La mañana habia llegado a la habitacion de la feliz pareja, el pelirrojo habia decidido ir a la cama temprano, dejando a un William tranquilo pero al mismo tiempo tenso ante lo ocurrido en el evento de aquella noche.
Admitia que este nuevo reto de tener a un nuevo oponente lo hacia sentirse mas joven o al mismo tiempo lo hacia trabajar arduamente, en una manera simple y despiadada de acabar con aquella mujer, la maldita intrusa que hizo el favor de aparecer en el momento menos indicado para su perfecta luna de miel.
Al abrir poco a poco sus ojos, se dio cuenta primero del sonido del mar apenas un suave susurro a su oído, anunciando una nueva mañana y el inicio de un dia lleno de actividad para los dos que se encontraban plácidamente descansando en aquel hermoso lecho de sabanas blancas y perfumadas almohadas, dignas de unos dioses de la muerte como ellos dos, al voltear su rostro y toparse con un William plácidamente dormido le hizo recordar de inmediato la primera noche que hbaian pasado juntos, su primer y apasionado encuentro.
Describirlo con palabras seria nunca jamas terminar y de eso estaba perfectamente seguro, tal vez las hojas de papel jamas alcanzarían para poder describir hasta el mas intimo detalle, pero su cabeza acabo de destruir aquella dulce y sensual fantasia de su mente, debía de concentrarse en cosas mas importantes, esta vez siendo mas sensato y sin hacer ruido se levanto de la cama, dejando a un hermoso dios dormido en su cama, con un semblante tan tranquilo, sin el maldito estrés y trabajo invadiendo su vida, por primera vez en años quería darle ese pequeño momento de completa paz.
Con este pensamiento tranquilizador en su mente, se levanto colocándose su bata de seda color beige sobre su cuerpo, usando un camision de seda justamente hecho a su figura, caminando a la sala, tomo asiento para usar el teléfono y pedir servicio a la habitación.
Aunque anoche hubiera querido hacer el amor con Will sabia que seria algo completamente imprudente, usando el sexo como excusa para no pensar en los problemas no ayudaba, solo lo hubiera arruinado y quizás ningúno de los dos hubiera quedado complacido con ello.
Mientras esro sucedia, en la mansión Phantomhive reinaba un ambiente ligeramente tenso, ya que el conde dueño de aquella preciosa mansión que antes pertenecia a sus padres y ahora el debía de atender se encontraba psando por un momento de estrés y presión como solia suceder cuando la reina Victoria necesitaba de su ayuda aliada con la mansión James.
Ultimamente cada misión a la cual era llamado junto a su mayordomo Sebastian le daba la ligera sensación de que algo faltaba, debía de admitir algo.
Extrañaba un poco al pelirrojo, a veces sus locuras y extrañas poses de diva hacían aun mas divertido y entretenido su trabajo, y no tan serio y tenso como le estaba pasando justamente en aquellos momentos, definitivamente lo echaba mucho de menos, con un suspiro lleno de cansancio y con pesar, había escrito una carta de su puño y letra mas que lista para ser enviada a la reina de inmediato.
Sebastian sin hacer el menor ruido había entrado al despacho de su joven amo para servirle su te y rebanada de pastel como cada dia. Dejando la bandeja sobre el escritorio y sirviendo los alimentos con sumo cuidado y elegancia decidio iniciar aquella conversación.
-Termino la carta para la reina. ¿No es verdad, Bocchan?.-
-Si, todo salio perfecto, co,o suele hacerlo la mansión Phantomhive.-
-La entregare de inmediato a su majestad.-
- Sebastian, no tardes en hacerlo.-
Al tomar aquella carta junto con el sello de la familia del joven conde, decidio estudiar el semblante de su amo, buscando respuestas ante su comportamiento tan extraño en estos últimos días, cuando terminaba de todos sus compromisos por las tardes se paseaba por aquel extenso jardín, con su semblante aun mas frio de lo normal.
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Secreto CarmesiGrell x William Kuroshitsuji
FanficPrologo Grell Sutclift mejor conocido en el Despacho General como el responsable de los dolores de cabeza y por supuesto horas extras de trabajo que le da a su jefe, el mas organizado de todos, William T. Spears, pero un dia esta rutina cambia de go...