🌼 Epílogo.

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Hace una semana que estoy en Madrid.

Las dos semanas después del campamento fueron caóticas, prácticamente tuve una semana para relajarme, otra para hacer maletas y en nada volé hacia la península nuevamente para habituarme a la nueva ciudad un poco antes de empezar las clases.

Agoney también voló, pero hacia Barcelona. Nos encontramos en el aeropuerto; fue guay verle de nuevo. Al parecer estará muy cerca de Raoul, y eso me alegra un montón.

Mi corazón va a mil por hora mientras me miro al espejo del baño, cojo mi cazadora verde y cierro la puerta de mi habitación de la residencia de estudiantes. Bajo las escaleras a toda prisa, porque no quiero llegar tarde. Saludo a la recepcionista y salgo a la calle.

Ni siquiera voy a coger el metro, porque hemos quedado a tres manzanas de mi resi. Al parecer, su piso no está lejos tampoco; pero no sé exactamente donde está, porque no hace ni tres días que ha llegado. Solo sé que comparte el piso con dos amigos de su mismo pueblo.

En cuanto doy la esquina y me encuentro en la calle dónde está el café en el que hemos quedado, la veo.

Cazadora roja, una camiseta que aún no distingo pero que seguro es de algún grupo de rock de esos, tejanos rotos, y botines negros. Lleva el pelo suelto, así que su melena es inconfundible. Está preciosa como siempre. Normal, estamos hablando de mi leona.

Cuando levanta su vista del móvil y me ve, su cara se ilumina y sus labios forman una enorme sonrisa.

—¡Miriam! —grito antes de lanzarme a sus brazos.

—¡Mi canaria! —se ríe, me abraza con fuerza, de esa manera tan suya; y luego me da un beso en la cabeza.

Estamos abrazadas en silencio un rato, disfrutando de la presencia de la otra, y el olor dulce de la gallega me envuelve y me trae los mejores recuerdos. Finalmente, Miriam me levanta la cabeza y me besa en los labios, cosa que hace días que deseo.

—Te he echado mucho de menos —le confieso. 

Sé que no ha sido ni un mes de separación, que hemos hablado todos los días, nos hemos llamado e incluso mandado fotos, pero juro que la espera se me ha hecho eterna.

—Yo también, cariño.

La miro a los ojos y me separo un poco.

—¿Cariño? —levanto una ceja. —Que bien te sientan los aires madrileños.

La leona se sonroja y se ríe.

—Anda, entremos —dice acto seguido, cogiéndome de la mano y señalando el café.

Nos sentamos en una mesa al lado de la ventana. Ella se pide una infusión y yo un café con leche.

—No me puedo creer que estemos aquí juntas —le digo a la leona, cogiendo su mano por encima de la mesa.

—Yo tampoco, Ana —Miriam me acaricia la mano con su pulgar y la mente se me inunda de momentos compartidos durante el verano. —Ya sabes que me hubiese gustado estar aquí en cuanto llegaste, pero tenía cosas que organizar antes de trasladarme al piso.

—Tranquila, solo han sido unos pocos días. He estado bien, en la resi la gente es muy simpática e incluso hay algún canario como yo.

La camarera nos trae las bebidas, sorprendentemente rápido.

—Entonces, ¿qué tal la resi? ¿Estás bien allí? —me pregunta la rubia.

Asiento.

—Sí, está muy bien. Mi padre se ha encargado de escoger una de las buenas. Es como estar en un hotel, básicamente —me encojo de hombros.

Aprendiendo a amar 🌼 || WARIAMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora