Capítulo 6

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6.

El interior del salón es enorme, tras atravesar u largo e interminable pasillo angosto, lleno de guardias que visten naranja, finalmente llegamos al salón principal, en el cual se llevaría a cabo la ceremonia. Había muchas personas dispersas por el lugar, todos ellos vistiendo trajes y vestidos demasiado elegantes y costosos para mi gusto. En lugar de invertir en esos extravagantes y costosos vestuarios, podría destinar el dinero a la salud, educación o a la caridad. Alfred finalmente se detiene ante un hombre de smoking amarillo, con una bandeja redonda de plata llena de canapés. Toma muy descortésmente muchos y luego le dice al hombre que se marche. Me ofrece la mano con tres de estos pancitos, ya que los otros lo había comido velozmente. Desvió la mirada y me cruzo de brazos tras negar con la cabeza. El chico sonríe y luego se come los canapés que tenía en su mano. Me siento extraño entre tantas personas, riendo fingidamente y aparentando elegancia. En estos instantes estaría en casa leyendo algún libro o viendo SHERLOCK junto con Noru o Antonio, pero no. Miro a Alfred, al parecer está muy entretenido charlando con un elegante chico, un poco más bajo que yo, de cabello corto negro y ojos grises. Vise tun kimono rojo con violeta rosáceo. Se ve educado y tranquilo. A juzgar por su apariencia, ha de ser alguien importante.

-Hajajah, dude! Tengo que presentarte a mi novia. – Fue el griterío del ojiazul, el cual me sacó de mis pensamientos, seguido de un fuerte tirón de la muñeca izquierda. Alfred me apretó y me arrastró hacia donde estaban. Me dejó levemente irritado. Tiene mucha fuerza el idiota. – Mira Kiku, es mi novia Arth... Alice, ¡es universitaria!

-Es un placer conocerle. Mi nombre es Kiku Honda- dijo el chico amablemente haciendo una leve reverencia al estilo asiático. El nombre dio vueltas en mi mente. Solo por dos segundos. Hasta descubrir que el chico, efectivamente, es Reina de Corazones. Mi nerviosismo fue en aumento logarítmico. Exponencialmente hablando.

-El placer es mio, su majestad. Soy Alice Kirkland, N.O.V.I.A - enfatizando cada letra mientras miraba con odio a Jones- de Alfred.

Sabandija gorda, como lo detesto. Ahora ríe felizmente como un idiota, tanto así que no se percató que dejé de estar a su lado. Ahora me pongo en camino para encontrar a Francis, Antes de que aparezca en el disimulado pero refinado y distinguido altar. Necesito hablar con él, antes de que finalmente contraiga matrimonio frente a todos los presentes. Aunque a decir verdad, será mucho más complicado encontrar a Francis en este enorme palacio, que es tres veces una mansión, que hacer que ese idiota de Jones deje de ser tan pueril. En realidad no. De todos modos, necesito salir de este salón lleno de aristócratas, nobles e hidalgos. Me estresa el saber que no correspondo a esta clase socio-económica, por ende, mi incomodidad aumenta a cada instante.

Alfred se da cuenta que no me siento a gusto, por lo que se acerca y me susurra en el oído "te gustaría bailar conmigo" y como no asiento, pero tampoco niego, en voz alta, para que las personas que nos rodean, noten que me quiere sacar a bailar. Prácticamente gritando extiende su mano, su grande y hermosa mano, y me dice frente a todos "Me concedería esta pieza, Alice Kirkland" Las personas que oyeron, se miraban entre sí y susurraban, lo que me hizo enfadar un poco, y para callarles, acepté bailar con Jones. Tomé su mano y di un paso adelante.

Los violines comenzaron a sonar, y Alfred se movía despacio. Por suerte tomé clases de baile a los trece años, o de lo contrario estaría perdido. No recuerdo mucho, pero mi acompañante ayuda bastante. Desvié la mirad para evitar sonrojo cuando Alfred posó una de sus grandes y cálidas manos sobre mi cintura, y tomaba mi otra mano para dirigir el paso. Yo pasaba mi mano libre de su agarre por si hombro, mientras nos movíamos lenta mente, muy coordinados, como si hubiésemos practicado meses para bailar aquella pieza.

Suavemente, a los compases musicales de cuatro cuartos girábamos despacio, dando una vuelta de ciento ochenta grados. Luego de algunos giros, pude mirarle a los ojos, a sus azules y brillantes ojos, los cuales estaban tras esos cristales cuadrados que le facilitaban la visión. Llegó un puto, en el que nuestra concentración en el perfecto rostro del otro fue tan colosal que inclusive sin notarlo, estábamos bailando en el centro del salón, bajo la vista de todos, perfectamente como en las películas, en esas que la protagonista finalmente logra bailar con su príncipe azul. Azul....como los ojos de Alfred. Cierro mis ojos y me dejo llevar por las suaves melodías y los cálidos movimientos de Alfred, haciendo que mi corazón se acelere por mil y que mis sentidos se nublen completamente. Dejando mis neurotransmisores completamente noqueados y mis mejillas ardían de tal manera, que sentía fuego en ellas, al igual que mi corazón. Finalmente, abro mis ojos nuevamente y me encuentro con el rostro de Jones, igualmente sonrojado y a simple vista, también le fallaban los sentidos, aun así, aquella danza era perfecta, no estamos ejecutando un baile cualquiera, era más como una danza proveniente del corazón.

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