Dulce amargo.

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Una bofetada.
Dos.
Tres.

El rubio no se quejaba. Solo se quedó ahí mordiendo sus labios mientras sentía la fuerte mano de su padre sobre su rostro.

— Por favor basta— rogaba su madre desde la puerta de la habitación del muchacho.

— ¿Basta?— le dirigió una fría mirada a su esposa— ¿Me dices a mi basta cuando este, nuestro hijo, no solo es un borracho sino que también es gay?— se dio vuelta y le dio otra bofetada que hizo que su nariz sangrara.

Damon puso sus manos sobre su rostro intentando detener el rojo liquido que ahora corría sobre sus silenciosas lágrimas.

— ¡Te lo advertí!— iba a abofetearlo de nuevo pero su hermana, para sorpresa de todos, tomó el brazo de su padre y lo bajo enseguida.

— ¡Papá! ¿Qué pasa contigo?— preguntó alterada ante todo lo que pasaba— Lo que Damon esta haciendo no es malo, ni siquiera es pecado. Él solo esta amando, ¿qué es lo malo en eso? ¿¡Qué!?

El rubio la miró asombrado ya que nunca pensó que su hermana sintiera cierto aprecio hacia él.

Intentó buscar la mirada de su madre para buscar consuelo pero ella lo miraba con decepción. Eso le dolió más que los golpes que estaba recibiendo.

— Jessica tú no te metas— sentenció su padre retirándola de enfrente suyo para mirar directamente a los cristalizados ojos de su hijo— Ve empacando tus cosas porque hoy mismo te vas donde tu tía en Glasgow— y sin piedad se retiró de la habitación con Hazel detrás de él.

Damon se levantó dispuesto a seguirlo pero su hermana lo detuvo con un abrazo y él cedió ya que se sentía bastante lastimado con todo lo que acababa de suceder.

En la tarde el rubio seguía encerrado en su habitación guardando la vaga esperanza de que su padre apareciera, lo escuchara y olvidara la idea de Glasgow.

Lloró de nuevo cerca de su ventana pensando en como seria su vida si se iba de allí. Tendría que trabajar con su tía en su taller de pinturas y empezar a pagar sus estudios pero sin duda eso era lo ultimo que le afectaba.

Ahora, justo cuando había encontrado en Graham todo lo que buscó alguna vez en alguien, tendría que dejarlo para siempre.

¿Donde encontraría otra mirada o consejos como los suyos?

Se apretaba contra sus piernas de solo pensar su vida sin él y más cuando se quedó viendo su casa recordando la primera vez que lo vio en el pasto sentando y triste.

— No te quiero perder. No a ti— sollozó junto con sus lágrimas que bajaban por las marcas que ahora marcaban su fina cara.

De repente su padre entró y le mostró un papel que sostenía con fuerza en sus manos.

— El tren a Edimburgo sale a las seis y treinta. Allá estará tu tía para llevarte hasta su casa— y sin decir más salió cerrando la puerta.

Damon se quebró aun más y no encontraba consuelo en nada.

Se acercó a la cama donde estaba el tiquete del tren junto con una carta sellada para su tía.

El rubio se dejó caer ante la pared llorando sin cesar mientras veía su reflejo en el espejo que estaba detrás de su puerta viéndose completamente débil y sin vida.

Graham llegó a las siete a su casa con una sonrisa de oreja a oreja no solo porque su examen había sido uno de los mejores en puntuación sino porque aun recordaba el beso tan anhelado que se había dado con el rubio esa mañana.

— ¿Mamá? Mamá ya llegué y a que no adivinas quien obtuvo...— dejó de hablar a su mamá cuando la vio sentada en el sofá con Hazel quien lo miraba seriamente— ¿Señora Albarn? Buenas noches.

— Hola Graham— respondió ella con tristeza— Por favor sientate, hay algo que debemos hablar.

El castaño, ahora confundido y preocupado, dejó su maleta en el suelo sentándose frente a ellas.

— ¿Pasa algo?— su voz temblaba— ¿Damon... Damon está bien?

Ambas madres se miraron y Hazel asintió acomodando su voz.

— Graham quiero empezar preguntándote algo sencillo— pausó y empezó a frotar sus manos— ¿Tú quieres a Damon?

El menor frunció su ceño y miró a su mamá extrañado quien evadía su mirada hacia el techo.

— Sí, lo quiero, pero sigo sin entender, ¿le pasó algo?— su voz se tornaba desesperante.

— Y como tu lo quieres también deseas lo mejor para él, ¿correcto?— siguió dulcemente.

En el fondo ella sabia que Graham no era una mala persona y aunque le costaba aceptar ver a su hijo con otro hombre prefería mil veces eso a saber que ahora estaría lejos y no vería su rostro por un largo tiempo.

Si Hazel hubiera podido ver el corazón del chico sabría que él también sentía lo mismo.

— Mira cariño, para no hacer esto más difícil y que entiendas todo lo que sucede... — su madre no sabia como continuar pero tomó aire y siguió— Damon se ha ido a Escocia y no volverá.

De inmediato Graham se levantó hacia la ventana mirando la casa de al frente y en especial la que había sido la habitación del rubio para notar que era la única luz apagada allí.

Volteó su mirada hacia ellas con sus ojos humedecidos.

— Damon no se iría sin despedirse— soltó en suma tristeza— ¡Damon no lo haría!— gritó corriendo a su habitación.

— ¡Cariño espera!— su madre quería seguirlo pero Hazel se levantó y le pidió que se detuviera.

— Mi hijo me dejo esta carta para él— sacó un sobre de su bolso y se lo entregó a su vecina— Conozco a Damon. Él ya me había hablado de lo mucho que quería a Graham y también de lo asustado que estaba si mi esposo se enteraba de todo esto. Nunca había visto sus ojos brillar tanto al nombrar a alguien— sonrió amargamente— Sé que de verdad lo quería y lo querrá.

La madre del castaño soltó una lágrima y tomando con cuidado el sobre lo tomó en sus manos mientras veía a Hazel irse de su casa.

Ella subió a la habitación de su hijo y al intentar abrir la puerta notó que estaba con seguro.

— Sé lo que sucedió con Damon esta mañana y creeme cuando te digo que no voy a juzgarte— escuchaba Graham desde su cama viendo como un sobre pasaba por debajo de su puerta— Te amo hijo y podría jurar que él también.

Y sin decir más el castaño vio como su sombra desaparecía mientras sus lágrimas ahogaban su almohada.

¿Qué tan difícil puede ser? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora