Veintiuno

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Nuestras respiraciones estaban volviendo a la normalidad cuando Harry levantó los brazos y descansó las palmas de sus manos sobre mi cabello. Enredó sus dedos en él y tiró hacia arriba.

“¿Sabes cuál fue el primer libro que leí?”, preguntó con los ojos entrecerrados. Negué con un movimiento de cabeza y fruncí el ceño confundida. “Romeo y Julieta”, respondió con los labios curvados en una sonrisa de lado.

“¿Lloraste?”. La burla en mi voz lo hizo enarcar una ceja.

“Me niego a responder eso, niña entrometida”, susurró con su tono de voz ronco y sensual, haciéndome soltar una risita nerviosa cuando sus ojos se clavaron en mi cara. Intenté alejarme de su inspección, pero Harry fue más rápido y hundió los dedos en mi cabello, dejando que una de sus grandes manos sostuviera la parte posterior de mi cabeza.

Mordió sus labios antes de comenzar a recitar algo que reconocí como Shakespeare: “Ojos mirad por última vez”. Apretó mi nuca y me hizo tirar el cuello hacia atrás con lentitud. “Brazos dad vuestro último abrazo”. Se inclinó un poco y dejó que los dedos de su mano libre recorrieran con lastimosa lentitud una de mis piernas. Se detuvo en la parte trasera de mi rodilla y le dio un ligero apretón antes de jalarla hacia su cuerpo. “Y vosotros, labios…”. Tenía la respiración agitada de nuevo y mis ojos parecían empeñados en contemplar al hombre frente a mi. “Puertas del aliento…”. Sus dedos se clavaron con fuerza en mi pierna y me empujó más cerca. “Sellad con legítimo beso una concesión sin término a la muerte rapaz”. Y con un ágil movimiento atrapó mi labio inferior entre los suyos, succionando con suavidad. Cerré los ojos, incapaz de mirarlo mientras me besaba, y me acerqué más a el.

Nuestros pechos juntos y su aliento caliente chocando contra mi boca en el momento que se separó para murmurar: “William Shakespeare”.

Contuve la respiración, intentando que no notara mi agitación al preguntar: “¿Sueles declamar en todas la citas?”.

“Sólo en las auténticas”. Fijó los ojos en la piel de mis brazos y segundos más tarde, cuando agachó la cabeza, lo sentí clavar los dientes en mi garganta, dándome una mordida lenta y suave que me hizo apretar mi cuerpo más cerca del suyo, desesperada por aliviar lo que comenzaba a crecer dentro de mi.

Retozamos sobre el sillón hasta que el sol comenzó a caer y Harry decidió que era hora de llevarme a casa. Se puso de pie, me tomó de las mejillas y rozó mi frente con sus labios.

“Tengo algo para ti”, dijo dándome la espalda. Se giró hacia una de las estanterías y rebuscó entre las cosas, apartando los portarretratos y moviendo las decoraciones de cristal, permitiéndome ver la piel de su espalda cada que se estiraba. “Este…”. Levantó uno de sus brazos. “Es el libro del que te hablé hace un rato”. Se dio la vuelta y extendió una de sus manos en mi dirección. Había un libro viejo entre sus dedos. Lucía más abultado de lo normal por las páginas, que además de amarillentas, parecían dobladas. “Es tuyo ahora”. Golpeó mi frente con el antes de soltarlo sobre mis piernas.

“Espero sea tan bueno como la película de DiCaprio”. Soltó una carcajada y le sonreí. “Gracias, Harry. Que lindo detalle”.

“Bah, bah…”. Agitó sus manos  con desdén, como si no fuera la persona más encantadora del mundo. “Será mejor que nos vayamos antes de que te pongas cursi”. Entrecerré los ojos y di un puñetazo en su brazo cuando estuve a su lado.

Agradecí que Harry hubiera tomado el camino más largo porque me encantaba pasear con el. Verlo jalar el cinturón de seguridad cuando molestaba en su cuello, o sus brazos tensos cada que giraba el volante. Incluso se veía guapo cuando, tratando de ver en la distancia, entrecerraba sus ojos tan fuerte que casi no se veían y aparecían arrugas alrededor de ellos.

Adelaide |HS|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora