IV. De Utopías •

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Iris, por una vez en su vida, se quedó callada. No sabía que Noah vivía solo desde tan joven, cuando había vuelto de Rusia, a los 18. No sabía que lo había criado su tía, que había crecido junto a su prima Katya, porque sus padres lo habían abandonado cuando era un bebé. No era tan cercana a él como para saberlo.

—¿Y tú cómo lo sabes? —Le susurró la chica a Marco.

—El que habla poco escucha muchas cosas, hermanita.

Y dicho esto, Zen volvió a bajar la vista hacia su libro y no dijo nada más. Pero Iris se quedó pensando en que tal vez podría haber sabido esas cosas de Noah si no hubiese sido tan indiferente, y que tal vez había cosas que no sabía de la propia Margo, su mejor amiga, o incluso de Zen.

* * * *

Cuando Noah despertó, le dolían tanto las sienes que pensó que al abrir los ojos vería todo borroso o negro, pero se equivocaba. Todo lo veía bien definido y los colores resaltaban brillantes. Parpadeó ante su molesta nueva percepción de las cosas, y todo volvió a la normalidad.

Miró a sus lados. A su derecha estaba el pasillo y luego otra fila de asientos, ocupada por personas que hablaban en cómodo ruso. A su izquierda, Margo y Logan dormían. La chica estaba hecha un bollo tanto como se lo permitía el cinturón de seguridad, se tapaba con la manta que le correspondía a su asiento, y también con la campera de Logan. En ese momento Noah se dio cuenta de que su amigo no tenía ninguna manta en su asiento, y de que por consiguiente, estaba durmiendo sin abrigo y con la piel de gallina.

Riendo, Noah tendió su propia manta sobre los hombros contraídos de Logan, que se acurrucó como un niño pequeño de cara a él. A veces pensaba que su amigo era inocente y bondadoso como un infante, pero luego lo veía perdido en sus pensamientos durante horas, llenándose los pulmones de humo de tabaco, y dudaba de ello.

Alejó esos pensamientos de su cabeza y sintonizó en la pequeña pantalla una serie a la que en realidad no prestó mucha atención, para matar el tiempo. Aquel fue el primer asesinato.

* * * *

Si el grupo de amigos creía que ya conocía el frío con el que Rusia los recibiría, todos estaban muy equivocados. Ni bien salieron del aeropuerto, San Petersburgo los golpeó con su viento húmedo y helado y una nevada constante. Noah agradeció por lo bajo que Charlie tuviera su propia ropa de hurón, pues aquello, en pleno día, era un clima muy fuerte incluso para Rusia.

—Spasiva, Katya —Noah colgó el teléfono. Sus amigos lo miraban expectantes, exhalando nubes de vapor y temblando de frío. Charlie se le subió a la cabeza y se acurrucó con el pompón de su gorro de lana—. Ha dicho que mi camioneta está aquí en el estacionamiento —anunció dirigiéndose a las cuatro personas que lo acompañaban—, pero que no recuerda exactamente dónde.

Se produjo una queja general. Logan maldijo en voz alta y Margo hizo un puchero. Al grupo no le quedó más remedio que atravesar el estacionamiento repleto de coches nevados, apuntando con las llaves de Noah hacia todos lados mientras oían Walking On Sunshine de la voz de Iris. El alivio se hizo presente cuando hallaron una reluciente camioneta blanca y negra que comenzaba a acumular nieve en el techo.

—¡Mi amada! —Logan corrió e hizo el intento de abrazar la Jeep con los brazos abiertos, pero retrocedió en cuanto el frío metal golpeó su pecho. Sonrió para sus amigos que reían, y abrió la puerta trasera a los tres que quisieron entrar. Él, que había levantado el ánimo del grupo, tomó el asiento de conductor y Noah, muy en contra de su voluntad, el de copiloto.

—Díganme que iremos a comer, por favor. —Pidió Margo.

–Solo tienes que pedirlo. —Le respondió Noah de inmediato, y la chica sonrió. Ella sabía que la respuesta de Noah probablemente se debía solo a que el joven tenía hambre, pero de todas maneras, obtener aquella respuesta de un chico que usualmente parecía exasperado con su presencia le afectaba para bien.

LUPUS 2 | Las Bestias despiertanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora