Las reglas de escribir

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El sonido de la puerta abrirse con fuerza captó la atención de Pidge, quien giró a observar qué acababa de ocurrir pero no fue capaz de ver nada del otro lado.

—¿Qué fue eso? —pensó en voz alta, y Keith cerró distancias para observar mejor el interior, allí donde las escaleras bajaban hasta fundirse con la penumbra.

—Nada —dijo Keith con el ceño fruncido—. No hay nada.

Pidge pestañeó y, cuando Keith retornó junto a ella, decidió ignorar el asunto y proseguir con la charla en la que se encontraban.

Keith volvió a tomar asiento junto a ella, y se apropió del cuadernillo en el que ella anotaba las ideas que le iban surgiendo.

—No, ninguna es suficientemente buena —dijo él, y pasó la página—. Estas ideas suenan bien, sí, pero desarrollarlas costaría tiempo y esfuerzo.

Pidge recostó la espalda sobre el suelo frío de la azotea.

—Ésta es la quinta vez que rechazas mis ideas —musitó con frustración—. Creo que te has equivocado al elegirme.

—¡De ninguna manera! —replicó Keith de inmediato—. Yo sé que puedes. A las ideas no debes forzarlas, ellas llegarán a ti.

Ella suspiró por enésima vez, y cerró los ojos por unos momentos. Cuando los volvió a abrir, formas en las nubes captaron su atención, pero nada concreto que fuese digno de mención. La escritura no era lo suyo, así que, ¿Por qué estaba atravesando por una situación de índoles semejantes?

—Quizás... —Keith pasó las páginas—, quizás si juntos pensamos en algo...

El silencio se apoderó de la situación, y gracias a ello fueron capaces de oír la campanilla que indicaba la culminación de la hora del almuerzo.

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El domingo, ambos se encontraron en una cafetería situada en el centro de la ciudad. Keith había acudido sobre una motocicleta roja que despertó el interés de la experta en mecánica que residía en Pidge. No obstante, a causa del hambre —ella no había desayunado— evitó parlotear mucho hasta que ambos se hallaron sentados frente a una mesa donde se pusieron manos a la obra.

Tras ordenar un par de cafés, una porción de pastel de queso crema y rollos de canela, Pidge extrajo un cuaderno de notas de la mochila, y vaciló un poco antes de depositarlo sobre la mesa frente a los curiosos ojos de Keith.

—El otro día tuve una idea mientras me bañaba —dijo con la duda dibujada en el rostro—, y surgió esto.

Keith lo tomó, leyó algunas líneas, y todo su rostro se iluminó.

—¡Es perfecto! —dijo sin ser capaz de contener la emoción—. A esto me refería. ¿Lo ves? Nunca debes forzar una idea.

Ella sonrió con satisfacción pese a que guardaba muchas inseguridades dentro de sí misma.

La idea era simple: Mientras escapaba de un conjunto de cazadores de brujas, una joven hechicera del siglo XVI abrió un portal para despistarlos sin saber que dicho portal la conduciría a pleno siglo XXIII, de ese modo conseguía mezclar dos géneros: Fantasía y Ciencia Ficción, una idea bastante osada para alguien que no se encontraba familiarizada con uno de los dos.

—Intenté empezar el relato —dijo Pidge tamborileando los dedos—, está detrás de esa página.

Keith giró la hoja, y repasó el breve relato que ella había hecho con su propia y desordenada caligrafía.

Tras unos minutos de silencio, él cerró el cuaderno.

—Está bien, pero hay muchos errores que cometería cualquier escritor novel —indicó con la paciencia de un maestro.

Pidge sintió el alma caer a sus pies.

—¿Qué errores?

Keith sonrió con suavidad.

—En primer lugar: El relato que ofreces al lector debe captar su atención en menos de diez segundos. Por ese motivo, la primera oración de todo el relato debe colmar intensidad y ganarse la curiosidad de la persona que está leyendo. Debe ser breve, e indicar el principio del conflicto que ofreces al lector. Debes ofrecerle un motivo por el que permanecer allí.

«Aria Heartfeld no sabía de la existencia de los coches voladores cuando cayó sobre uno».

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Mientras caminaba a través de los pasillos, Pidge recordó la segunda regla:

No describas. Muestra los sentimientos en acciones de los personajes.

«Es fácil decirlo» pensó ella con un mohín sobre los labios «Todavía no sé cómo demostrar el impacto que tendrá en Aria descubrir que ha viajado 700 años en el futuro, en especial luego de despertar en un coche volador en movimiento»

Detuvo los pasos al ver a Lance, quien extraía algunos cuadernos del casillero y no parecía haber reparado en su presencia.

Luego de sacudir la cabeza para despejarse de las lecciones que Keith le había dado el domingo, hizo lo posible por ofrecer una de las mejores sonrisas que tenía a mano antes de alcanzar a su amigo.

—¡Hey, Lance! —saludó apoyando la espalda contra el casillero contiguo y verlo con cierta complicidad—. Matt regresará esta tarde de su viaje, ¿Quieres reunirte con nosotros para ver algunas películas?

Lance le dedicó una mirada furibunda, cerró el casillero, y se marchó sin decir una sola palabra.

«¿Eh?» pensó sin saber muy bien cómo sentirse «¿Qué fue eso?»

—¿Qué sucedió aquí? —oyó decir a Hunk, quien acababa de llegar al igual que ella.

—¡Hunk!

—¿Ha ocurrido algo entre ustedes dos? —preguntó éste con una ceja arqueada y clavando los ojos en Pidge.

Ella intentó hacer memoria.

—No que yo recuerde —admitió—, aunque no lo he visto desde hace días... ¿Estará evitándome?

—Creo... que mencionó algo de encontrarte a ti junto a Keith —dijo Hunk—. Quizás piensa que ustedes dos están saliendo.

—¡Eso jamás! —replicó Pidge—. Keith es lindo, pero no me gusta de esa forma.

Hunk se encogió de hombros y decidió guardarse las opiniones.

Después de todo, no quería dar falsas esperanzas a su mejor amiga.

Aún no.


Tercera regla: Al final de cada capítulo, debes dejar el problema inconcluso.

Magnolia [VoltronAwards18]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora