33.

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No pude dejar de llorar desde que Sam partió a Boston y por suerte, ni mi papá ni Bea se encontraban en el departamento cuando llegué del aeropuerto y no me vieron destruir toda mi habitación de la furia y tristeza que sentía dentro.

A eso de las siete de la noche, cuando apenas y sentía mis ojos, Charlie llamó a la puerta y pensé en ignorarlo y luego ponerle de excusa que estaba dormida, pero él me mandó un mensaje diciéndome que se iría a la universidad a la mañana siguiente y no dudé en correr a la puerta tal y como estaba, sin arreglar ni un solo pelo que caía por mi rostro y con la ropa del día anterior.

-Dios mío, ¿Qué te paso?- me preguntó él abrazándome y yo lloré en su hombro-. No me digas que Sam y tu terminaron...

-No, nada de eso- negué con la cabeza y lo deje pasar.

-¿Entonces?

-Yo... Lo voy a extrañar.

-Oh, Kat- Charlie se dejó caer en el sofá y sacó de su bolsillo una bolsa de papitas fritas-. ¿Quieres?

-No- me senté a su lado y me abracé a mí misma, mi amigo tocó mi frente.

-Vaya que estás mal. ¿Quieres que llamé a Bea o tu papá? Parece que tienes fiebre.

-No, no- negué con la cabeza.

-Okay... Mira, si es por Sam, ánimo- Charlie sacudió mi mano-. Verás que en un par de semanas se verán nuevamente e irán a casa de los abuelos a...

-Charlie- lo interrumpí-. Por favor, basta.

-Lo siento. ¿Puedo hacer algo por ti?

-Claro, abrazarme porque ya eres un chico grande e irás a la universidad mañana.

-Awww, K- él me rodeó con sus brazos y yo lloré aún más.

-Quiero que sepas que eres el mejor amigo de este universo y que conocerte ha sido una de las mejores cosas que me ha podido pasar en la vida- me separé de él y tome su rostro entre mis manos-. Que nadie te haga dudar jamás de lo asombroso que eres, Charlie.

-Katrina, ya cállate que estoy llorando- dijo él con los ojos llenos de lágrimas.

-Con cabello blanco, rosa, azul o rojo, no sabes cuánto te quiero.

-Pues yo te adoro- él besó mi frente y volvió a abrazarme-. Y quiero que vayas al campus a verme, eh.

-Lo haré- le mentí cerrando los ojos con fuerza y después de unos minutos, lo dejé ir al igual que los demás.

A medianoche, podía sentir mis ojos sangrar y aunque ese no era el caso en sentido literal, no pude más y fui al baño a darme una ducha de agua fría para quitarme toda esa pena que traía encima.

Pero no funcionó.

Me quedé cerca de una hora envuelta en una toalla abrazándome a mí misma en una de las esquinas del baño, mirando a la nada, pero pensando en todo. Pensando en cómo iba a conseguir el dinero para el día siguiente, pensando cómo iba a salir del departamento sin que Bea o mi papá lo notasen, pensando en cómo iba a decirles que me iba sin darles explicación alguna, o al menos, una explicación razonable.

No dormí siquiera un minuto esa noche y apenas amaneció, contacté a Cassandra para que depositara la segunda parte de lo que me pertenecía por la publicación de mi libro a mi cuenta bancaria. Además, le pedí que no dijera ni una sola palabra al respecto y por suerte, ella no me preguntó por qué tendría que mantenerlo en secreto y es más, ni si quiera le importó.

Prohibido SoñarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora