Pesadillas

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PESADILLAS

Después de la regañilla de mi madre mientras que íbamos del aeropuerto a la casa, llegamos.

Por fin. Estaba loca por tirarme a la cama y dormir hasta no poder más. Esta demasiado cansada, había estado como dos días sin dormir.

Y lo poco que había dormido en el avión lo quería olvidar porque más que sueños, eran pesadillas.

Pero me negaba. Sí, lo hice mal pero, ¿y qué? Todo el mundo se ha equivocado alguna vez y todo el mundo tiene derecho a una segunda oportunidad.

Y es que las oportunidades se dan y por lo visto, Pedro no me la había dado.

No me dió oportunidad de pedir perdón sobretodo por su orgullo. Y para orgullosa, estoy yo.

No sé si será un defecto mío o una virtud, pero es que ne daba igual. Se acabó.

Tenía claro que no sería yo la que diera el primer paso porque Pedro me hizo más o menos lo mismo cuando empezamos.

Los rayos de sol que se filtraban por la ventada me despertaron, eran ya las tres de la tarde.

Temprano eh.

Bajé a comer algo y vi una nota:

“Ana, papá y yo vamos a comprar y tu hermana a salido con una amiga. Llámame en cuanto te levantes. Besos, mamá"

Que mona.

Y eso hice, la llamé y hablamos un rato, colgué.

Estaba sola en casa, melancólica, con ganas de fiesta y a la vez triste, aurrida y sin saber que hacer.

Extrañas combinaciónes.

No sé lo que hareis vosotros cuando estais solos en casa pero yo, nada normal.

Eché el pestillo con las llaves y subí al estudio. Cogí mi Ipod y puse una de mis canciones favoritas, “Radioactive - Imagine Dragons".

Subí el volumen al máximo y a darlo todo. Era patético y a la vez gracioso, gritaba, cantaba, saltaba, bailaba...

Sacudía la cabeza y saltaba con las manos levantadas, tenía el pelo rebuelto y la camiseta descolocada.

- ¡RADIOACTIVE, RADIOACTIVE! - grité dando la canción por finalizada.

Con la boca seca y un suspiro de senté en el suelo. Agotada, sudada y con la respiración entrecortada después del espectáculo que había montado. Que agusto me quedé y cuanto necesitaba un momento de estos.

Y para mi sorpresa, la ventana que daba a la casa del vecino estaba abierta.

- Buenas tardes vecina - decía mi vecino Carlos, treinta y pico, moreno de ojos claros, casado y con dos hijos, a los que sorprendentemente, tenía al lado.

Pobrecillos, tan pequeños y ya traumatizados.

-B-b-b-buenos días - conseguí decir con una media sonrisa fingida.

NOTA: SI ESTÁS EN PLENO MOMENTO DE LOCURA ACUÉRDATE ANTES DE CERRAR LA VENTANA, ¡TIENES VECINOS!

El diario de esa chicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora