Uno

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"No voy a pagarte la universidad".

Esa frase no era ninguna sorpresa para mí, de hecho, cuando decidí hablar sobre mi futuro con mi mamá, tenía en cuenta que esa sería su respuesta.

"Lo sé, y lo entiendo, es por eso que he buscado algunas universidades públicas cerca de aquí. No tienes que preocuparte por nada, mamá", la miré en busca de una negativa, pero asintió, esperando a que continuara. "También aplicaré para una beca, es difícil, pero sé que lo puedo conseguir, eso logrará cubrir totalmente mi carrera".

"¡Ahí está! Tu sola lo has dicho, Adelaide. La beca cubre únicamente tu educación, pero dime, ¿qué hay de tu estadía? Porque debes saber que ninguna universidad queda a menos de dos horas de aquí, sea pública o no", me dirigió una mirada de enfado y añadió: "Además no sé porque tanta insistencia, aún tienes un año para pensar si de verdad es lo que quieres. Tal vez al final te das cuenta que los estudios no son lo tuyo".

Ignoré sus comentarios y me apresuré a tomar todos los folletos de universidades que había dejado en la mesa frente a ella y que por supuesto no se había molestado en leer. "Tengo que hacer tarea", dije una vez que terminé. Me giré para salir de la cocina, pero antes de poder dar un paso fuera de esta, mi mamá habló.

"Si te apresuras con los deberes, me puedes ayudar a empaquetar las mermeladas que faltan, y si aún es temprano podemos ir a repartirlas". Sonreí y me giré para verla.

"Me daré prisa".

Iba a salir corriendo hacia mi habitación cuando escucho que me llama de nuevo, esta vez en un tono más suave. "Addie", asentí sin girarme y continuó: "Cuando tu padre vuelva, le comentaré sobre nuestra conversación".

Dicho esto corrí hasta llegar a mi habitación y me tiré en la cama, arrugando las hojas que había ahí. No haría tarea, esperaría diez minutos y bajaría a ayudar a empaquetar las mermeladas. Es mi actividad favorita, me encanta prepararlas con mamá, adornarlas y salir a repartirlas cada sábado por la mañana. Este no sería distinto a los demás.

"¡Adelaide!", escucho el grito de mi mamá y me levanto de la cama. "¡Tu hermana ha traído el auto! ¡Date prisa antes de que lo tome de nuevo!"

Me apresuré a ponerme los zapatos y bajé corriendo las escaleras. No me detuve hasta que llegué al carro y me subí en el lado del copiloto, mamá lo puso en marcha y miró por el espejo comprobando que no había nada detrás. Bajé mi ventanilla y hablé: "¿A dónde iremos primero?".

"He hablado con tu padre", suelta bruscamente al mismo tiempo. La miré sorprendida pero no me atreví a interrumpirla. Quería saber todo acerca de cómo se encontraba papá, su trabajo lo hacía viajar mucho y casi no lo veíamos, por lo que una llamada suya era lo más cercano que teníamos. "Me ha preguntado como estabas".

Sonreí ampliamente y giré mi cuerpo para poder ver a mi mamá. Tenía las cejas arrugadas y la boca apretada en algo parecido a una mueca de enfado. No sabía si preguntar más a fondo o no sobre la llamada con papá, deseaba saber qué es lo que había dicho pero la tensión en el rostro de mamá no me decía nada bueno. Traté de disimular mi sonrisa y ponerme seria. "¿Ha pasado algo?".

"Le conté sobre nuestra charla", me miró de reojo y continuó: "Está de acuerdo conmigo en que no podemos pagarte la universidad". Detuvo el auto y me miró, esperando mi reacción. "Ni siquiera una pública".

"Cuando vuelva se lo explicaré todo como lo hice contigo. No deben asustarse por nada...".

"¿A caso no entiendes?", me interrumpió elevando el tono. "¡No quiero que fastidies a tu padre con todas tus estupideces! No sé quién te ha metido estas ideas en la cabeza, y ay de ti que me entere que estas en contacto con esas niñas liberales".

"¡No son estupideces!", sus ojos se abrieron a tope.

"¿Qué dijiste, Adelaide? ¡Lo que me faltaba! ¡Que ahora digas malas palabras!". Se estiró al asiento de atrás y puso una caja llena frascos de mermelada en mis manos. "Entrégalos, y esta conversación queda cerrada".

Me bajé al mismo tiempo que ella y esperé a que pusiera la alarma del carro. "Nos vemos aquí como siempre, ¿llevas tu celular?", asentí y me despedí con la mano.

Nuestra casa estaba a las afueras del pueblo por lo que cada sábado conducíamos hasta el centro de este y estacionábamos allí. Después cada una repartía la mermelada por diferentes lugares: a mí me tocaban las casas y a ella los pequeños negocios.

Toqué la puerta de una de las últimas casas de mi recorrido. Una sonriente señora Lexington abrió. "¡Adelaide! Justo estábamos preguntándonos a dónde estabas. Aunque has llegado antes que otras veces". Dijo haciéndome espacio para entrar.

"Lo que pasa es que muchas familias no se encontraban, he oído que salieron del pueblo". La seguí dentro y saludé a su esposo.

Los Lexington eran personas encantadoras, vivían solos desde hace ya algunos años, cuando el último de sus hijos entró a la universidad. Era mi casa favorita por visitar, siempre me invitaban a pasar y charlar un rato.

"¿Has pensado sobre lo que estudiarás?", me preguntó el señor Lexington sentándose al lado de su esposa, frente a mí.

Negué con la cabeza. "Aún no se que quiero, pero es un hecho que entraré. Aún estoy tratando de convencer a mamá".

"¿Es que tu mamá no quiere que estudies?". Me giré sorprendida de escuchar otra voz. Creí que estábamos sólo los tres.

Un hombre estaba saliendo del pasillo que conducía al baño. Nunca antes lo había visto, y de haberlo hecho seguro lo recordaría. Era alto, tenía el cabello castaño algo ondulado y sus ojos eran de un verde impresionante. Sonrió en mi dirección y se inclinó estirando su mano. "Soy Harry", dijo estrechando mi mano y depositando un cordial beso en mi mejilla. "Un gusto".

"Adelaide", sonreí con los labios sellados. "El gusto es mío".

Adelaide |HS|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora