🌼 4.

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Una vez en cama, tengo dificultades para dormir. Me duele la maldita rodilla.

El día ha ido bien, al fin y al cabo. Después de comer hemos tenido un rato libre que he pasado con Roi volteando el lago, y luego hemos tenido clase de orquesta. Después hemos tenido un poco de canto, y libre otra vez hasta la hora de cenar.

Miro hacia mi derecha y gracias a la luz de la luna que entra por la ventana, puedo ver a una Miriam plácida, tranquila. Parece un bebé, girada hacia mí y con su peluche de león entre los brazos. Dan ganas de abrazarla, y parece mentira que sea la misma persona que las últimas veces que me ha hablado, ha sido para dejarme algún comentario despectivo.

Y sigue sin caerme mal.

Encima de mi cama duerme Aitana, que se mueve un montón; y encima de la de Miriam, Amaia; que de vez en cuanto deja escapar algún sonoro ronquido.

Decido levantarme intentando no hacer mucho ruido. Con la luz del móvil, busco mi tabaco escondido en el armario. Obviamente tenemos prohibido fumar y beber en el campamento, pero ¿cómo le pides a una fumadora habitual que deje de hacerlo?

Salgo en mi pijama corto de color rosa, que tiene un montón de aguacates dibujados en la parte de abajo y uno grande partido por la mitad en la parte de arriba. Es mi pijama favorito, y tenía que traerlo aquí. No soy muy de peluches ni de esas cosas, pero tengo ciertas prendas de ropa que siempre me llevo para sentirme como en casa.

La noche es calurosa, aunque quizás no tanto como la de ayer. Dudo entre si sentarme en las escaleras de la entrada y fumar allí mismo, o si esconderme detrás de la cabaña. Supongo que todo el mundo estará dormido, así que me siento en las escaleras.

—¿Sabes que no puedes hacer esto verdad? —una voz me interrumpe en cuanto me he encendido el cigarrillo, y me sobresalto. No pego un grito de milagro.

Me giro para ver a Miriam, que me mira expectante, con las manos en las caderas. Yo solo puedo fijarme en lo bien que le queda ese pijama corto de color rojo y el pelo alborotado.

—Pensaba que dormías —respondo, simplemente.

—Lo hacía, pero me has despertado con la luz del móvil removiendo el armario.

—Vaya, lo siento —no sé qué más puedo decirle. Para mi sorpresa, cierra la puerta detrás de ella y se sienta a mi lado.

—Bueno, eso, y que Amaia ha soltado un ronquido estratosférico —lo dice algo mosqueada, pero yo me rio y ella también lo hace. —¿Cómo está tu pierna?

Me encojo de hombros.

—Bueno, me duele un poco —en realidad, bastante.

—Tengo ibuprofeno, si quieres. De todas formas, Laura te dio unos cuantos, ¿verdad?

—Sí, sí. Solo que no soy mucho de tomarme medicamentos. Y si puedo prescindir de ello, pues...

Miriam me mira levantando una ceja.

—Pf, pues yo llevo siempre un botiquín a cuestas —la verdad es que si, que se la ve un poco señora. —No seas tonta y tómate algo. Si no, te va a ser difícil dormir y mañana madrugamos, para variar.

—Sí, lo haré, Miriam —sonrío. Supongo que se ha puesto en modo mamá leona.

—Y esto de fumar... ¿qué? —dice de repente, y yo la miro sorprendida.

—¿Cómo que "qué"?

—Tú quieres ser cantante, y esto te jode la voz que flipas, ¿no? A ver, es que a mí me parece de cajón que, si te tienes que cuidar la voz, fumar no es lo más adecuado.

Aprendiendo a amar 🌼 || WARIAMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora