo sabe? —Inquirió Mahad con media sonrisa desde la puerta.

— ¿Debería saberlo? —Soltó Atem confundido.

—No lo sé. ¿Debería?

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Kisara entró a la escuela con una sonrisa radiante y se dirigió inmediatamente hasta donde Seto estaba. Mana entró despreocupada tras ella y pasaron bastantes minutos demasiado largos antes de que Atem entrara. Yugi se levantó inmediatamente parar ir hasta él, y aunque sabía que lo más probable era que el mayor tratara de rechazarlo para "ponerlo a salvo", no estaba dispuesto a perder una última oportunidad de percibir el aroma seco que expedía su piel, como a desierto, a sol, a agua de río y a él.

Atem lo encaró y el hecho de conectar con la mirada del faraón fue suficiente para obligar al pequeño a detenerse. El mayor llevaba una gasa cuadrada en la mejilla y lo miraba con curiosidad, Yugi entrelazó sus manos y bajó la mirada al piso, inseguro de qué hacer a continuación, pero sonrió ampliamente cuando la mano libre de Atem le levantó la barbilla y le plantó un beso en la frente.

Tras el intento de suicidioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora