❝ No hay oscuridad como la ignorancia.❞
Noventa y uno por ciento de humedad. Cada vez que llovía, el calor ahogaba la tierra. La noche anterior había vuelto a llover y ese martes por la mañana, la temperatura subió aún más.
Mikhael Steinekov observaba el termómetro de la pared de la cocina como si fuese un reloj. Faltaban diez minutos para que diesen las nueve menos cuarto y Elijah Holzwood lo llamara. Había marcado el número de Taylor varias veces esa mañana y no comunicó, pero no quería contactar a Zecharias, que estaba sano y salvo en Lafis, y confesarle que el chico había desaparecido sin dejar rastro de una noche a la mañana siguiente.
Aunque se mantenía estático, cruzado de brazos y sin contraer un músculo facial, estaba aterrado por dentro. Si no se sentía lo suficientemente culpable por haber exterminado a la familia de Taylor, ahora se ahogaba en la angustia porque el niño se había perdido. Era menor de edad y, si un soldado lo agarraba, la culpa sería suya.
Necesitaba hablar con Elijah: el médico sabría evaluar la situación para que Mikhael, pese a su aparente expresión de neutralidad y control, no cayese en un colapso nervioso. El timbre de una ventana abierta en la pantalla del ordenador lo sobresaltó.
Era él.
—Taylor ha desaparecido.
Elijah escuchó pacientemente la historia de cómo Mikhael, después de regresar con Daniel y Bongo de asaltar un camión militar, entró al dormitorio de Taylor y no halló rastro de él ni de sus cosas, y la ansiedad le amarró la garganta.
Aunque Elijah no lo miraba directamente, pues estaba enfocado en escribir en su libreta, sabía que Mikhael se estaba pasando las manos por el cabello rubio, al borde del colapso.
—No puede haber cambiado de teléfono. Darzi le ha dicho mil veces que es vital mantener el mismo número.
—¿No te imaginas dónde puede haber ido?
—Él nunca dice nada. —Sonaba enojado, pero porque se había defraudado a sí mismo y a todos los que vivían en esa casa—. ¿Qué hago? Me odiarán para siempre si no lo encuentro. Y ha estado lloviendo muy seguido y él está ahí fuera. Si se enferma, o lo detienen...
—¿Has salido a buscarlo?
Mikhael negó.
Era lo único que le faltaba hacer, pero no se atrevía. Le daba miedo que lo reconocieran, porque se suponía que estaba muerto, y que lo rechazaran.
—Puede que no haya ido muy lejos —insistió Elijah—. Y no creo que a Zecharias le importe pausar sus planes para ayudarte.
—Me matará si se entera.
—No creo que Zecharias sea capaz de hacerle daño a un mosquito.
Y Mikhael, sin más opciones, suspiró.
—Iré con él.
Llamó a Zecharias para preguntarle si podía reunirse con él en Lafis.
En la estación, compró un billete de tranvía y partió hacia Lafis con sus armas, un anorak que le quitó a Zecharias y los vales a los que transfirió sus puntos. Odiaba romper la ley, pero si usaba sus huellas dactilares, pronto alguien, en alguna parte, se daría cuenta de que vivía.
No esperaba que Zecharias fuese puntual, pero lo estaba esperando en el andén. Y Mikhael recuperó la respiración en cuanto lo vio, porque era el único rostro familiar entre cientos de desconocidos.
—¿Cómo lo pasaste con Dani? —preguntó, y Mikhael le lanzó una mirada recelosa.
—Es un maldito ladrón —masculló—. ¿Por qué lo habéis metido en el grupo?
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Los Cinco Séptimos
Science FictionMikhael solía cuestionarse todo lo que hacía, pero no confiaba sus dudas a nadie. Se limitaba a decir lo que le enseñaban, a hacer lo que le ordenaban y a sentir lo que indicaban. Llevaba tantos años dejando que otros pensaran por él que no comenzó...