I
En casa, la cama aguardaba acogedora; como si ya estuviera preparada para la noticia, como si ella se hubiera enterado antes que yo. Estaba lista para recibirme y protegerme de este tibio infierno.
Y lo llamo tibio porque, a pesar de no tener alternativas, aún no estaba todo dicho en materia de tiempos y acontecimientos.
¿Llamaría a mi madre para darle la noticia? No es la clase de noticias que uno disfrute difundir, pero no hacerlo tampoco me parecía justo. ¿Esperaría hasta que fuera demasiado evidente? Parecía la mejor opción.
El sol cambió de posición, hasta que ya no pude encontrarlo.
Escucharlo preguntar qué había de cenar era justo lo que necesitaba en este momento. Pensé que al menos debía recordar que había ido a ver al médico; aunque pensándolo bien, tampoco tendría una respuesta en caso de que él quisiera saber.
La almohada era muy suave como para soltarla, se sentía bien abrazarla. Me hubiera gustado que le crecieran brazos para devolverme el gesto.
El ruido de las botellas en el refrigerador me resultaba molesto, qué ganaba abriendo y cerrando aquella puerta una y otra vez.
Su "sutil" manera de pedir que le preparase algo de cenar, había resultado convincente. Salir de la cama aquella noche me había sabido a abandono. Pero en ese momento, la que se sentía desprotegida era yo.
Había sobrado pollo asado del día anterior y la lechuga todavía parecía bastante fresca. Hasta un niño hubiera podido trocearla y añadir el pollo sobre ella; pero aquí estaba yo, preparando una ensalada para mi niño de 39 años. Y pensar que decían que una debía buscarlos grandes para agarrarlos "más maduros", con eso de que los hombres se "tardan en madurar".
Hoy hubiera preferido tener un aguacate, al menos uno maduro me habría dejado un mejor sabor de boca.
Coloqué el plato sobre la mesa con la esperanza de que él pudiera hacerse de un tenedor.
—¿Tú no vas a cenar?— lo escuché preguntar. Al menos parecía interesarse por mis hábitos alimenticios.
—No tengo hambre.
Más bien no estaba de humor.
La cama parecía estar dispuesta a recibirme de nuevo. Me pareció sentirla aún tibia. Me arremoliné entre las cobijas y volví a abrazar mi esponjosa almohada amarilla. Me pareció escuchar algún partido de fútbol americano de fondo; pero ahora mismo me daba igual lo que aquello fuera.
Cerré los ojos con la esperanza de caer dormida; pero la idea constante de que, posiblemente no había escuchado bien al médico y me encontraba armando un drama, me acechó hasta hacerme abandonar la cama una vez más.
Tomé el sobre blanco en el que estaban mis estudios junto con la receta médica que había olvidado surtir por la desesperación que sentía por llegar a casa. Recordé que había olvidado reportarme enferma en el trabajo, pero supuse que los del seguro ya habrían dado aviso de la situación.
Me encerré en el baño y con las manos temblorosas discutí con ese sobre hasta que gané la batalla desgarrándolo por la mitad. Aquel temblor no había sido miedo, sino una ansiedad esperanzada de haber escuchado mal lo que el médico había dicho.
Y entonces la vi ahí de nuevo, sólo que ahora estaba en una placa semejante a una radiografía. La misma mancha que había visto en el monitor del consultorio mientras las palabras del doctor se habían tornado ruido de fondo.
En la receta sólo había analgésicos y antieméticos; supongo que esto no se quita con antibióticos, pensé. En realidad no entendía mucho de lo escrito en la hoja de resultados, pero me quedaba claro que noticias buenas, no eran.
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I'll follow you
ChickLitSienna es una mujer que ha vivido los últimos diez años de su vida enamorada de Samuel. Cuando un diagnóstico desafortunado la hace cuestionarse sobre el rumbo que va tomando su vida vuelve a casa en donde conocerá a Christian quien la ayuda a repla...