VIII

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VIII

¿Qué demonios estaba haciendo?

Me encantaba verlo sonreír, estas malditas luces lo hacían lucir aún más atractivo. Christian era una de esos hombres a los que sonreír les iluminaba el rostro, y tenía una forma de contar sus historias, que no podías dejar de reír con ellas.

—No me gusta mucho eso de que las mesas estén cubiertas con cristal —anunció de la nada

— ¿Cómo dices? —no entendía de que venía la conversación

—Las mesas —señaló a nuestro alrededor —me recuerdan a las mesas de la sala de mi abuela; aunque claro, ella las cubría así para protegerlas del polvo y no tener que sacudirlas al menos en una década.

—¡No es cierto!

—Claro que sí, una mujer de su edad ya no disfruta de estar sacudiendo cada día.

—No creo que alguna mujer disfrute hacer eso cada día

—En fin, tal vez así se ahorran lavar los manteles en este lugar —agregó con sorna.

—¡Cállate! Alguien puede oírte —le reprendí

Christian bebió su vino, parecía divertido. Me había sorprendido al aceptar beber vino durante la cena. Para ser alguien que había dicho que el alcohol "no le sentaba bien", parecía controlarlo bastante bien; me había imaginado que era uno de esos alcohólicos que una vez que beben algo no pueden detenerse.

—No creo que lo hagan para ahorrar detergente —agregué.

—De alguna forma cuidan el medio ambiente —declaró levantando su copa en un brindis.

Le arrojé una servilleta y comenzamos a reír, me sentía bien; en realidad hacía tanto tiempo que no tenía una cena como esta que empezaba a lamentar que Sam y yo no hubiésemos podido ser así.

—¿Cuándo le vas a decir? —y Christian terminaba con el encanto al traer a Sam a la mesa.

Lo miré a los ojos, había tantas cosas que quería decirle en este momento, pero ya no tenía idea de lo que quería hacer. Hablar con Sam ahora me parecía un acto de cortesía más que una necesidad. Había anhelado que me buscara y ahora dudaba de que me hubiese querido alguna vez; una parte de mí lo extrañaba, pero otra parte de mí tenía miedo de que cuando apareciera Sam, Christian desaparecería.

—¿De verdad quieres que lo llame? —no supe por qué se me escapó preguntar eso, quería borrarlo del discurso en cuanto terminé aquella frase.

—No importa lo que yo quiera, se trata de lo que tú quieres. Pero creo que tiene derecho a saberlo —me sentí aliviada, parecía que mi acompañante no había podido leer entre líneas a lo que acababa de decir.

—Sam y yo... —no sabía muy bien lo que diría—, el día que recibí mi diagnóstico no le dije nada porque estaba muy deprimida, y él pareció no darse cuenta. Llegó del trabajo como todos los días; y tras ver un poco de televisión, no reparó en mi presencia hasta que tuvo hambre y quería algo de cenar —Christian me observaba atento, podía sentir que me escuchaba —, pudo haber preguntado cómo me había ido en el médico pero no lo hizo; de haberlo hecho no habría podido mentirle, pero me molestó que no mencionó nada cuando sabía perfectamente que había tenido una consulta. ¿Pero, sabes? —lo miré a los ojos —, no me molestó que me buscara sólo para que le hiciera la cena, o que no me hubiese llamado desde que llegó a la casa... me enfureció el hecho de que parecía más preocupado cuando se enteró de que ya no estaba trabajando, que lo que le preocupó saber que había tenido un par de desmayos en el trabajo —quería llorar, empezaba a sentir ese asqueroso nudo en la garganta, que no te deja hablar pero tampoco se quita al intentar tragar.

I'll follow you Donde viven las historias. Descúbrelo ahora