Capítulo XI

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     Una vez dentro se vieron rodeados de chatarra, baratijas de brillo único, al menos en tal lugar. Pareciera que todo objeto con cierta tendencia a reflejar de forma metálica la luz, por insignificante que fuera, se encontraba en dicha carpa. Entre ellos y su dueño se interponía una tela, aparentando tratarse de la pared que dividía ese sitio en dos. Un sujeto de menor estatura que el león afuera (por lo que, asumieron, servía de último recurso) y armado con algo similar a un rifle les dio el paso a través de esta tela. Con una sonrisa por demás extraña, una mirada peor y dando algunos pasos hacia atrás les dedicó una reverencia.

—Las damas primero. —Él le ofreció su mano a la muchacha, que lo miraba como si conociera sus planes y no hubiese forma de que lograra impresionarla.

—Con ella no —advirtió por lo bajo uno de los hermanos, el de apariencia más ruda, interponiéndose con un ademán entre la chica y la mano que se le tendía—. Dudo que te convenga.

     Ella se sonrió dejando ir una sincera, aunque sutil, risa. Se hizo paso a través de la entrada camuflada como un tajo en aquella tela, seguida de sus compañeros. Ahí, sentado sobre un sillón rojo vibrante se encontraba el hombre a quien buscaban. Junto a su asiento, por todos lados, había más objetos como los que se hallaban detrás de la tela recientemente atravesada. Opal, que observaba detenidamente las demás paredes de ese pequeño cuarto, buscaban algo distinto entre ellas. El hombre del sillón se levantó, dejando ver que en su cinturón llevaba colgadas más pequeñas cosas de brillo hermoso, haciéndoles creer que estas tenían un valor mucho mayor. Con su amplia sonrisa de labios y ojos delgados se acercó a los hermanos, su voz era tan profunda como ella lo había imaginado. Se lo notaba alegre, contento de ver al menor de los muchachos con especial preferencia. Esa única mujer en tal lugar seguía con su mirada perdida en los pliegues de aquella carpa.

—Ella debe ser «la chica», parece que uno de mis muchachos nos oyó cuando coincidíamos con Liam, todo el mundo habla de ti —mencionó, sacando a la mujer de su trance. Opal lo miró con el semblante serio, mas cierto aire amable a la vez—. Eres una leyenda.

—Ya veo. ¿Y tienes algo que ofrecerle a esta leyenda?

—Vas al grano, me agrada.

     Se acomodó la camisa de color verde pantano que llevaba puesta. Luego se dirigió hacia donde antes la albina miraba, demostrando que ella estaba en lo cierto y algo más se ocultaba en aquel sitio tan sencillo. Sujetó ligeramente el extremo de un pliegue que se encontraba escondido en perspectiva mediante una sencilla ilusión óptica, abriendo frente a ellos una entrada. Dio un paso hacia delante, para luego realizar un gesto indicando que lo sigan, seguidamente entró por esa abertura. Los demás fueron tras él, encontrándose con una nave enorme e imponente, en la que, supusieron, los llevaría a su destino. Cuando se acercó, disponiéndose a entrar, Derek lo detuvo con su habitual expresión y el tono amargo de siempre.

—¿Cuál es tu precio? No ofrecen cosas así sin pedir nada a cambio.

—Cortesía de la casa. —El hombre alto, de buena edad a la vista, se echó hacia atrás el cabello en gran parte canoso. Tenía la mirada baja, entonces alzó los ojos ante el sujeto de tan mala reputación—. Le debo un favor al niño.

     Liam, el niño, observaba con aparente asombro aquella imponente embarcación, los demás lo miraron. Él extendió una de sus manos hacia la máquina y, al tocarla, su expresión reveló a quienes le acompañaban ese detalle que se ignoraba, que había sido omitido: no era de metal. Se sentía como tela, una que estaría ubicada sobre algún elemento de igual figura, como si hubiesen cubierto la nave original con una manta que aparentaba otra. Ya si idéntica o no, eso se desconocía. Liam la jaló, quitándola y revelando lo que sería un portal. Lo primero que atentó a preguntarse fue qué tipo de fuerza, arnés o magia extraña le daba la forma de nave a la tela. Esa silueta ovalada que desprendía algo de luz morada dejaba ver a través suyo un paisaje totalmente ajeno al del lugar de partida. Observaron los tres a Joe, ese hombre que los había recibido. El menor pidió saber los detalles.

—Es una fachada —dijo—, para intrusos. Aquí nadie se interesa en una nave como esa, no saben volar y algunos temen hacerlo. Eso debajo es mucho más valioso, muestra un lugar mejor al que la gente querría escapar. Y este reino necesita habitantes, por más desgraciados que sean.

     Había algo de verdad en ello. Para la gemela, al menos, sonaba coherente. Sin permitirse algún reproche de más, Joe atravesó el portal. Cuando los tres creyeron haberlo perdido de vista, volvió a asomarse desde el otro lado de ese objeto mágico tan extraño para ellos. Con gesto de supuesto reclamo les indicó que imitaran sus pasos, el dúo de hermanos compartió una mutua mirada durante breves momentos, antes de presenciar cómo Opal obedecía sin decir palabra alguna. Entonces supieron que debían seguirla. Detrás de ellos, el portal se cerró. Antes de que lograsen expresar la más mínima duda, su dueño les comentó la posibilidad de volver a abrirlo, aunque solo estando de ese lado. Al observar con detenimiento su entorno se vieron rodea-dos por una gran selva. Imponentes arboledas de vivo color delimitaban la pradera en la que habían terminado, cubierta de pequeñas flores multicolor, y el selvático entorno un poco más allá les daba a estas un contraste intenso. El cielo azul verdoso lograba recordarle fugazmente, a la muchacha, al de su mundo. Así lo notó llenando su cuerpo de una sensación reconfortante y hogareña.

—Qué contraste —mencionó el mayor entre ambos hermanos. Opal asintió sin dirigirle realmente su atención. Sin desprenderla, al igual que la mirada, de su hermoso entorno. —¿Caminamos?

     Entonces sí, la chica le entregó una ligera mirada, notando con algo de asombro el aire de autoridad que Derek tomaba ante la falta del tercer hermano. Aquel hombre mayor por apariencia, aunque dudosamente en edad, apuntó en dirección a la selva.

—Hacia allá. —Con los ojos fijos en los mellizos, pero también intentando que la chica oyera su voz, indicó por qué sitio les convenía ir—. Detrás de la selva hay un pueblo, sus habitantes sabrán decir a dónde ir después.

     Un ademán general se extendió entre sus acompañantes, quienes se dirigieron a paso firme y lento en dicha dirección. Aprovecharon aquel tiempo de supuesta paz para compartir historias, buscando algo más de información respecto a aquel lugar mientras que el sol los seguía con lentitud. En particular, se preocuparon de conocer el pasado de Joe en tal sitio, más el por qué lo conocía y resguardaba.

—Aquí nací, escapé en busca de riqueza como las que tenía el jefe de alguna tribu. Prácticamente me crié en ese desierto asqueroso... pero no podía permitir que alguien más llegara hasta estas tierras. Las volverían corruptas, como alguna vez yo lo hice.

—Al fin y al cabo, esta es tu mayor riqueza. —Liam sonrió, descubriendo algo en él que no creía conocer antes de ese día.

Critical Mistake © #O&R1 // EN AMAZONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora