El gran egoísta.

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Siendo casi la media noche Damon corría sin dirección alguna.

Su agitada respiración y sus nervios de ser descubierto lo envolvían pero necesitaba salir de ahí ya que sabia que un día mas lo volvería mas loco de lo que la muerte de su hija lo había dejado.

— No lo sé Phill, quizá mañana— escuchó a uno de los doctores y se detuvo en seco apoyando todo su cuerpo contra la pared para que nadie notara su presencia.

Mientras estaba ahí pensando hacia que lado dirigirse miró al techo y cerrando los ojos rápidamente tomó una larga respiración dejándola soltar casi en suspiro para seguir en su plan de escape de aquel hospital psiquiátrico.

Paso dos corredores mas cuidadosamente hasta toparse con una puerta de emergencia la cual abrió para bajar tranquilamente las escaleras que lo llevarían a una pequeña puerta que se había encontrado en el primer piso donde sabia que nadie lo vería a esa hora.

Al llegar a esa planta empujó con cierto esfuerzo la pequeña puerta y por fin, después de dos largos años estando allí sedado, con charlas interminables sobre que la muerte no es más que parte de la vida y de miles, miles de pastillas que lo hacían alucinar, por fin pudo sentir la libertad en los mas mínimos centímetros de su piel.

Damon miró de un lado para otro para asegurarse de que realmente estaba solo y cerrando su chaqueta hasta su nariz comenzó a caminar a paso lento por aquel callejón que parecía un pequeño laberinto lleno de basuras y desechos.

Antes de salir a una de las calles ya vistas por él a pocos metros, se colocó un gorro de lana negro sobre su cabeza para que por si por alguna razón se encontraba con alguien conocido a esa hora, pues esas cosas suelen pasar, no lo reconociera en ningún sentido.

Caminó, caminó y caminó aproximadamente diez cuadras con su camuflaje hasta que detuvo un taxi pidiendo que lo llevara a casa.

Mientras el auto se dirigía a su destino, Damon inconscientemente empezó a recordar momentos como las veces en que Jamie lo llevaba hasta su casa ebrio, la primera vez que vio a Graham sentado en el jardín, el helado de limón, su primera fiesta con él, el árbol, el golpe que recibió de su padre... En ese recuerdo sacudió su cabeza intentando concentrarse en lo que había planeado desde hacia tres meses.

— Es aquí. Tome, quédese con el cambio— y sin decir mas se bajó del taxi esperando a que este se alejara para ingresar al edifico.

Subió por las escaleras, pues pensó que el ascensor haría mucho ruido y lo último que quería era llamar la atención.

Cuando llegó a la puerta de su apartamento su mente volvió a recordarle cuando se fue a vivir a allí solo, la vez en que llevo a Graham después de la muerte de su madre, las cosas hermosas que hicieron juntos, Lisa... Andromeda y su cabello rosa.

"Te veo a las cuatro",  esa voz lo seguía sin piedad y sentía que quería arrancarse la cabeza cada vez que la escuchaba sintiendo una gran culpa por no haberla podido salvar de ese ridículo accidente en auto que vivió el día de la fiesta junto con Abby.

El solo intentar imaginar como ese auto se desvió de la carretera por culpa de una moto que venía a toda velocidad y la cual las hizo salirse de la vía le daba escalofríos.

Apretando sus puños golpeó finalmente la puerta esperando a que no fuera muy tarde para volver.

No hubo respuesta la primera vez así que lo intentó un poco más fuerte la segunda y por los delgados espacios de la puerta vio como se encendía una luz desde adentro.

Damon sintió como alguien lo observaba y sintiéndose intimidado bajo su mirada a sus pies.

De repente escuchó como se quitaban los seguros un tanto rápidos y vio con timidez como la puerta se abría con un Graham mas delgado, pálido, con ojeras marcadas y el cabello ya con algunos tintes grises.

Sus pagadas miradas se encontraron pero ninguno de los dos dijo nada. Absolutamente nada.

El rubio entró lentamente en el que fue su hogar y buscó el sofá que había sido testigo de todas las historias allí vividas.

Bueno, no de todas. Aun faltaba una mas.

Graham se sentó frente a él observándolo con sorpresa y tristeza sintiendo a la vez como sus palabras salían a través de su mirada.

Un largo, largo silencio de una charla visual fue interrumpida por la voz del rubio.

— Necesito pintar— dijo agotado.

El castaño se levantó alcanzándole sus materiales para luego sentarse de nuevo frente a él sin emoción alguna.

Unas cuatro horas pasaron.

Graham se había rendido ante el sueño y Damon, un tanto lucido, terminó su pequeña pintura dejándole una nota en una de las esquinas de la misma.

Después de cubrir su obra miró a la ventana asustado ante el relámpago que lo sorprendía y que le daba paso a una fría lluvia de madrugada.

Se levantó para observarla mejor pero el corredor junto con las habitaciones llamó su atención.

Se dirigió a este dudoso de sí y mas recuerdos lo atacaron pero algo por dentro quemo inmediatamente cuando paso justo al frente de la que por quince años fue la habitación de Andromeda.

Se quedó frente a ella por unos minutos y notando que el castaño aun seguía durmiendo decidió entrar quedando estático ante la cama de ella.

No pudo aguantar las lágrimas y un ataque de pánico se apodero nuevamente de él. Ni el mejor medicamento o pastilla podría calmar su dolor en esos momentos.

Gritó, como en los primeros días del hospital y sin poder tener control de sí mismo ni de su mente, tomó la lámpara que estaba en la mesa de noche para empezar a destruir todo a su paso.

— ¡A las cuatro! ¡A las cuatro!— gritaba con desespero viendo ante si como todo se hacia trizas hasta que sintió como unas manos temblorosas lo sostenían por su espalda intentando calmar su gran locura.  

— ¡Damon! ¡Damon, por favor escúchame! ¡Escúchame!— le gritaba Graham con su voz temblorosa y sus ojos rompiendo en llanto— ¡No eres el único que la extraña! ¡El único que no ha podido olvidar ese maldito día! Tú no sabes como me ha dolido... como me ha dolido y como aun no creo que nuestra hija, lo más preciado que teníamos, se ha ido.

Soltándolo inmediatamente se dejó caer ante los destrozos y colocó sus dos manos en la cara para llorar sin ser visto.

Damon reaccionó y observó todo a su alrededor con sus pupilas dilatadas para luego posarlas sobre Graham y sentarse junto a él un tanto débil.

— Todos los días paso por esta habitación y podría decir, sin sonar loco, que aun la siento. Que aun siento su risa, su llanto... Su voz— se retiró sus manos para frotarlas entre sí— Yo no tengo ni la mas mínima idea de como un dolor tan grande se olvida, Damon. Ni siquiera con mi madre aun lo he podido entender.

El rubio sintió en sus mejillas frías lágrimas de un llanto silencioso y tuvo deseos de abrazarlo pero se detuvo al ver que su mano sangraba un poco por el foco roto de la lampara que sin darse cuenta se había clavado cuando destruía todo en medio de su ira y duelo.

— Ambos necesitamos... Necesitamos ayuda— hablo finalmente Damon logrando que el castaño levantara su rostro a él.

— ¿Qué ayuda podrá servirnos para esto? Ya la perdimos a ella y ahora yo te estoy perdiendo a ti.

— ¿A qué te refieres con que me estas perdiendo? ¡Graham! Si me escape fue por porque tú eres la única persona que puede aliviarme— le reclamó pero de inmediato el ya nombrado negó colocándose de pie caminando a paso lento hacia la puerta.

— Dames, me estas pidiendo ser tu alivio cuando estoy igual de roto a ti, ¿qué clase de alivio te puedo brindar?— lo observó con tristeza saliendo de ahí.

Damon se quedó analizando eso sabiendo que él no se equivocaba con lo que acaba de decir. Un duelo tan grande dependía de una cura igual de grande y su cabeza, erróneamente dañada por el dolor, solo le mostraba que la única solución posible a algo así era apagar fuego con fuego aunque aquella acción implicara ser un egoísta ante todos.

Incluso ante sí mismo.

¿Qué tan difícil puede ser? Donde viven las historias. Descúbrelo ahora