Steve se despertó desorientado, con la luz blanquecina del cuarto haciendo formas extrañas al abrir los ojos y los rastros de su sueño aún en los bordes de su mente. Recordaba haber tenido una pesadilla, una horrenda pesadilla protagonizada por su madre.
Tuvo la oportunidad de revivir todos aquellos recuerdos felices que poseía de su infancia, todas aquellas mañanas de cumpleaños en las que se despertó con el olor de las tortitas haciéndole temblar el estómago; con las risas de ambos, su madre y él, mientras comían las tortitas bañadas en miel y fruta, partiéndolas golosamente con los dedos. Pero, de alguna forma que le horripilaba, la felicidad de los recuerdos se vio empañada y se tornaron oscuros. Las risas habían sonado vacías en sus oídos y la cama en la que ambos se habían recostado para comer, aquella diminuta cama que crujía con cada movimiento suyo, dejó de arroparle y se convirtió en una trampa fría. Sus memorias se habían vuelto tan solitarias en su sueño que dolían. Eran tan pesadas, tan dolorosas, que habían congelado su mente durante su inconsciencia y quemado por dentro del frío tan furioso que había sentido.
Aunque estaba dormido, no había tenido descanso hasta que una extraordinaria calidez lo rodeo e hizo que sus memorias se escondieran en una esquina de su mente y pudiera descansar. En ese momento, pestañeando para encontrarle sentido al lugar en el que se encontraba y por qué, los recuerdos de su sueño regresaron tan nítidos como si los hubiera vivido en lugar de soñado. Y, como recordó el frío solitario que lo había congelado hasta el punto de hacerle sufrir de dolor, recordó la agradable calidez que le permitió librarse de la pesadilla. Una calidez como la que sentía entre sus brazos.
Steve observó al hombre entre sus brazos, sentado en su regazo y con la frente apoyada contra su mejilla. El cabello castaño le hacía cosquillas y las manos que le rodeaban la cintura le aportaban calor. Era una sensación tan agradable que ni siquiera peleó con la sorpresa de la situación.
Steve observó la mesa donde había estado trabajando Tony en sus últimos recuerdos conscientes, antes de caer profundamente dormido. El deseo de dormir le había pillado desprevenido, haciendo que dejara totalmente olvidada su lectura sin intención. La mesa estaba desordenada, con el trabajo a medio hacer y las pantallas desplegadas con el proyecto abierto.
No le hizo falta ser adivino ni ver las grabaciones de la noche anterior para intuir qué había pasado. Tampoco es que fuera muy diferente a la que se había vuelto la norma entre los dos durante los últimos días. Tony siempre lo aceptaba sin dudarlo, en deseo de protegerlo de su sonambulismo. Aunque en esa ocasión lo había protegido de mucho más.
Se separó ligeramente, girando el rostro, para poder mirar la cara de Tony. Se removió incómodo, aún dormido, acercándose nuevamente a Steve. Él descendió el rostro a propósito, buscando estar frente a frente.
Steve rozó su nariz con la de Tony en una caricia, logrando que despertara con un gruñido que hizo a Steve reír por lo bajo. El pensamiento de que la nariz de Tony era sensible le causó aun más gracia, tontamente.
Tony abrió los ojos y, al igual que había hecho él, pestañeó ante el exceso de luz. Las pestañas de Tony hicieron sombras sobre sus mejillas y a Steve le dieron ganas de acariciarlas suavemente con la punta de los dedos. Al final, Tony enfocó la mirada en los ojos azules de Steve. Ambos se mantuvieron la mirada, sin decir ni una palabra. Tan cerca, sin ser capaces de separarse o de mirar hacia otro lado, con los cuerpos terriblemente conscientes de su proximidad, de su calor, del roce cálido de sus respiraciones.
Y, sin reflexionarlo mucho más, convirtieron las dos pesadas respiraciones en una sola.
Lunes, 21 de mayo de 2018
¡Hola a todos, lindas flores!
No sé qué decirles después de este capítulo así que voy a pasar directamente al GIF de hoy. Con esto y un bizcocho, ¡nos leemos pronto!
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Sleepwalker
FanfictionEntró silenciosamente en la habitación y se encontró de lleno con la conocida espalda de Steve. Incluso con esa anticuada ropa de pijama de algodón, era imposible no reconocer esos anchos hombros y las finas caderas que lo hacían parecer un picante...