1. Esa sonrisa que me enamoró

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Aún recuerdo el día que lo conocí, y a decir verdad sin quererlo realmente.

Era la primera semana de escuela en la primaria y luego de tener una desgarradora despedida con mis padres porque no quería ir a un lugar sin conocer a nadie, llegué a mi salón. Había decidido que era una buena idea sentarme en los últimos lugares, ahí donde podría descansar sin ser notada, donde podría chismear con mis futuras amistades. Ahí donde nada interesante sucedería.

Estaba ansiosa por saber quién sería mi profesor o quiénes serían mis compañeros y por sobretodo, esperando a que mi futuro o futura compañera de banco se sentara junto a mí. Pero al mismo tiempo estaba asustada, creo que en ese momento era lo único en lo que podía pensar "¿le agradare?" "¿será alta o pequeña?" "¿será una niña amable o un niño malcriado?", más allá de importarme en los profesores o qué iba a hacer en el receso si no conocía a nadie, a mí me importaba mi compañero de banco, no quería que fuese un niño llorón que gritara todo el tiempo.

Pero estaba nerviosa, no miraba a ninguna parte más que el pizarrón blanco. No tenía intenciones de hacerlo tampoco. Así que jugando con el borde de la mesa, sentada en una incómoda posición para evitar hacer un ruido molesto al arrastrar la silla y que todos me miraran, esperé y esperé a que la persona a la que mejor impresión quería dar llegara junto a mí.

No importaba de quién se tratara mientras tuviera las ganas de hacer amistad conmigo, y por supuesto, que fuera tan agradable a la vista para no tener ese incómodo silencio por el resto del año.

—Buenos días, ¿cómo están? Espero que todos ustedes estén muy felices por estar acá. Quisiera que no estén sentados tan lejos, si pudieran acercarse sería genial.

La mujer que nos sonreía, que decía ser la profesora a cargo del salón me apuntaba con su dedo. Y en ese momento no quise mover ni un solo pelo para evitar el bochorno que podría traerme la posibilidad de que esté hablándole a otra persona detrás mío en vez de a mi específicamente. Así que evite su mirada y me oculte mordiendo mis carrillos para concentrarme en eso.

—Niña tú, la del cabello tomado.

La miro y maldigo el pulcro peinado que mi mamá hizo por mí esa mañana, tan engominado que siento que brilla por todas partes a las que voy, y me doy cuenta que la profesora con uniforme deportivo me está hablando a mí.

—Siéntate por acá que estás muy lejana.

Me apunta un asiento más cercano al de ella, casi en la primera fila y quise darme contra la mesa porque quedé al frente del salón, justo bajo la atenta mirada de los profesores. El proceso de cambiarme de puesto fue muy incómodo porque sé que varias miradas estaban puestas en mí y en mi vestimenta, analizando tal vez qué tan largo es el vestido floreado que la abuela me regaló. Es inevitable la sensación de escalofrío recorrerme el cuerpo cuando he podido sentarme ya.

—A ver, muchacho, el del fondo... si tú, ven a sentarte aquí.

Evite voltearme, no sabía a quién llamó o dónde lo mandó a sentarse pero luego de esa sensación de venir hasta acá intente moverme lo menos posible.

De pronto el mismo ruido que quise evitar con mi extraña posición se oye por todo el salón haciéndome voltear la cabeza de la profesora hacia el lugar tan cercano de dónde provenía el ruido.

Y mi corazón dio un vuelco desesperado cuando entre tanta conmoción una perfecta melena castaña me saludó.

—Hola —me dijo.

Al mirarlo, unos hermosos ojos azules me dieron la bienvenida y mis mejillas sonrojadas saludaron en respuesta. Alcé la mano tímidamente, esperando a no lucir rara al saludarlo y susurre, porque aparentemente es lo único que podía hacer en su presencia.

No hay lugar en tu corazón [Sin Editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora