Capítulo 17

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Los grandes ojos claros de mi madre se posaron en mí llenos de preocupación. No podía creerme lo que estaba viendo. No después de tanto tiempo. El silencio reinó en la sala mientras ella caminaba hacia mi decidida. Incluso el médico Wyatt calló.

—Erin… —Susurró la mujer, tomando el lugar de mi padre y situándose a mi lado en la camilla del hospital.

Alzó la mano como si fuese a acariciarme, pero la paró en el aire, volviendo a bajarla de nuevo. La observé llena de confusión, de preguntas, de dolor. No había explicación lógica para mí que me dijera por qué había aparecido de pronto. Después de tantos años. Después de que huyese en la casa abandonada.

—Lorelei, te dije que no vinieras.

El rostro perfectamente maquillado de mi madre se apartó de mí durante unos segundos para mirar con dureza a mi padre.

—Ella es mi hija, Craig. No puedes decirme que está en el hospital y esperar que no venga a verla.

—¿Crees acaso que tienes el derecho a ello? Nos abandonaste.

La voz de mi padre sonó llena de rabia, pero el matiz de su conversación no se me escapó. Carraspeé llamando la atención de todos. Me forcé a pasar por encima de la mirada clara de mi madre a los ojos de mi padre.

—¿Sabías que ella estaba aquí?

Mi voz sonó más ahogada de lo que quise. No era posible que hubiese estado ocultándome aquello.

—Tú también lo sabías —contestó mi padre, su voz suave a pesar de la acusación—. Ella me contó sobre la casa.

Ni siquiera me sorprendí al entérame que lo sabía. Era más que obvio que ellos habían estado hablando. Y eso me enfureció. Era distinto, él había tenido contacto con ella.

—¿Creen que los temas personales podrían esperar unos minutos? —Llamó nuestra atención el médico. Con la sorpresa de lo que estaba sucediendo me había olvidado de él—. Vamos a recetarte unas pastillas de hierro por el momento a ver si funcionan, Erin. Vas a tener que venir a consulta todos los lunes para nuevos análisis y poder hacer un seguimiento del tratamiento, ¿está entendido?

Asentí con la cabeza, igual que la mayoría en la sala. Toda esta situación empezaba a volverse demasiado surrealista. El doctor Wyatt se volvió entonces a mi padre.

—Va a necesitar descanso durante una buena temporada. Nada de emociones fuertes, nada de trabajo excesivo, y vigilad todo lo que coma.

—¿Lo que coma? —Repetí extrañada.

—Tienes carencias en bastantes proteínas, y con la anemia es necesario estar bien alimentada —me dijo el doctor con voz severa, haciéndome retroceder contra la almohada—. Por lo tanto, no quiero ninguna tontería propia de la edad —luego pasó su vista a mi padre nuevamente, volviendo al tono de médico educado—. Puede ir a casa cuando lo desee. El lunes la espero para la consulta a primera hora en la mañana.

Cuando el doctor salió de la habitación, de nuevo el peso del ambiente cayó sobre mis hombros. Todas las miradas puestas en mi madre. Y yo tenía respuestas. Demasiadas, pero no podía hacerlas con todos delante.

—Quiero hablar con ella —expresé, ganándome una mirada de dolor y sorpresa por parte de mi padre—. A solas.

—No tienes por qué pasar por esto, Erin —comenzó a decir mi padre, acercándose de nuevo a mí—. Podemos recoger todo e ir a casa en cualquier momento.

Negué con la cabeza.

—Por favor, déjame a solas con ella.

Y no tuve que pedirlo de nuevo. Escuché como rechistó por lo bajo, mandándole una última mirada llena de rabia a mi madre antes de salir por la puerta seguido de Kyna. Jaden se estaba levantando también para irse cuando le llamé. Se acercó precavido a mi lado, ayudándome a incorporarme de nuevo en la camilla mientras mi madre se retiraba a un lado dándonos espacio. Ya nos había visto en la casa, no tenía por qué fingir delante de ella. Tan solo era cuestión de tiempo que mi padre se enterase también.

No te enamores de tu hermanastro  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora