056 | Tatuaje

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Las puertas del elevador se abren y salgo de él como si me hubiesen empujado. Bélgica me espera justo enfrente, con su característico semblante de pulcrísima compasión y las manos unidas sobre su pecho. Huele a productos de limpieza, cocina y vainilla.


Intento saludarla pero me quedo sin aire, así que ella se adelanta.


— Está en la cocina. Le ha dado hambre por fin.


Asiento varias veces con la cabeza, jadeante, intentando recobrar la compostura. No sé por qué estoy tan entusiasmada... y nerviosa. 


Camino hacia donde me parece que es la cocina y Bélgica me sigue por detrás sin corregir, así que doy por sentado que voy por el camino correcto. Subo un par de escalones que dan cubierta a un salón inmenso con sillones, cuadros y un escritorio con sillas, y giro hacia la izquierda donde hay un espacio vacío. El olor a comida me llega a la nariz, así que avanzo con la temperatura subiendo en el ambiente y el retumbar de mi corazón resonando en mis oídos. La luz que emana el amplio pasillo es más de la que tiene toda la casa, que parece que estuviese iluminada solo con velas. 


Mi corazón se salta un latido cuando lo veo a través de una columna atada al alto techo. Está sentado en un taburete frente al largo mesón café, sin camiseta, con la espalda media encorvada y la cuchara para la sopa en su mano derecha. Puedo afirmar que su pelo castaño está disparado en todas las direcciones sólo con ver la parte trasera de su cabeza. Mientras me acerco también puedo ver que está descalzo. 


A continuación, respirando profundamente y armándome de valor, entro completamente en la cocina. 


Un temblor caliente me revuelve el estómago y el rubor se adueña de mis mejillas. En el momento en que planeo hablarle — llamarle descaradamente por un insulto para que gire la cabeza de un tirón —, mi mirada baja hacia la tinta negra en su espalda y la sonrisa que había comenzado a formarse en mis labios decae automáticamente. He querido llorar al verlo después de cinco días, mas mis ojos se han secado como por arte de magia.


Y el horror me impacta como una bola de derribo. 


El tatuaje que mis ojos perciben es una blasfemia. Una dolorosa burla a Dios, Jesús y a la Virgen María. Le cubre desde un poco más arriba de los omóplatos hasta donde termina la columna vertebral. En el centro se encuentra dibujado un hombre encapuchado, sin rostro, vestido totalmente de negro, mientras que las nubes a blanco y negro están ubicadas en la parte superior, anunciando la llegada de Lucifer, que está junto al hombre, y sus ángeles demonios a la Tierra durante el Juicio Final, todos con caras de calaveras y sonrisas sádicas, con cuernos a los costados de la cabeza. En la parte de atrás se puede apreciar cómo una batalla de ángeles y demonios se desata, con algo diferente a todas las adaptaciones del paisaje: esta vez el mal está ganando. Lucifer lleva en la frente una corona de espinas haciendo sátira a la crucifixión de Jesús, con María a su costado detrás de él, en versión cadavérica. Lo más irónico de todo, que hace que se me acelere el corazón del desconcierto, es que está escrito en la parte baja de su espalda INRI, cuyo significado es — mierda, ¿por qué? Mis ojos empiezan a escocer— «Jesús de Nazaret, rey de los Judíos».


Una estaca se clava en lo profundo de mi corazón y amenaza en hacerme llorar. 


All you had to do was stay ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora