❝No son ciegos los ojos, sino los corazones.❞
Las diez menos cuarto de la noche: la hora de la cena. Uno de los Cuidadores deslizaba las bandejas de metal bajo la única rendija de la puerta, que no tocaba el suelo, y cada investigador en las instalaciones usaba su reducida movilidad, por culpa de la cadena, para estirarse hasta alcanzarla.
Cuando Elijah Holzwood oyó el roce metálico contra el suelo, apagó por última vez la computadora y presionó el botón de mensajes del teléfono, al otro extremo de la mesa: como un bálsamo para el alma, la voz de Daniel Ziv irrumpió en el silencio con un conciso y feliz "el buque sigue en hora".
Era del día anterior, pero le daba paz.
Entonces se puso de pie y recogió las impresiones que se enfriaban sobre la bandeja de la impresora. En la oscuridad del laboratorio donde había estado encerrado los últimos años, cuyas luces se apagaban a las diez automáticamente, su imponente cuerpo, negro como el tizón, destacaba gracias a la bata blanca.
A sus treinta y seis años y metro noventa de estatura, Elijah Holzwood estaba estudiando Medicina cuando lo capturaron y, al principio, lo obligaron a encontrar una vacuna para la plaga de úlceras que surgió a causa de las algas marinas. Cuatro años después, empezó la verdadera tarea de crear una tinta invisible mientras averiguaba cómo leer el libro original.
La impresiones eran artículos que el mismo gobierno había redactado sobre los últimos reportes, según el Roi y el ministro de asuntos interiores, LaVey. Una calle en Lafis había explotado por una acumulación de gasolina bajo tierra, pero Elijah sabía que el albergue de Demetria se ubicaba en esa zona. Ocho personas habían muerto; los posibles culpables, deportados a la isla de Damos.
Y como Elijah sabía que ese era el último lugar donde Mikhael Steinekov había estado, supo que no habría forma humana de que saliera de ahí, mucho menos si lo separaban de Zecharias.
No se conocían en persona. Mikhael desconfiaba de todo el mundo y le resultaba difícil hacer amigos por miedo a que lo juzgaran. Pero nunca le costó abrirse con Elijah. Desde que supo que se dedicaba a investigar la radiación, o eso pensó al principio, estuvo dispuesto a enviarle dinero para financiar sus experimentos y necesidades, y Elijah había estado ahorrando todos esos puntos para, un día, planear su escape de Fes.
Nada podía salir mal.
Tenía miedo, porque hacía años que no veía el mundo exterior excepto a través de los artículos y las fotografías que compartían los Observadores desde el palacio, pero ya no serviría esconderse detrás de la inseguridad, porque Mikhael y Zecharias estaban en Damos.
Nadie salía con vida de la isla, o eso se asumía. Morían personas todos los días, porque más cuerpos llegaban al mismo tiempo; el centro estaba amurallado y los sentenciados a muerte a menudo se veían obligados a colocar la misma alambrada eléctrica.
Había recogido las bandejas, aunque el grillete le apretaba el tobillo, y le entregó una a su asistente; cenaron con normalidad, por primera vez sin prisa, pues lo que más le interesaba era que sus bandejas no regresara al pasillo.
—¿Y si no funciona? —preguntó su asistente, queda la voz, y Elijah se encogió de hombros.
—Me darán una paliza. Pero si funciona, seré libre. Prefiero arriesgarlo.
Estaba todavía recostado contra la silla cuando escuchó al Vigilante de turno bajar, anunciando que faltaba un minuto para el apagón, pero él no se movió. Su asistente lo miró y Elijah negó suavemente, indicándole que no se asustara, porque había dejado de parpadear.
Tenía miedo.
Oyó, al otro lado de la puerta, el ruido metálico de las bandejas deslizarse de nuevo bajo la rendija, otra vez hacia el pasillo, como les correspondía. Pero él no devolvió la suya, ni tampoco su asistente. Pasarían los encargados de limpieza y su puerta sería la única sin nada a los pies.
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Los Cinco Séptimos
Science FictionMikhael solía cuestionarse todo lo que hacía, pero no confiaba sus dudas a nadie. Se limitaba a decir lo que le enseñaban, a hacer lo que le ordenaban y a sentir lo que indicaban. Llevaba tantos años dejando que otros pensaran por él que no comenzó...