C A P I T U L O 9

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¡Hola tú!

Sí, sé que aún no es el fin de semana... Pero adivinen, ¡Tuve tiempo libre entre semana así que me dio tiempo a escribir! Así que actualizo un poco antes hasta el próximo fin de semana (o viernes, si logro escribir algo).  Creo que este es uno de los capítulos más largos que he escrito (8200+ palabras), entra en el top 5. Gracias por vuestro apoyo y comentarios.

PD: Disculpad las faltas ortográficas.


Besos, 

Maddie.


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Aquellos cinco días alejados de todo el mundo y dedicado sólo a nosotros, me parecían como la mismísima gloria. Nada de preocuparnos por inventar excusas sobre con quién estaba, de escondernos de vecinos o tratar de no revelar lo feliz y satisfecha que me sentía. Durante cinco maravillosos días con sus maravillosas noches no tendría que preocuparme de algo que no fuera disfrutar.

Llegamos al hotel muy temprano, pero en lugar de acomodar nuestras cosas o retocarnos después del viaje, en cuanto el botones cerró la puerta tras de sí, nos arrojamos en brazos del otro invadidos por una necesidad y ansia que pareciera que llevábamos varias semanas sin vernos. Nuestras ropas desaparecieron en cuestión de segundos mientras nos dejábamos caer al suelo.

Durante el segundo día, hicimos un verdadero esfuerzo por salir de la recámara para pasear por la playa y sus alrededores. Sin embargo, cuando apenas íbamos en la esquina de la calle del hotel, nos miramos al mismo tiempo y sonreímos al mismo tiempo con complicidad.

—¿Ya habrán arreglado la recámara? —cuestionó Ian con picardía.

Prácticamente regresamos corriendo entre risas y cuando entramos, encontramos la habitación perfectamente arreglada. Aquello quizá tenía poco que ver con una gran velocidad de la recamarera y sí mucho con que yo incumpliera mi promesa de no encerrarme con Ian en un ascensor. Los resultados fueron los esperados por su parte.

Finalmente, al tercer día logramos convencernos mutuamente de la necesidad de disfrutar nuestras vacaciones. También en la forma de recorrer el lugar, conocer los alrededores, nadar en el mar, lo usual. A fin de cuentas, estaban pagadas unas vacaciones en una playa magnífica y lo mejor que podíamos hacer era ver algo más que las paredes y el techo de la habitación.

Como buen deportista y agente, Ian surfeó con gran habilidad mientras yo me dedicaba a tomar el sol. Luego le siguió un juego de voleibol de playa con otra pareja, juego que terminamos perdiendo por un error insignificante por mi parte que a mí me frustró y a Ian le hizo reír.

Justo ahora mientras tomaba algo de sol, Ian estaba sentado en la arena platicando animadamente con un grupo de cuatro niños mientras trataba de ayudarles a dar forma a un castillo de arena, con muy penosos resultados. El castillo estaba totalmente deforme, pero ninguno de los niños parecía prestar atención al hecho y parecían más concentrados en lo que fuera que estuviera contando Ian mientras él intentaba salvar el castillo deforme de los niños, haciéndolos reír.

Era cierto que lo había visto convivir y jugar con Itiel de pequeño y algún otro par de niños a lo largo de los años, pero no fue hasta justo ahora cuando empecé a verle desde otro perfil. Nunca había pensado en él de esa manera, pero ahora estaba completamente segura de que, algún día, Ian sería un magnífico padre. Bastaba con ver la forma en la que los niños parecían adorarlo por ser como uno de ellos, por la paciencia que mostraba y al mismo tiempo la firmeza con la que le indicó a un niño que no se alejara. No estaba segura del por qué nunca había pensado en él como padre, pero ahora no podía quitar de mi cabeza la imagen de Ian cargando a un rubio bebé.

Dulce Venganza ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora