Capítulo VIII

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     La luz entraba por la ventana. Solo Rose había despertado, deseando no haberlo hecho. Su cuerpo se sentía pesado, le costaba hasta respirar, creía que estaba por darle un ataque de esos que intentaban evitar. De sus muñecas salían pequeñas chispas, los cables que simulaban venas en sus brazos hacían corto cada cierto tiempo. Se dio a sí misma un golpe fuerte en las costillas, deteniendo por fin este fallo. Un suspiro, largo, la mirada clavada en la ventana. Oía las quejas entre sueños que emitía su hermana, quien no podía despertar por más que lo intentara. No podían usar sus poderes, estos dejaban rastro, un olor particular (salvo aquel que ya se ha mencionado como única excepción) y el amo lo descubriría. Además, estaban demasiado débiles para arriesgarse a gastar la escasa energía que les quedaba en algo más que mantenerse con vida. Ya era medio día, solo había descansado una hora, o poco más de cuarenta minutos terrestres. Lo cual significaba menos de lo necesario, teniendo en cuenta que sus días estaban compuestos por veinte horas, equivalentes a poco más de trece en La Tierra. Por ello estaba exhausta, y eso fue lo primero que su madre notó al entrar. Se plantó ahí, en la entrada, su sonrisa se borró al ver la imagen de esa niña morena pegada al vidrio, viendo hacia afuera con los ojitos apagados.

—•Taêz mërëy, vëu•

     «¿Estás bien, linda?».

—Vë, tëiz mëzën në fët. Ÿl pöh tërën yü në täceôn (sí, es solo un resfriado. Ella no despertará en un rato) —aclaró, clavando sobre los de su madre el par de ojos sin brillo, inquietantes—. Rëdët foêt älë heâo (tomamos frío allá fuera).

—Äh hëz, mën përeân ŷongëd tëhö rëp pähëtîe.

     «Ya veo, les prepararé algo tibio para desayunar».

     Al irse nuevamente, Rose vio una oportunidad de ir e indagar en el laboratorio, pero fue entonces cuando notó la verdadera gravedad de su estado. Apenas sí pudo levantarse, no llegaría a tiempo ni con toda la magia del planeta, ni con todo el poder de la galaxia. Se acercó a su hermana, intentando despertarla. Opal seguía lamentándose dormida, solo quien se hallaba a su derecha en ese momento podía oírla. Entonces su gemela se le pegó al cuello, mordiendo lo más despacio que pudiera, tratando de dejar una marca ocultable. Así logró varias cosas: recuperar la capacidad de controlar su cuerpo a voluntad, despertar a Opal, que esta la golpeara, entre otras. Pasado el instante conflictivo, cuando la hermana de tonos blanquecinos reparó en sus previas dificultades para despertar, los sueños que la atacaban y el malestar de su hermana, hubo paz. Paz que en realidad estaba recubierta por un miedo intenso. Habían acarreado con ellas sus males, aun cuando las que viajaron en el tiempo fueran sus consciencias. Cómo o por qué, no lo entendían, pero comenzaron a creer que el problema de obsolencia no se relacionaba precisamente con sus cuerpos. ¿Y si siempre fue la mente eso que estaba dañado? ¿Contempló quizás el creador la posibilidad de que desarrollaran propios pensares y programó esa descompostura para devolverlas a su estado original? ¿Se apagaban o tan solo reseteaban sus protocolos? ¿Qué tanto mal podría pasar si les ocurría estando en ese tiempo y cuánto más desastroso podía resultar si pasaba en el suyo? Opal pensó en todo aquello, un par de veces al menos. Rose solo se sobaba el golpe que dio su hermana mientras relamía sus filosos dientes.

     El tiempo que estuvieron ahí sentadas planteándose qué hacer para continuar con la misión y qué pasaba si no les resultaba fructífera, fue lo que tardó la mujer en cumplir con su pequeña promesa. Junto con la voz exclamativa de su madre, el aroma más reconfortante que sintieron en años les inundó las narices. Ya se ha dicho que no les era necesario comer, mas habían heredado de su humanidad la tentación. Sometidas, cansadas y con un hambre que en realidad no lo era, decidieron atender sin dejarla esperar demasiado. Se dirigieron hacia la cocina luego de que ella las llamara, sentándose a comer en la habitación destinada a ello, guardando silencio mas no la expresividad de sus rostros. La mayor en apariencia corría de un lado a otro ahí dentro, buscando algo, encontrando otra cosa, llenando un bolso de otras más. La vieron llenar de monedas plateadas sus bolsillos, nerviosa y con ansias, como si llevara prisas por llegar a un sitio que no fuera ese. Observaron las dos esa figura danzante de punta a punta en el gigantesco cuarto, comprendiendo que tal vez no eran del todo conscientes de lo que a la vida de su madre concierne. Pues la vieron y no supieron decir qué tramaba o dónde se dirigía, ni mucho menos a qué se debía tanta energizante intensidad. Rose se lo preguntó a su hermana al oído, en una lengua que la mujer no entendiera. Opal la escuchó y lo pensó, guardando en su agenda mental una cita con el diario principal de su madre, en busca quizás de confesiones, y de otros que hubiese llevado ella como ofrenda a ese nuevo país, a ese nuevo mundo.

Critical Mistake © #O&R1 // EN AMAZONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora