Capítulo 3

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Enfadada, puse mis manos sobre los hombros de Jaden y usé toda mi fuerza para empujarle lejos de mí. Sólo conseguí que se tambalease un poco hacia atrás, pero bastó para liberar mis piernas. Arremetí con ellas contra su pecho, de forma que su cuerpo cayó al suelo y yo pude bajarme de la encimera. Desde el suelo me miraba conmocionado, con sorpresa. ¿Qué pasa, Foster? ¿No te imaginabas que pudiese defenderme? Y aprovechando su despiste agarré dos huevos, uno en cada mano, y fui a estrellárselos en la cara. Sin embargo, él me leyó el pensamiento y se incorporó rápidamente, agarrándome por las muñecas.

—¿Se puede saber qué pensabas hacerme, cenicienta? —Preguntó, alzando las cejas mientras yo forcejeaba por soltarme, con los huevos aun en mis manos.

—Unirte al este experimento de hombre-comida, pero creo que tú eso ya lo sabías.

Jaden rió fuerte. ¿Dónde le veía la gracia? Si al final iba a resultar que yo iba para cómica y todo… Aun sin dejar de sonreír, bajo un poco más la cabeza hacia mí, y tuve que contenerme de no darle un cabezazo. El recuerdo de lo que dolió el último golpe ayudó bastante.

—¿Por qué en vez de llevarnos mal, comenzamos a hacer las paces… hermanita?

Le miré alzando las cejas, con sorpresa y enfado al mismo tiempo. ¿Hermanita? ¿Hermanita? Sentí más ganas aun de estamparle los huevos en la cabeza. Y eso hice. Estábamos tan cerca que mis manos, a pesar de estar atrapadas por la muñeca por las suyas, quedaban a ambos lados de su cara. Jaden no tardó ni dos segundos en soltarme y alejarse de mí.

—No vuelvas a llamarme “hermanita” en tu vida —le solté, sacudiendo mis manos manchadas de cáscara de huevo pegajosa—. Yo no soy tu hermana,  nunca lo seré.

Foster me miró mientras se limpiaba la cara con el dorso de la mano. Tenía ambas mejillas embadurnadas con huevo, y un poco había caído en el pelo y las orejas. Verle así frustrado y medio vencido me hizo reír, aunque poco duró esa alegría. Tan pronto como se había separado, Jaden se unió de nuevo a mí. Importándole poco mancharse, me agarró de las manos y me arrastró hasta la encimera de nuevo. Una vez allí, sin soltarme, cogió el paquete de harina entero y le subió por encima de mi cabeza.

—No te atreverás…

Pero nada más dije aquello, él le dio la vuelta y toda la harina blanca calló sobre mi pelo. Tuve que cerrar los ojos, pues el polvo blanco me impedía abrirlos y ver. ¿Cómo se atrevía? ¿No le bastaba con haberme embadurnado una vez? ¿Tenía que repetir? Y cuando pude apartarme la harina de los ojos y abrirlos, le vi avanzar hacia mí con un huevo en cada mano.

—Y ahora el toque final —susurró, cada vez más cerca—. Ninguna mezcla es buena hasta que no añades el huevo a la harina.

Pero esta vez fui más rápida y me agaché antes de que estrellase el huevo en mi cara, dando éste en la pared. Sin pensármelo dos veces, corrí hacia la nevera y aferré lo primero que pillé, que resultó ser un una botella de leche. Destapé el tapón para rociar a Jaden, pero él llegó a tiempo hacia mí. Me agarró por detrás, pasando sus brazos por mi cintura, mientras mi espalda chocaba contra su pecho. Trató de quitarme la botella, pero yo me resistía, agarrándola con fuerza. Como no tenía puesto el tapón el líquido se derramaba por los lados, manchando mi camiseta. En un momento dado dejé de forcejear, y Jaden se llevó la botella en una mano, tirando el líquido al suelo.

Me solté de él y esta vez cogí la huevera entera, ya sin contemplaciones. Me giré hacia él, con mi arma de guerra en una mano, y un huevo en otra. Solo quedaban seis vivos, pero se podía hacer un buen desastre con ellos.

—Tranquila, Hale —dijo Jaden, alzando las manos en son de paz, como si quisiese calmarme—. Podemos arreglar esto de otra manera.

—Ah, ¿sí? Porque a mi embadurnarte de comida no me parece tan mala.

No te enamores de tu hermanastro  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora