Capítulo 25. Roberto y Andrés, 3º A

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A duras penas abro los ojos cuando son poco más de las seis de la mañana, y aunque solo he dormido cuatro horas el ruido de gritos, golpes en paredes y puertas al cerrarse no cesan. Roberto y Andrés están discutiendo, pero aunque algo me habían dicho el echo de vivirlo hace que me entren los nervios, porque el tono de la discusión aumenta, más si me levanto en dirección al salón donde los gritos son más fuertes, si bien estos vienen acompañados de los insultos, palabras difíciles de reproducir por lo hirientes que son, frases que siempre van en una dirección con el mismo origen, Andrés, puesto que el ímpetu inicial de Roberto se va diluyendo a medida que el de su compañero crece. Para llegado el momento terminar todo tal como empezó, de repente, justo antes de que la puerta de casa suene al tiempo que se oye el ladrido del perro. Impotente por la situación mi única salida es llamar a la puerta de Patricia, que me abre para asentir en silencio como si supiera que le voy a decir.

—Vamos— me dice al tiempo que me sujeta por la mano, tras lo cual cierra la puerta de su casa en dirección a la escalera.

—A donde?— le pregunto ante la sorpresa inicial, —a ver a Roberto— me dice al tiempo que detengo nuestro avance.

—Pero que estas diciendo...— la digo mientras niego a moverme, —...pero como vas a ir a una casa donde acaban de discutir— termino por comentarle antes de que Patricia se gire hacia mi.

—Es lo que se espera de los amigos...— me dice si bien sigo quieto, —...pero entendería que no quisieras venir—.

—No es eso...— la respondo antes de pensar en la siguientes palabras a decir, —...pero no se que podría hacer en esta situación—.

—Tal vez no puedas hacer nada, o tal vez el echo de estar ahí valga mucho más de lo que piensas—. Me dice ante la caída completa de mi resistencia sobre este asunto, así que tras agachar la cabeza sigo junto a ella mientras me sostiene la mano.

«DIN-DON» suena el timbre de la puerta tras lo cual esperamos unos instantes que si bien parecen eternos no son tal, hasta que una vez abierta la puerta Roberto se lanza a los brazos de Patricia en un llanto prolongado, para una vez separados repetir el gesto conmigo.

—Pasar—, nos dice un Roberto demacrado en el que se puede apreciar los restos de las lágrimas vertidas, a medida que le seguimos hasta la cocina se pueden ver los vestigios de la batalla campal que se ha producido minutos antes en el salón.

—Pasar—, nos dice un Roberto demacrado en el que se puede apreciar los restos de las lágrimas vertidas, a medida que le seguimos hasta la cocina se pueden ver los vestigios de la batalla campal que se ha producido minutos antes en el salón

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—Perdonar por el desorden— se justifica un Roberto afligido al tiempo que nos coloca un par de sillas en la mesa central de la cocina.

—Que grande y luminosa— le digo a modo de observación con la idea de cambiarle de tema.

—Algún café o infusión?— Nos pregunta mientras a su lado se encuentra una taza con doble ración de tila.

—Que ha pasado?— Pregunta directa Patricia a un Roberto que la observa en silencio.

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