Capítulo VII

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     A través de una ventana ubicada fuera de la habitación vieron cómo el firmamento se cubría por miles de estrellas parpadeantes, había llegado la noche al hemisferio, las sombras del bosque se tornaban agresivas a cada segundo que pasabas viéndolas. Entraron al laboratorio, luego de recorrer dos habitaciones, la sala y el comedor; tres pasillos y las escaleras al sótano, donde se hallaba otro pasadizo antes de darle paso a una abertura metálica que conformaba la entrada a aquel sitio. A simple vista no era muy distinto a los que suelen verse en películas o documentales, con sus frascos y tubos de ensayo, sus químicos y fluidos, con sus máquinas, sus batas y microscopios. Las gemelas recorrieron dicho lugar con la mirada, analizando cada detalle, buscando algo que sobresaliera, un indicio, una pista, una señal de que algo ahí dentro les fuera útil, aun cuando ni siquiera supieran de qué podría tratarse aquello. El hombre se detuvo unos pasos delante de ellas, dándoles la espalda, para luego dar una ligera vuelta sobre sí mismo. Su mirada denotaba orgullo. Para el par de niñas, esa era una imagen nunca antes vista del hombre que les dio la vida.

—Ÿerötÿ, ëinärë än mët ränëztaê.

     «Señoritas, bienvenidas a mi santuario».

     La mujer, quien se mantenía en su posición tras las chicas, dejó escapar un suspiro, casi inaudible. Ellas no veían su rostro, pero la advirtieron conmovida. Esto, al dúo de viajeras, dio una idea más concisa del entorno. Comenzaban a sospechar, dudando de esas razones que creían tener para justificar la estadía de una mujer como ella en tal locura. Por un simple suspiro, nada más que eso, entendieron que esa joven a quien trataban de madre había caído torpemente enamorada del sujeto más demente en todo el planeta, por no decir el que más en su galaxia. Él, que la miraba de frente, sonrió de lado.

—•Mën üt ävïz në reûerä•

     «¿Les doy un recorrido?»

—Üzë pöh tëiz mëlz däimänë... (si no es mucha molestia...) —mencionó Rose, a quien se le había hecho costumbre ya el fingir que era no más un ser inocente, la más entre ambas. Su hermana denotaba en la mirada el fastidio que le provocaba esa hipocresía suya. Fruncía el ceño, giraba los ojos, y esto terminó por crear una falsa imagen de las dos. O, en todo caso, una a la cual faltaban actualizaciones, dado a que fue cierta en algún momento.

     El dueño de aquel sitio y, tal vez, de algo más ahí dentro, enseñó a las gemelas todo lo que poseía en el interior de su laboratorio. Parecía cada vez mayor y más evidente el cariño, la ternura que lentamente le provocaban esas pequeñas criaturas, lo que posiblemente fuese la razón por la cual «mamá» tuviera tal sonrisa en el rostro durante todo momento, ese lado de su jefe que no solía verse con los adultos. Y, por fin, luego de dar una vuelta dentro de esa habitación con blancas paredes y brillantes suelos, les enseñó su proyecto más importante, la cima de toda su carrera e investigación. Pobre inocente al creer que la emoción en esos pequeños ojos se debía a una extraña admiración. Era posible que lo advirtiera desde un primer momento, mas su ego y orgullo le impidieron asimilarlo, intentando justificar de alguna otra forma tal situación; que su creación acabaría por destruirlo era un hecho del que llevaba tiempo siendo advertido. Su ayudante y amiga solía insistir bastante con ello, pero estaba cegado. La sed de sangre y poder nacieron en lo más profundo de su ser tiempo atrás, entonces sus venas estaban del todo contaminadas. Por ello no puso reparos en enseñar su trabajo, presumirlo a un par de niñas, sus planes y teorías, siempre censurado el propósito con el que este sería llevado a cabo. Aunque, claro, eran ellas quienes lo conocían mejor que nadie.

—Hïd-lë müx, ÿtënë: •lïtä tëiz lëy tätîa•

     «Díganme, niñas: ¿cuál es su habilidad?».

