Capítulo XII

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A la mañana siguiente y como de  costumbre, me estiré en la cama. Busqué con mis manos el cuerpo y calor de Kwan, pero no lo encontré. Me levanté rápidamente y lo busqué por toda la habitación, no había nota o algo por el estilo.

Llamé a su número pero marcó buzón de voz, supuse que estaría en alguna reunión o algo por el estilo. Pero al pasar el tiempo, ya se me hacía raro que no contestará ni los mensajes.

Instintivamente los recuerdos de aquella noche, vinieron a mi mente. Aquella noche habían pasado los mismos sucesos que hoy, había llamado a su teléfono y no contestaba.

—Buenas noches señorita Victoria. —saludó la chica de recepción cuando llegué hasta con ella.
—Buenas noches, una pregunta. —le dije, empecé a jugar con mis manos en forma de nerviosismo —El señor Kwan Adams ¿Sabes a que hora salió?. —pregunté.

La chica me hizo una señal para poder esperar mientras ella buscaba en el computador. Frunció su ceño y después me miró.

—El señor Adams no ha salido del edificio. —contestó a mi anterior pregunta —Pero al parecer en el cuarto de la Señorita Antonella McLaren se pidieron dos desayunos y ella sólo está en esa habitación. —terminó de decir.

Dure unos minutos más hablando con ella y después le pedí el número de la habitación de Antonella. Durante el transcurso a la habitación 572-A mis nervios aumentaron, y nuevamente como ayer, las náuseas se hicieron presentes.

Parecía que lo de aquel día estaba repitiéndose, la misma circunstancia, la misma mujer.

Toqué la puerta de la habitación, con la mano temblorosa. No esperé nada cuando la puerta se abrió, hubiera preferido un millón de veces que, quién hubiera abierto la puerta hubiera sido Antonella y no Kwan, Kwan Adams, sin camisa y recién salido de la ducha.

Cerré inmediatamente los ojos en una forma de controlar las lágrimas que amenazaban con salir por ellos. Di un paso atrás y después los abrí, encontrándolo con una mirada de preocupación en su rostro, y otro que sonreía con superioridad.

—Victoria déjame explicarte. —habló Kwan cerrando la puerta detrás de él.

Ahí fue cuando reaccioné, me di media vuelta con la intención de irme pero Kwan tomó de mi brazo impidiendo que caminará. Con furia en mi sistema lo empuje hasta que el chocará con la pared, aproveché que se quejaba del dolor y salí escaleras abajo.

Lo único que deseaba era irme a mi casa.

«Santo Tomás, quiero irme ya»

Llegando al pasillo de la habitación, llamé al ascensor antes de entrar por mi matela y salir nuevamente. Si Kwan tenía la intención de ir por el ascensor, tendría que esperar unos minutos más, suficientes para poder salir yo de aquí.

Lo cual conseguí sin esfuerzo alguno.

Me sorprendía la valentía que tenía ahora mismo, no había tenido oportunidad de derramar ni una sóla lágrima. Pero sabía que en el momento más débil, iba a perder.

Salí a la calle tan pérdida en mis pensamientos que no sentí nada. Sólo escuché el grito de alguien diciendo "Cuidado" Cuando un auto me estampó.

«Mierda dolía demasiado»

—¿Victoria? No cierres los ojos, por favor no los cierres. —suplicó al que al parecer era Kwan —¡Llamen a una ambulancia!. —gritó mirando a los peatones que se amontonaban para ver el accidente.

Poco después perdí la noción del tiempo.

«Santo Toribio, sácame de este abismo»

(......)

El cuerpo entero me dolía. Pero el dolor era insoportable en mis costillas del lado derecho.

«De hecho nada duele más que mi corazón ahora mismo»

Abrí los ojos lentamente, rápidamente me acostumbre a la luz de la habitación y que el segador color blanco no me hiciera cerrar los ojos nuevamente. Moví sólamente mis ojos, alrededor de toda la habitación, y se detuvieron a mi lado derecho dónde Kwan descansaba.

Sentía mi paladar seco, demasiado seco como para poder pronunciar palabra alguna. Quería que Kwan me escuchará, que viera que ya había despertado.

«La ansiedad ganó conmigo»

Las lágrimas empezaron a caer lentamente por los rabillos de mis ojos y mi ritmo cardíaco empezó a acelerarse, lo que ocasionó que la máquina en la habitación empezará a sonar. Y sólo así Kwan despertó.

Su rostro se torno preocupado, y rápidamente se acercó a mi costado. Salió unos segundos y lo escuché llamar ayuda y después regresó hasta mi lado.

—Hey, hey tranquila. —trata inútilmente de tranquilizarme, y ahora misma soy un manojo de nervios —¡Maldición Victoria! Deja de llorar, no sé que hacer. —su tono de voz es preocupante, se pasá repetidas veces las manos por su cara en un intento de tranquilizarse, en un intento fallido.
—Señor por favor, necesitamos espacio. —oigo que dice la enfermera.

Observo a Kwan moverse hacia atrás y en mi campo de visión aparecen la enfermera y el doctor.

Durante los siguientes minutos ambas personas intentan estabilizarme y al lograrlo se despiden de nosotros. El silencio incómodo entre ambos es demasiado denso que incluso podría cortarse con un cuchillo.

—Quisiera que me dieras la oportunidad de explicarte. —empieza Kwan —Lo haré siempre y cuando estés mejor y quieras tu. —sonríe con delicadeza y yo ruedo los ojos.
—Te quiero lejos de mí, pero por el momento eres mi única estúpida solución. —habló con dificultad —Estamos en Londres y no creo que mi madre quiera venir sólo para cuidarme. —vocifero molesta.
—En realidad ya no estamos en Londres. Hace una semana que estamos en Manhattan. —dice en un susurro.

Abro mis ojos exageradamente y justo en ese momento entra mi madre a la habitación con dos cafés en sus manos. Al verme despiertan prácticamente Kwan tiene que correr para que los vasos no caigan al suelo. Llora descontroladamente mientras me abraza, estoy tan asombrada que no me molesta su muestra de afecto.

—¿Cuánto tiempo estuve dormida?. —preguntó aún en mi estado de shock.
—Tienes tres semanas inconciente. La primera semana decidí traerte a Manhattan, tu madre ya sabía de lo sucedido así que fue más fácil. —empieza Kwan —Golpeaste tu cabeza del impacto en la calle, el golpe fue demasiado como para que a primera semana estuvieras viviendo con un respirador artificial. Si no te llueve te llovizna. —dice sonriendo.

Sonrisa que borra cuando pronuncio las siguientes palabras;

—Quisiera no verte más.

Las palabras fueron fuertes, demasiadas para que él tomara su saco, se despidiera de mamá y saliera con una mirada totalmente triste de la habitación.

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