Confesión

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Quedaban unos días para realizar nuestro asalto a Venecia. Una nave nos dirigiría allí en el día y esperaría por nosotros cerca en la noche, cuando se empezaría la operación.

Angela encontró una tarde libre y decidió dedicármela a mí. Al fin y al cabo estábamos en su tierra natal y estoy segura de que le encantaría enseñarme el lugar. Me mimó mucho, como si hiciesen siglos desde que no nos veíamos. Fuimos a la ciudad de Zúrich y me dejé guiar por ella mientras me contaba problemas del trabajo y nos reíamos de algún que otro trabajador de Overwatch. Después de la tristeza hay que saber sonreír.

—Moira, una pregunta. -me detuve pensando que sería una pregunta simple-. ¿Cuándo conoceré a tus padres? Quiero decir... llevamos más de 2 años juntas y...

La pregunta me sorprendió enormemente. Mis padres... hace tiempo que me echaron de casa. Fui una deshonra para ellos una vez que intenté experimentar conmigo misma. En el fondo les tenía aprecio, no era su culpa ser unos ineptos y no aceptar a su hija por algo así. De hecho, hace tanto tiempo que no piso mi hogar natal...

—Están algo lejos, ¿no? Ya sabes, aquí eres tú de Suiza, no yo.
—Sí... Oye, ya que estamos en Zúrich... ¿quieres conocer los míos? -preguntó con un brillo en los ojos.
—Amm... -strike uno-. No se me dan muy bien la visita a los padres de los demás, pero... -sus ojos indicaban un strike dos-. Esta bien, iré.
—¡Bien! ¡Vamos! -me abrazó el brazo y me dejé guiar pues no me quedaba más remedio.

Con conocerles no sabía que se refería ahora. Suspiré y continué mi paso. Cruzamos diferentes calles y callejuelas. Estaban llenas de gente. No entendía muy bien que tramaba Mercy, pero me asustaba.

Llegamos hasta una plaza y visitamos una floristería. Me parecía demasiado presentarme en casa de sus padres y ofrecerles unas flores, pero me negué en rotundo a preguntar y la dejé continuar. El señor de la floristería empezó a hablar con Angela en alemán. Lo único que pude entender fue él pronunciando su nombre, me atrevería a decir que se conocían de antes. Arqueé una ceja pues mis conocimientos sobre su idioma eran nulos. En un momento parecieron mirar para mí, pero disimulé oliendo otras flores.

Finalmente salimos juntas con un ramo de crisantemos y lirios de tonos blanquecinos. Eran bonitas, pero no entendía porque compramos justo ese color. Esta vez me tomó de la mano derecha y siguió guíandome hasta afueras de la ciudad. Apenas había un par de casas o algún edificio. Subimos unas pocas escaleras y nos hallabamos en una parcela rectangular, rodeada por vallas metálicas. Un montón de lápidas descansaban en el lugar. ¿¡Por qué Angela me había traído aquí?!

—¡Au! Moira tu mano... -exclamó Angela pues mi mano derecha había roto el guante y estaba empezando a dañar sus células.
—Perdona, sweetie... Me he puesto nerviosa, no visito muchos cementerios. -le besé la mano como disculpa.

Ella sonrió y me dio un beso en la mejilla. Avanzamos hasta que llegamos a dos lápidas contiguas. Ambos compartían el mismo apellido "Ziegler" y la misma fecha de muerte, hace 24 años, mismo año en el que la primera Crisis Ómnica desvastó varios lugares del mundo.

¡Hallo Papa und Mama! Os traigo una muy amiga mía. Bueno, y algo más... -se rió mientras cambiaba las flores de los jarrones y el agua de los mismos, además de colocar los nuevos lirios y crisantemos-. La verdad siento no habérosla presentado antes, el trabajo me mantiene muy ocupada y lejos de aquí...

Mientras Angela hablaba a las lápidas un nudo se formaba en mi garganta. No sabía que hacer, no me imaginaba esto en absoluto. Simplemente me acerqué por detrás y la abracé. Nuestras respiraciones se entrecortaban.

—Vaya... hacía tiempo... que no me pasaba... -agudizó su voz y me percaté de como sus gotas bajaban por sus mejillas rosadas.

La consolé besándola en las mejillas y limpiándole las lágrimas. Colocó su cabeza en mi pecho y le acaricié la cabeza. Pasado un rato acabamos abandonando el lugar. Angela consiguió calmarse un poco, pero no pronunció ninguna palabra.

Estabamos sentadas en las escaleras rodeadas de esa mezcla entre lo urbano y lo rural. El ambiente era apacible y tranquilo. La brisa ondulaba con cariño la coleta de mi novia. De repente la paz se esfumó por completo. Su teléfono móvil comenzó a sonar y Angela lo agarró mientras se limpiaba las lágrimas. Lo descolgó y contestó. Permaneció un rato callada  con los ojos rojos escuchando la noticia hasta que sus ojos se abrieron de par en par.

—¿¡Cómo?! ¡¿Que Reyes está qué?! -exclamaba más que preguntaba.

Esto sin duda me llamó la atención. El tratamiento debió funcionar incorrectamente. Angela se levantó y me contó la situación, además de que debía irse de inmediato a ayudar. Me ofrecí a ir con ella, debía hacerlo pues todo Overwatch desconocía nuestro experimento, tal y como me había pedido Reyes, y Angela no era excepción.

—Moira te agradezco que me ayudes, pero la doctora aquí soy yo, iré sola.
—Angela de eso nada. Tengo que ir. Sé más de la salud de Gabriel de lo que piensas.
—¿Ah si? ¿Y qué sabes? -preguntó estresada.
—¡Sé por qué diantres suelta humo negro! -exclamé harta de que se comportase así-. Mierda... -me percarté de haber metido la pata al soltar eso.
—Moira... ¿qué has hecho? -preguntó con un hilo de voz mientras hacia una seña a un taxi.

Sus ojos me miraban de forma que atravesaban mi alma, inundándome de culpa como cuando el remordimiento te recuerda que has hecho algo malo.

—Te lo contaré todo -suspiré-, solo te pido que nadie sepa de esto.

Mis orígenesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora