—Chicas no podrán ir al museo con su curso.
Miro desde el otro lado de la habitación como mamá hace un gesto de disgusto al decir esas palabras, y como también las caras de mis hermanas se deforman. El ruido cálido habitual que se oye cada vez que desayunamos todos, se extermina al instante y se reemplaza con tensión.
Han pasado días desde que escuché la conversación de mis padres y no me la he podido quitar de mi cabeza. Las cosas cada vez se hacen más pesadas, mamá no ha querido preocuparme con eso, pero puedo intuir lo que sucede, cada noche que la veo cabizbaja al llegar a casa.
—¿¡Qué!? ¿¡Por qué!? —Reda es la primera en reaccionar.
Ninguno de nosotros quiere tener que explicarle a sus hijas menores, las que estuvieron muy emocionadas por este viaje desde hace un tiempo, que la falta de dinero en la casa es el impedimento para que ellas vayan a la ciudad.
Sin embargo, no podemos seguir pintando todo de rosa, al menos no ahora que las cosas parecen empeorar.
—No podemos costearlo —las palabras salen de forma agria, casi como si la decepción de no poder darle lo mejor a sus hijas caldeaba el ambiente.
—¡Nunca pueden hacer nada si se trata de nosotras! —Lida explota, tirando la cuchara de su cereal sobre la mesa.
No puedo ver su rostro, pero siento que las lágrimas amenazan correr por sus pequeñas mejillas, tan solo por su tono de voz. Ese solo hecho me hace sentir un retorcijón en el estómago.
—¡Pero si fuera Joy la que quiere ir, se lo darían!
En ese entonces era solo una hija de la cual tenían que ocuparse y papá tenía un trabajo estable. Eran otros tiempos, no vivíamos como reyes, pero jamás estuvimos tan mal como ahora.
Tener tres complicó el asunto, y sobretodo cuando la mitad del tiempo mis hermanas estaban en el hospital por algún resfriado o lesiones.
—¡No es justo! ¡No es justo! —Lida comienza a patalear, entre enfurecida y muy triste. Mientras que por otro lado, su gemela, está callada y ausente.
—Niñas, de verdad quisiéramos hacer algo, pero saben que papá no tiene trabajo y yo…
No salen las palabras, a ninguno la verdad. Lida toma de la mano a su gemela y la arrastra hacia el cuarto, gritando lo mucho que nos odia. En el fondo sabemos que no lo dice en serio, pero que lo diga, es suficiente para que sintamos el peso de todo esto.
Mi mamá se queda mirando al pasillo con la mano en la boca para detener sus sollozos. Papá por otro lado suelta un suspiro desganado, y se acerca a ella para confortarla.
—Sabía que no debíamos decirles aun. Mis niñas ahora están decepcionadas de mi, les fallé.
—Ellas entenderán.
Él le soba la espalda y con mucha delicadeza la sienta en el sofá. Las manos de mamá cubren su rostro, de seguro para que nadie vea como llora.
—Yo… tengo que ir a clases —murmuro.
Papá asiente con su cabeza y no me quedo a ver si mamá está de acuerdo también, no soporto verla desmoronarse así. Quizás sea un poco insensible no quedarme ahí para apoyar a mi familia, pero creo que cada uno tiene métodos distintos para afrontar las cosas, uno de los míos es huir de ello.
Al bajar del ascensor, me encuentro con el conserje, quien me sonríe al verme.
—¡Niña! Hace mucho que no te veía, ¿cómo has estado?
Tomo una larga respiración y me preparo para cambiar la actitud, no sería nada lindo que el conserje del edificio se enterara de mis dramas familiares.
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No hay lugar en tu corazón [Sin Editar]
Ficción GeneralJoy llevaba enamorada ciegamente del mismo chico muchos años. Y por más que intente convencerse de que su oportunidad con él llegará, no quiere entender que él no la mira del modo que ella desearía. Durante todo ese tiempo, ese lugar especial en su...