Capítulo 1 (Editado)

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Los recuerdos hacen parte de nosotros, son nuestro pasado o parte del presente que posteriormente se convertirá en pasado e incluso, pueden llegar a cambiar nuestra esencia, quienes somos y quienes seremos; como me sucedió a mí.

Algunas veces he escuchado hablar de algo llamado los momentos inolvidables y debo admitir que quizá hace unos años llamaría "momento inolvidable" a esos eventos que fueron formidables para mí; que me significaron algo verdaderamente hermoso; pero fui forzado a entender que todos, absolutamente todos los momentos son inolvidables y que desgraciadamente mi memoria ha guardado los momentos más terribles de mi vida, como el evento que ocurrió aquella fría tarde de otoño, instante en el que mi mundo se derrumbó, momento en el que el sufrimiento se volvió parte de mi historia.

Aquel atardecer en el que toda mi vista se tornó roja, aquella puesta de sol en la que una mariposa revoloteaba en círculos sobre mi cabeza y luego de unos segundos reposó en una rosa roja para que después mi vista se nublara, se oscureciera y perdiera el conocimiento.

Y entonces, desde aquel suceso mi vida cambió, ya no soy el mismo; mi memoria se manchó de sangre y esta se convirtió en mi historia:

Y de nuevo allí estaba yo, una vez más, igual que siempre, tumbado en los fríos y sucios suelos de mi habitación tratando de olvidar aquel terrible momento, aquel maldito pasado que me aturdía y me hacía la vida miserable, aquella bestia que desde niño me perseguía pero que ahora se había hecho mucho más fuerte. Pero era completamente imposible para mí.

El aire entraba por las pequeñas grietas que estaban en mi ventana causando en mí un inmenso frío. Intenté abrigarme pero el helado clima no dejaba de atormentarme, así como mi pasado, aquel pasado que me perseguía hasta el punto de llegar a ser mi tormento, mi pesadilla e incluso mi infierno.

Muchas personas piensan, no, no piensan, dicen, no, no dicen, ¡aseguran! que las heridas se sanan, que las heridas se convierten en cicatrices pero no es así o por lo menos en mi caso es muy diferente; las heridas de mi ayer siguen abiertas, aún arden, sangran y duelen de una manera impresionante.

Olvidarlo, sería una opción, dejarlo atrás sería una alternativa para seguir con vida. Pero no podía, cada vez que ante mis ojos aparecía una mariposa o una rosa, me invadían los recuerdos, esos crueles recuerdos que atribulaban mi mente y me hacían sufrir, recuerdos que alteraban mi equilibrio nervioso causando un descontrol de todo mi cuerpo.

Mi nombre es Richard Martínez, tengo veintiséis años de edad y sufro de esquizofrenia, esa extraña enfermedad mental que no te permite muchas veces tener noción de la realidad y la imaginación. Gracias a ella tengo alucinaciones y persecuciones que solo suceden en mi mente, que de hecho, perecen muy reales. Podía ser Alzheimer, retraso mental o incluso macrocefalia; ¡pero no!, tenía que ser esquizofrenia. La enfermedad que envió mi vida a un infierno.

Había pasado ya algunos meses, desde aquel otoño la cual no quería recordar, pues sabía muy bien que si lo hacía empezaría a tener uno de mis ataques esquizofrénicos y me haría daño.

No miento cuando digo que normalmente cuando tenía uno de mis locos ataques no recordaba nada de lo que hacía, solo sé que me lastimaba porque en el momento en el que volvía estar lúcido me veía muy golpeado, maltratado y encontraba cortadas en mis brazos y piernas.

Desde aquella triste primavera me encerré en el antiguo negocio de licores de mi padre, siendo la cerveza y el agua mi único alimento. No estaba solo, me acompañan las alucinaciones y los recuerdos y de vez en cuando un libro el cual siempre lograba despejar mi mente para evitar evocar los sucesos que había logrado marcar mi vida para siempre.

A este punto ya deberían imaginarse el estado de mi cuerpo, estaba completamente destruido, me hallaba en un estado físico deplorable, parecía un esqueleto viviente, mi antiguo cabello rubio parecía un trozo de carbón, negro, sucio y olía horrible. Pero no me importaba, estaba decidido a seguir aislado del mundo.