—Pöh, pöh ëntënëz... (no, no tenemos...) —comenzó diciendo Opal, su hermana no necesitó mucho más que oírla para seguir con su juego. No se lo pensó dos veces, sabiendo a la perfección sus motivos.

—Rëntiûot zäzë ÿl (nacimos sin ella). —Asimismo, sin más que un par de simples frases, se ganaron la confianza que buscaban. Relación nunca antes existente entre ellas y su creador.

—Kë zïnÿ, nîa mën ëntënëz në.

     «Qué coincidencia, tampoco yo tengo una».

—Tëiz päu zä kë taêz ÿtäu, dëhënt ën në nïnëtîa mänërä ën älÿ reîarë kë ÿrïcüt päu ŷongëd zöm äz kë növä üräiz.

     «Es por eso que estamos aquí, oímos de un antiguo miembro de la realeza que huyó por algo como lo que sufrimos».

     El brillo en ojos de ese hombre fue algo jamás visto por las gemelas, Rose envidiaba esa capacidad en su hermana de llegarle al punto sensible a quien quisiera, para bien o para mal. Davhet, nombre que eligió para sí mismo, consideró oportuno narrar su historia: la exclusión que sufrió por su normalidad, el dolor que esto le causó. Porque un príncipe no puede gobernar a quienes le son distintos, y el distinto era él. Aunque su padre lo intentara todo, no logró evitar su partida, ni el naciente deseo de venganza en lo más profundo del que ahora era un oscuro corazón condenado por las burlas y el rechazo de un pueblo que aspiraba a ser suyo. Su plan era sencillo, si lograba realizarse: crear un heredero, un ser perfecto, más que cualquiera de sus súbditos; quien le devolviera la gloria a su nombre, al nuevo, al que aceptaba. Eso que denotaba la muerte de su viejo «yo». Sonaba inocente, pues claro, era narrado a un par de aparentes inocentes, pero ellas ya conocían la historia. Su deber había provocado un fallo en los planes del que lo impuso, acabándolo, y es que su peor error fue darles una consciencia. Opal fingió sorpresa; Rose, emoción.

—•Äd zöm läpïnäz ëhën zä•

     «¿Y cómo planea hacerlo?».

—Ält eâx mëndaê ÿl üt hîun, mët mënzöy, äh tëiz ŷongëd ränätë.

     «Tal vez mañana se los diga, mis amores, ya es algo tarde».

     Y, salvado por la campana sin siquiera saberlo, se sonrió aquel hombre. Para las chicas fue un golpe bajo, aquellas palabras dichas en boca de su madre les perforaron los oídos como taladros, poniendo un gran reloj mental ante sus ojos, y este se acababa. Sentían que en cualquier momento una de las dos caería y la otra no podía hacer nada para evitarlo. Sin decir palabra alguna obedecieron a la orden tácita de salir. Mencionando después, de forma que pudiesen quitárselos de encima, que no necesitaban cenar, o no solían hacerlo, y se dirigieron al cuarto donde habían despertado.

     Aunque, en realidad, eso se suponía. Mantuvieron el oído pegado a la puerta, observando unos minutos a través del ligero espacio que se mantuvo abierta. No vieron demasiado, nada importante o necesario para su misión. En todo ese tiempo que ellas estuvieron allí aquellos no hicieron más que quedarse hablando de quién sabe qué, no podían oírlos. Entonces, él se levantó. La mujer estaba de espaldas, por lo que no pudieron verla, pero su creador estaba en el rango visual de las gemelas, así que lo presenciaron perfectamente. Fue un beso, uno que él le dio, nada del otro mundo. Pero, al separarse de ella, comenzó a dirigirse hacia donde las gemelas estaban. Su mirada, eso fue lo que les afectó, a ambas por igual. Así, mientras se alejaban rápidamente de aquel sitio camino donde les correspondía estar, entendieron varias cosas. Con la amarga sensación de que Davhet solo usaba a su madre, que jugaba con ella, se fueron a dormir, deseando no verles la cara hasta el día siguiente.

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