Todo está bien.

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Solté la cuerda de la que me aferraba a ti, te deje ir, como al invierno, como a esas emociones que duran la eternidad de un segundo, como a esos recuerdos que quedan sepultados bajo lágrimas. Te deje ir para que volvieras cuando quieras, para que lo hagas por voluntad o amor, para que me eches de menos quizás y sintieras lo que siento en tiempos de ausencia. Te dejo ir para que seas feliz, para que sonrías cuando veas salir el sol por el horizonte, para que me hubieses visto volver con el atardecer. Dejarte ir fue todo esto y más; dejarte ir fue dejar ir una parte de mí que se consolido en tu corazón, en tu piel, fue envejecerme en el olvido y renacer de las cenizas de todos aquellos mensajes borrados que algún día fueron poesía en tus oídos y sonrisas en mis labios. Renacer para encontrarte, para que me hubieses conocido otra vez y me hubieras querido como no lo habías hecho antes, para que me miraras a los ojos y al ver a través de mi pudieras sentirte como en casa, para que me notaras, para que hubiese sido especial en tu vida y no una más. Necesitaba verte sonreír, verte feliz, verte, lo que necesitaba era verte. Y no creas que no sé cómo funcionaba todo, sabía que para cuando todo esto pasara, ibas a estar del otro lado del carril en una estación de tren, ignorándome, como si nunca nos hubiéramos conocido antes, como si se hubiese borrado el tiempo. Y mirarte, mientras te ibas, mirarte y saber cuan imposible resultaba tenerte como aquella vez, y lo desconcertante que era saber que fue un error dejarnos ir, alejarnos uno del otro es y siempre será un error que me quemará la conciencia. Irreversible como el agua del río, un daño, una herida que carece de cura. Te tuve y te deje ir, te vi marcharte sin saber si lloraste al darme la espalda, sin comprender la dimensión de tu dolor, sin querer ver que en verdad no di lo suficiente de mi por ti. Me dejaste ir y sólo me quedaron remordimientos y excusas maltrechas para ocultar la cicatriz en la que te llevo conmigo todos los días, todas las noches, vaya donde vaya, siempre conmigo. Cuando pensé que algo cambiaría, que al menos algo volvería a ser lo que era, no estaba realmente pensando con la cabeza, sino más bien con el corazón.

Y después de un tiempo al parecer todo sigue siendo igual, más allá de todos los cambios que haga. Intentando empezar de cero, buscando nuevas experiencias de vida, en quizás nuevas mentiras o nuevos engaños que esta vez nadie pueda notar a simple vista.

Gritos de la MenteWhere stories live. Discover now