Capítulo 9

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Tony se duchaba sumido en sus reflexiones. No es que quisiera, pero su cerebro había ido inconscientemente ahí, a analizar los cambios que había percibido en sí mismo desde que se había visto involucrado en la nueva anomalía de Steve.

Aunque Tony era una persona cariñosa y atenta, más bien fogosa, en la cama, jamás abrazaba a quien estuviera compartiendo cama con él. En general, siquiera solía quedarse a dormir. Prefería dedicarse a la diversión toda la noche antes de dar una muestra de confianza como esa. Porque no podía mostrarse vulnerable solo por unas horas de placer. El insomnio estrangularía sus deseos perezosos de dormir antes de permitirle hacer algo así.

El agua caliente había vuelto la zona de la ducha ligeramente brumosa, dificultándole un poco ver. Le resbalaba por el cuerpo en un suave masaje que él obviaba, y Tony se preguntó por qué con Steve le había sido todo aquello tan fácil. Si había alguien con quien siempre mantenía las defensas altas era con Steve. No tenía intención de que su fascinación infantil por él retornara de las profundidades de sus recuerdos y le permitiera ser un blanco fácil para sus juicios de valor. Él creía que había enterrado muy bien todo aquello, todos esos sentimientos... Pero desde que había visto aquellos ojos azules en aquel fatídico primer encuentro se dio cuenta de que tan equivocado estaba. Así que tenía que mantenerse firme, para impedir que uno de los agudos discursos del capitán pudiera alcanzarle.

De por sí no encontraba sentido a por qué Rogers parecía encontrarse tan cómodo con él en su estado sonámbulo, pero Tony le restaba importancia a eso porque sentía que jamás entendería la cabeza llena de pajaritos que tenía Steve por cerebro. No es que él quisiera tampoco. Pero que le pasara a él era absurdo. No debía ser tan cómoda, tan fácil la conexión, hasta el punto de poder consolarle por sus pesadillas aún en un estado de duermevela.

—Señor —advirtió JARVIS, hablándole desde el auricular que mantenía en su oído—, el capitán Rogers está despierto y lo espera en la habitación.

Tony no contestó. Con una inspiración profunda, cerró la llave del agua y se preparó para salir de la ducha. Tomó una enorme toalla de una de las esquinas, colgada como estaba sobre la superficie de cristal que hacía de mampara. La tela, suave y gruesa, olía a vainilla. Era tan dulce que le dieron ganas de hundir la nariz en ella. Él no era una persona que prestara demasiada atención a cosas como los suavizantes y sus perfumes, cosa que en sus años de asistente Pepper había agradecido a los cielos —una carga menos a tener en cuenta con el ya exquisito científico loco, había dicho ella—, pero por alguna razón que no terminaba de razonar, ese olor le dejó prendado.

Al darse cuenta que estaba perdiendo el tiempo en tonterías, se obligó a espabilarse y a prepararse para salir. Tenía una conversación pendiente.

Lunes, 2 de abril de 2018

Lunes, 2 de abril de 2018

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