Capítulo 3

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“¡Sabía que Tess estaba viva! Pero, ¿cómo es posible que haya aguantado casi tres meses con semejante lunático? A no ser que… ¿Y si Kyres tuvo algo que ver con el hecho de que mi percepción de Tess se redujera a tan solo saber que ella seguía viva?”

Volví a casa a duras penas. Estaba, sinceramente, derrotada. Aunque el poder de mi colgante no había bajado hasta límites catastróficos; me dolía la cabeza por el golpe, lo que me producía un insoportable mareo.

“Pues menos mal que llevo un par de meses en el gimnasio entrenando mi forma física. De lo contrario estoy segura de que Kyres me habría dejado en peor estado”, había pensado mientras me cambiaba de ropa y me echaba en la cama para dormir algunas horas.

También, recapacité que por otro lado, Kyres era de Mysticland, un Hijo del Frío concretamente. Por lo que me había contado mi abuela sobre ellos a principios de verano, ambas castas eran superiores a nosotros, aunque humanos. Podían hacer magia, como Kyres o utilizar una innovadora ciencia, como la que usó Minerva para crear los poderes que habían caracterizado a wiccanas y silbalianas. Así que en resumidas cuentas, era muy poderoso y empecé a plantearme si Tess estaría de su lado, lo cual empeoraba las cosas.

De una u otra forma, terminé cayendo en un apacible sopor. Seguramente, fue la vez que más y mejor dormí en todo el verano.

∞∞∞

La falta de sueño acumulada hizo que no me despertará con los rayos de Sol, como era costumbre. Tampoco me había puesto la alarma, como gran parte de las mañanas de aquel verano. Fue incluso peor: alguien me estaba llamando por teléfono.

Suspiré con cierta amargura. ¡Para una vez que dormía bien! Cogí el móvil de mala gana de mi mesilla de noche y descolgué sin mirar quién llamaba.

-Hmm… ¿quién ha sido el imbécil que ha tenido la escasa bondad de despertarme una dulce mañana de verano perfecta para dormir? –mi sarcasmo se notaba a kilómetros, pero no creí que mi interlocutor se pudiera enfadar puesto que estaba casi segura de que sería Kevin o JJ. Para mayor desgracia, no era ninguno de los dos.

Al otro lado del móvil, Farrow carraspeó como si no hubiera terminado de comprender mi pregunta retórica.

-Disculpe señorita Miller, pero creo que no la he escuchado bien, ¿podría repetir?

-Mierda… -murmuré en voz alta para mí-. Disculpe, creí que era otra persona. No estoy muy acostumbrada a que mi profesor de biología me llame durante el verano.

Por algún motivo, le oí reírse por lo bajo brevemente.

-Tiene suerte de que ahora no sea su profesor, sino simplemente un agente de una organización muy secreta.

-Todo muy normal –ironicé sin malicia-. Y bueno… ¿qué ha ocurrido para que decida llamarme a las… -hice una pausa para mirar el reloj- nueve de la mañana?

-Esto le va hacer más gracia a usted que a mí… –no le comprendí del todo, pero aquello prometía-. Pero antes de todo, le voy a pedir que no avise a sus amigos de que acudan al puerto ya que se trata de un asunto de gran importancia y usted puede resultar vital para los acontecimientos que se avecinan –hizo una pausa antes de seguir hablando, como si tuviera que rectificar su petición-. Aunque conociéndola, seguro que hará lo que le dé la gana, sin embargo, es mi obligación avisarla.

Me recosté sobre la almohada y aparté a mi gata, Azabache de mi espalda. Ella se levantó y volvió a tumbarse junto a mis pies para seguir dormitando durante un rato más.

-¡Qué bien me conoce! –exclamé.

Farrow suspiró con pesadez.

-En fin… la espe… -paró para rectificar- les espero a los tres en el puerto dentro de una hora. Sean puntuales, a ser posible.

La Hechicera: El enigma del quinto cristal ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora