Epílogo

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Se despertó con un cosquilleo incómodo en la punta de los dedos. Se le había quedado dormida la mano por tenerla tantas horas bajo su cabeza, a modo de almohada. Pestañeó, molesto por la sensación de insensibilidad, despertándose de mala gana. Se estaba demasiado bien en la cama y aún no había amanecido, no tenía ningún deseo de despertarse.

Pero se sintió demasiado consciente de su cuerpo, con la mente despejada, y supo que ya no podría dormir más. No era de los que le gustaba rezongar en la cama, aun sabiendo que no iba a poder dormirse de nuevo. Lo sentía una pérdida de tiempo. Pero valía sentirse un holgazán si podía pasar cinco minutos más abrazando al hombre que estaba a su lado en la cama, profundamente dormido.

Una vez más se había despertado en el cuarto de Tony, pero esa vez no había sido por caprichos de su sonambulismo, sino por su propio deseo y el movimiento consciente de sus pies.

Aún faltaban unos minutos para que amaneciera y la habitación permanecía en la penumbra. Steve se prometió disfrutar de ese momento solo hasta que el sol saliera, solo unos minutos más.

Tony dormía profundamente, con la respiración pausada. Tenía una de sus manos sobre el pecho de Steve. Se había quedado dormido mientras le acariciaba el pecho con las yemas de los dedos. La otra descansaba frente a su nariz, apoyada en la almohada y tapándole media cara.

Con cuidado, Steve se giró en la cama hasta quedar de lado, sujetando la mano que Tony tenía sobre su pecho con cariño. Inconscientemente se puso a jugar suavemente con sus dedos, entrelazándolos. Intentó apartar con cuidado la mano que Tony tenía ocultándole la cara, deseando verle todo lo que podía aún en las penumbras.

Tomó la mano con cuidado, apartándola del sereno rostro de Tony. A Steve le daba paz verle así. Después de un par de noches juntos, sabía que los sueños de Tony a veces se poblaban de pesadillas que no le dejaban escapar.

Sin embargo, no se percató del sueño frágil de Tony, que al notar el movimiento a su alrededor gruñó, despertándose de mala gana. Se estiró en la cama como si se tratara de un gato hasta que sus articulaciones crujieron. Steve soltó una risa baja al comprobar los cambios de su silueta ante la creciente luz del exterior. Ya estaba amaneciendo.

—Buenos días —susurró Steve.

Tony murmuró algo ininteligible contra la almohada. A Steve le sonó a una palabrota maullada por un gato enfadado. El pelo revuelto y despeinado de Tony solo le daba aún más aquella apariencia de gato engrifado.

—¿Qué? —preguntó Steve, riendo en voz baja.

Tony giró la cara en su dirección, mirándole de mala manera. Se le cerraban los ojos, como si quisiera volver a dormirse pero no pudiera.

—Buenos días —saludó gruñendo.

Se acercó a Steve, escondiendo la cara en su cuello y abrazándole. Acarició la piel de su cuello con la nariz en una caricia molesta que a Steve le resultó adorable.

—Odio despertarme tan temprano —murmuró Tony, sin apartar la cara de su cuello. El aire caliente de su aliento le provocó un escalofrío a Steve.

—Puedes volver a dormirte.

Tony negó, sin decir nada.

De pronto, Tony besó su cuello, sorprendiendo a Steve. Tiró juguetonamente de la piel, antes de darle un lametón en la piel ligeramente arañada por los dientes y echarse para atrás.

Steve enarcó una ceja al ver el rostro de Tony. Aún lucía soñoliento, pero estaba mucho más animado.

—Feliz cumpleaños, Steve.

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