— ¡Así estoy mejor! — pensé —. Aquí encerrado, no lastimaré a nadie, excepto a mi mismo, prefiero acabar con mi vida en vez de acabar con la vida de alguien más—.Personas como yo merecen morir. — Era la frase que se repetía una y otra vez en mi mente —. ¡Yo merezco morir!, ¡Yo no debí nacer!, ¿Para qué nací? — grité mientras jalaba mi rubia cabellera —. Soy una porquería de persona — repetía una vez más.

Muchos sentimientos y emociones encontrados me hacían entrar en paranoia, me ponía histérico y también pensar que yo no tenía la culpa de lo que hice. A veces sentía que alguien tomaba posesión de mi cuerpo.

— ¡Culpa de la esquizofrenia! — grité mientras golpeaba la pared que estaba a mi lado.

Y de alguna u otra manera aquel momento se convirtió en el único episodio de mi infeliz vida que recordaba con claridad.

— ¿Por qué la vida me hizo esto a mí? — me pregunté conteniendo las lágrimas en mis ojos.

Me levanté, tomé una cerveza y fui hacia el viejo estante que estaba en la esquina, revisé algunos de los libros que tenía allí, noté que había leído casi todos los libros de mi biblioteca, solo cinco quedaban si leer.

Para ser sincero no sabía que haría cuando terminara del leer todos esos libros...quizá me dedicaría a tirarme en aquel rincón y morir lentamente. Dejaría a mi cuerpo consumirse poco a poco, hasta que mi corazón no diera más. ¡Hasta que mi corazón diera su último latido!

Dejaría que los meses se convirtieran en semanas, que las semanas se convirtieran en días, los días en horas, las horas en minutos, los minutos en segundos, hasta que llegara aquel anhelado momento el que yo, Richard Andrés Martínez Fernández diera mi último respiro para dejar esta vida la cual se resumía en injusticia, dolor y sufrimiento, esta vida en donde ya no había espacio alguno para la alegría.

Me dediqué a leer cuidadosamente los títulos de las cinco historias que estaban allí y una de ellas llamó mi atención: "Unión Eterna".

Saqué el libro del estante mientras acercaba la botella a mi boca y bebía con mucho entusiasmo. Al ver la portada, dos lagrimas salieron de mis ojos y se deslizaron suavemente por mis mejillas, esa portada, esa imagen me recordó a Ariana, sí, a Ariana, el amor de mi vida, esa chica que conocí desde pequeño y que a pesar de mi enfermedad no me apartó, no me discriminó, no me abucheó, ¡no me rechazó! como lo hizo el resto del mundo. Y en ese instante de en el que mis ojos se convirtieron en una cascada comencé a recordar...

— ¡No! ¡No, por favor, no! — grité masajeando mi cabeza con la intención de evitar evocar.

°°°

— ¡Ricky, vino Ari a visitarte! — gritó mi madre desde las escaleras.

Bajé saltando con la capa roja de Súper Man que me había regalado mi padre por motivo de mi cumpleaños, tomé a Ari por la mano y subimos a jugar a mi habitación; jugábamos a todo lo que se nos ocurría, a los caballeros, en la cual ella era una damisela en apuros, a la mamá y al papá.

°°°

— ¡No, Sangre! — grité desesperado mientras lanzaba con fuerza la botella de cerveza.

Mi vista se tornó roja, las mariposas comenzaron a volar por todo el lugar, rosas adornaron la habitación, sangre, sangre carmesí era mi horizonte. Mi vista se oscureció y perdí el conocimiento.

No sé qué sucedió después, solo sentí una aguja atravesando alguna parte de mi cuerpo, era imposible saberlo, mi cuerpo entero dolía.

Cuando abrí mis ojos me hallé en una especie de clínica y me encontraba atado a una cama.

— ¿Qué fue lo que pasó? — me pregunté al ver el lugar en el que me encontraba.

CATARSIS: La vida es un cúmulo de crueles recuerdosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora