13 | Discordia

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❝No hay peor guerra civil que la guerra entre el bien y el mal dentro del alma.

—No dejan de llamarme.

Zecharias cerró el grifo al oír a Mikhael. Estaban limpiando la pequeña cocina, aprovechando las pocas horas que tardarían las lámparas de sal en apagarse, aunque Mikhael no había hecho más que tirar las latas vacías y cambiar el dispensador de agua. Se secó las manos con un paño, girándose a él.

—¿No vas a contestar? —inquirió en un susurro, y Mikhael se encogió de hombros.

—¿Y si me han encontrado?

No entendía cómo alguien tendría su número. Daniel lo había cambiado, o eso le dijo, cuando le regaló uno de los muchos teléfonos robados que guardaba en un cajón de su habitación. Le aseguró que cada número provisional que se generaba duraba setenta y dos horas, y debía pagar para recibir uno nuevo.

—Sería mucha casualidad que alguien adivinara el número, ¿no?

Ni Mikhael sabía qué contestar a eso, pero no tuvo que pensarlo porque Demetria los interrumpió entonces. Había entrado desde la habitación principal, donde yacían los sacos de dormir en el suelo, aunque solo se quedaban en el interior los refugiados a los que les resultaba imposible moverse. En la sala contigua, separada únicamente de la principal por un muro, era donde Elisabet pasaba la mayor parte del día.

—¿Habéis traído a alguien? —quiso saber, apartándose el cabello negro y rizado de los hombros, y Zecharias juntó las cejas.

—No, ¿por qué?

—Están sacudiendo la reja de la entrada.

Ninguno de los dos se movió. Se miraron, no obstante, a la espera de que alguno tomara una decisión, y el primer instinto de Mikhael fue salir para descubrir de quién se trataba.

—¿A dónde crees que vas?

Zecharias, que lo agarró del brazo para detenerlo, solo logró que Mikhael se zafara sin cuidado alguno.

—A impedir que entre, ¿o quieres que nos encuentren a todos?

Y Zecharias resopló y le dijo que tal vez se iría si se quedaban quietos y no hacían ruido. Pero Mikhael no le hizo caso, así que el otro lo siguió con la mirada hasta que Mikhael desapareció, de regreso al largo y oscuro pasillo de placas metálicas que conducía a la reja oxidada.

Estuvo a punto de girarse y regresar al interior, porque no le importaba si Mikhael se metía en problemas o no, pero dos minutos después de debatir en su mente si el rubio era un inconsciente o no, se dio cuenta de que sí le preocupaba.

Era incapaz de dejarlo ir por su cuenta, primero porque podría sufrir un ataque de pánico, pero segundo, no confiaba en nadie. ¿Y si se trataba de una emboscada o una trampa? Entre dientes masculló que debía decirle a Demetria que el ejército ya tenía conocimiento de los túneles y era cuestión de tiempo que encontrasen las casas que ella había construido, pero estaba aún quejándose de Mikhael mentalmente cuando, alcanzando el final del pasillo, alcanzó a ver su anorak.

Y pegó la espalda a la pared antes de salir a la ruta directa del túnel.

—No puede ser, creí que no era verdad. ¿Cómo sobreviviste? ¿Y qué traes puesto?

La última pregunta, a pesar del tinte de burla, hizo que Mikhael se separara despacio de la persona a la que abrazaba, pero no dejó de aferrarse a sus antebrazos. A jadeos estaba recuperando el aliento.

—¿Pero cómo...? ¿Cómo supiste que estaba vivo?

—No lo sabía. Celeste nos lo dijo.

—¿Celeste?

Los Cinco SéptimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora