Capítulo 4

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—¿La playa?

Miré a Jaden medio perdida. ¿La playa? Siendo él, se me habían ocurrido muchos lugares posibles a los que me hubiese podido llevar: un bar, una tienda de tatuajes, una tienda de armas, el infierno… Pero no la playa. Parecía tan… Normal. Y Jaden no era normal. Jaden era Jaden, y le odiaba.

—Sí, ¿qué hay de malo en ello? —Me dijo, saliendo del coche y rodeándole para abrirme la puerta—. ¿O me dirás que no te gusta la playa?

No me gustaba, pero preferí guardarme ese dato para mí. Verle abrirme la puerta del coche me había dejado estupefacta.

—Además, tampoco es tan raro venir a la playa —Se encogió de hombros, mientras comenzábamos a caminar hacia el mar.

—No, claro, no lo es —admití—. Excepto si no estuviese a punto de diluviar.

Ambos miramos hacia el cielo, donde unas nubes grises amenazaban con una tormenta inminente. Cualquier persona cuerda hubiese vuelto al coche y se hubiese ido a refugiar a un sitio más normal, como una cafetería. Pero no, yo estaba con Jaden, y lo con él lo normal estaba fuera de lugar. Así que el chico se encogió de hombros, agarró mi mano y tiró de mí hacia dentro de la playa.

Cuando mis pies descalzos tocaron la arena, pude apreciar que ésta estaba fría. Seguramente pasadas unas semanas la encontraríamos caliente por el calor del verano. Era increíble pensar en ello, el verano. Un verano al lado de Jaden. Venga, Erin, mejor no pienses en ello o acabará deprimiéndote… Observé la playa medio desierta mientras Jaden tiraba de mí más adentro. Apenas había tres personas en toda ella. Todas locas, como Jaden.

—Chico loco, ¿a dónde estamos yendo? —Quise saber, temerosa de dónde pudiera llevarme.

—Aquí —informó, parándose de pronto a dos pasos de la orilla —. Oye, ¿me has llamado chico loco?

—No te asombres tanto, porque lo eres —le solté, sentándome de piernas cruzadas sobre la arena—. ¿Y ahora qué?

Jaden suspiró y se dejó caer a mi lado. Se descalzó, posando las zapatillas a su lado y luego miró detenidamente hacia el horizonte.

—Simplemente disfruta del paisaje —Me dijo, contemplando el mar—. Tengo la sensación de que tú no sueles tomarte las cosas con mucha calma.

Parpadeé estupefacta. ¿Me acababa de llamar desequilibrada? No, seguramente no. Creo que solo insinuó que era una persona muy nerviosa. Bueno, yo a él le llamé loco… Pero porque lo es, ¿eh? Le hice caso y también miré hacia el horizonte. El agua estaba algo revuelta, con olas espumosas y blancas rompiendo al acercarse a la orilla. Por lo demás, era de un hermoso color azul. Al cabo de un rato en silencio, podías apreciar la calma de la playa, con el olor a mar incluso en el aire que te daba en la cara.

Pero yo no podía estar en silencio. Tal vez a Jaden eso se le diese bien, pero yo no soportaba los silencios, fuesen incómodos o no.

—Así que… —comencé dudosa, no sabiendo muy bien qué decir—. ¿Te gusta la playa?

Jaden se giró para mirarme, con las cejas alzadas. Luego su expresión cambió y estalló en carcajadas.

—Así que es verdad lo que dijiste anoche: no puedes permanecer más de cinco minutos sin hablar.

Le miré, abriendo la boca asombrada. ¡Tenía que conseguir más detalles sobre ayer!

—¿Qué más te dije anoche?

—Calma, señorita impaciente —se rió él, dándome unas palmaditas en el hombro—. Hablamos de un montón de cosas, no recuerdo exactamente… Bueno, sí, espera, hay una cosa. Me contaste de aquella vez en un campamento en que…

No te enamores de tu hermanastro  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora