Prologo

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Las nubes grises se apoderaban de los cielos mientras que el atardecer llegaba a su fin. Toda la tranquilidad reinaba en la ciudad; las personas se habían retirado a sus casas para poder descansar. Excepto ella. Excepto la joven chica que aún miraba el televisor. Una extraña mezcla de sentimientos invadió su pecho. Se sentía triste, sentía el corazón dañado. Pero a la vez se sentía eufórica, emocionada. Eclipse era, de alguna forma, algo rara.

—¡No! ¡¿Por qué eres así Thor?! ¡El solo quería ser igual a ti!—Exclamaba mientras abrazaba un pequeño peluche—. ¡No, Loki! ¡No, no te sueltes!

Ver la escena donde el pelinegro caía al vacío después de pelear con su propio hermano le hacía sentirse terriblemente mal. Pero aún así, la seguía viendo hasta tres veces al día. Incluso llegó a pensar que era una clase de masoquista o algo por el estilo. Sin embargo, ella lo hacía por amor y un poco de obsesión también, no tenía caso mentir. Desde que conoció al personaje de Loki en la película de Marvel Studios se enamoró perdidamente de el. Así había comenzado todo. Como una simple cría con un gusto enfermo por los villanos. Pero ella creció, al igual que su "amor" que terminó siendo una obsesión irreversible. Un ejemplo de ello era el peluche que descansaba en sus brazos. Para ella no era ordinario o mucho menos igual a otros peluches. Era especial, ya que se trataba del pelinegro. Así es, a ese punto llegaba su obsesión.

Sus gritos habían resonado por toda la casa, alarmando a la joven mujer que se hacía cargo de ella, quien dejó el tazón con puré a medio hacer y corrió escaleras arriba. Sentía su rostro palidecer y unas terrible sensación de impotencia en el cuerpo al no poder correr con mayor velocidad. Abrió la puerta de golpe, encontrándose con Eclipse tirada de rodillas en el suelo, con su vista clavada en el televisor, siendo empañada por pequeñas lágrimas que salían de sus ojos.

Elena resoplo molesta, controlándose a sí misma para no arremeter contra la muchacha. Era la tercera vez que corría a su habitación pensando que ella estaba en peligro, cuando en realidad se trataba de ella, llorando por los malos tratos que recibía el personaje. Rodó los ojos molesta y tomó el control remoto, apagando el televisor en un solo movimiento.

—¿Eh? ¿Por qué apagó el televisor, tía Elena?— Elena suspiro. Había logrado controlarse a sí misma y ahora se encontraba más tranquila, ya no tenía deseos de quebrar todos los dvd que estuvieran relacionados con el pelinegro. Se acercó a la chica tomándola de los brazos y levantándola con facilidad.

—Cariño, creo que tienes que dejar de ver esas películas por un rato, ¿Por que no sales al campo? El clima está perfecto para ti— Cruzo los dedos detrás de sí. Suplicaba internamente par que la muchacha accediera y saliera a pasear. Anhelaba un poco de silencio por unos minutos.

—¿Puedo ir a dibujar bajo el árbol?—preguntó como si de una cría se tratase. En un gesto tierno e infantil, tratando de conseguir el permiso de ella. Elena asintió energética—. ¡Genial, muchas gracias!

Eclipse abrazo de forma rápida a la mujer, tomándola por sorpresa. En lo general, no se le permitía salir mucho de casa, por lo que ese pequeño permiso lo aprovecharía al máximo para relajarse. Tomó su mochila preferida, en donde metió su cuaderno junto a otros materiales que necesitaría y su peluche. Podría viajar al fin del mundo, hacer la aventura más peligrosa de su vida, pero no dejaría a su peluche. Nunca lo haría.

Salió por la puerta trasera dando un portazo. Era como su manera de poder decir adiós sin la necesidad de hablar. Claramente, Elena odiaba que lo hiciera.

Faltaban cinco minutos para la media noche cuando la castaña despertó alarmada. Su espalda estaba recargada en el tronco del único árbol de aquel campo. Su vista se perdía en el pastizal, dejando ver solo unas pequeñas luces que representaban su casa. Se levantó incómoda, arrepintiéndose de haberse dormido en una mala posición y sintiendo un leve dolor en el cuello.

Tomó el cuaderno que descansaba en sus piernas y lo cerró cuidando que ninguna hoja fuera maltratada o doblada. Prefería mil veces un dolor en el cuello que una hoja doblada.

Se levantó del pasto sujetándose de la corteza del árbol. Colgó la mochila en su espalda y comenzó su andar con la vista pegada en la luna. Desde que tenía memoria solía salir al techo para charlar con ella. A pesar de estar consiente de que no le respondería, seguía desahogándose con ella.

Sentía la hierba llegarle hasta las rodillas, y cómo está le hacía cosquillas, haciéndola soltar pequeñas risitas. De pronto, una pequeña luz que salía de la hierba llamó su atención. Era muy pequeña, casi del tamaño de una luciérnaga. Solo con la diferencia de que esta era de un hermoso color azul electrizante. Segundos después apareció otra, y otra, y otra. Hasta casi formar un centenar de pequeñas luces que danzaban con gracia y belleza. Eclipse no podía evitar dejar de mirarlas; se había detenido por completo en medio del pastizal, observando cómo estás poco a poco se acercaban a ella. Nunca había visto una luciérnaga, era un sueño hacerlo. Por lo que, al creer que las luces se trataban de esos animalitos una sonrisa se ensanchó en sus labios y sus ojos brillaban, emocionada por el espectáculo.

Un dolor agudo recorrió sus piernas cuando las luces habían llegado hasta ella. Comenzaban a pegarse a su cuerpo, comenzando desde sus botines, siguiendo por sus piernas, cubriendo la falda, la blusa, mochila. Todo. A pesar de que el dolor era insoportable seguía tranquila, no le importaba morir, había sufrido demasiado como para odiar a la muerte por llevársela, más bien, le estaba haciendo un favor.

Sintió su cuerpo materializarse, y al mirar hacia abajo comprobó que así era. Se dejó llevar por la sensación de desaparecer. Cerró sus ojos dejándose caer hacia atrás. La gravedad jalo su cuerpo hacia abajo, pero justo antes de que tocara el suelo, ella desapareció por completo junto a las luces. Sin dejar rastro de nada ni nadie.

Creía estar soñando. Creía que todo ese día había sido un simple sueño, que la sensación de estar cayendo al vacío era, de alguna manera, una sensación creada por su cerebro. El aire movía sus ropas hacia arriba, al igual que su cabello. No tenía ni un solo gramo de miedo, simplemente estaba relajada, aceptando su destino.

Pronto volvió a sentir su cuerpo físico de nuevo, como todas las partes volvían a su normalidad. El olor a humo invadió su nariz. Podía escuchar a personas hablando lejos, un sonido distorsionado que comenzaba a molestarle. Sus manos palpaban el suelo, comprobando que se encontraba en una especie de metal, y que había dejado atrás el hermoso pastizal donde estuvo minutos antes. Si eso era cierto, y ella no estaba más en casa, cabían las posibilidades de que algo le hiciera daño. Con terror escuchó los pasos de alguien que se dirigía a ella.

Se puso de rodillas con dificultad, sentándose sobre sus pantorrillas al igual que una niña. Todo su cuerpo le dolía, parecía que le habían dado la paliza de su vida. Su vista estaba borrosa y poco a poco comenzaba a aclararse. Cuando esta lo hizo lo primero que vio fue una mano extendida hacia ella. Alguien le estaba ofreciendo ayuda.

—Tú salvador está aquí— Eclipse trago saliva nerviosa. Reconocía a la perfección esa voz.

Subió la mirada con miedo. Miedo real. Quería mirar hacia arriba, pero la típica vocecita le decía que no lo hiciera, que se metería en un grave problema. Pero la ignoró. En ese momento no estaba para escuchar a su propia consciencia. Estiró el brazo con lentitud, colocando con delicadeza su mano sobre la de el, para después subir la mirada.

—¿Tú?...— Su voz fue un simple susurro que el aire se encargó de evaporizar. Sus ojos chocaron con un par de esmeraldas brillantes.

—Yo— Contestó así. Sin más. Divertido por la expresión de la chica, quien no pudo más con la impresión y cayó al suelo, inconsciente.

Justo antes de cerrar los ojos totalmente para caer en un profundo sueño, espero que el dios que tenía frente a ella la atacara, le asesinara o hechizara, tal cual se veía en la película de los vengadores. Pero fue todo lo contrario. Loki soltó una risita y dijo en el tono más tierno que pudo.

—Ay no, se murió.

El universo alternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora