El Sumiso ~ 36

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Narra Peter:

La manera en la que se está comportando Lali, comienza a preocuparme. Lleva casi 15 minutos pegada a mí, abrazándome... Pero no la quiero sacar. Ha tenido un día muy duro y hoy me necesita.

Decido agarrarla en brazos y subirla a la cama, puesto que ella sigue sin moverse. La toco la frente y la doy un beso en el cachete:

— ¿Querés que me quede a dormir?

Ella simplemente asiente con la cabeza:

— ¿Dormir acá con vos?

— Por favor — susurra.

Me saco los zapatos y me recuesto sobre la cama. Justo en ese momento, la puerta del cuarto de Lali se abre. Santino entra con su osito de peluche y con su pijama de Cars puesto. Tiene el pelo revuelto de haber estado durmiendo... Pero creo que subiendo a su mamá, yo lo ha despertado.

— Tío, ¿qué hacés acá? ¿Has venido a ver a mamá?

— Sí, he venido a ver y a cuidar a mamá. Tuvo mal día y vine para estar con ella un ratito, ¿me dejás verdad? Además, vos me dijiste que mami estaba mal y yo quise venir para ayudarla.

Santino asiente y corre a la cama conmigo. Se acuesta a mi lado y me abraza fuerte:

— Sí, pero antes no estaba dormida... ¿Se puso malita otra vez?

Niego con la cabeza:

— Tan solo está demasiado cansada enano, pero está bien. Vos tenés que estar tranquilo, de verdad. Mamá se va a poner bien, es una cosita puntual, pero cuando mañana se despierte se la va a olvidar un poco todo lo que pasó hoy.

— Bueno — Santino sonríe tierno —. ¿Me puedo quedar a dormir acá? — me pregunta él mirando a Lali.

Santino es un nene muy inteligente, siempre lo he dicho, y seguro que está preocupado por lo que le pasa a Lali. No puedo decirle en este momento que se vaya a su cama, porque sé que se sentiría re mal. Y yo también...

— Podés quedarte enano.

— Gracias, Peter. Te quiero — él me abraza más fuerte aún. Me derrito con este nene...

Él entonces cierra los ojitos y yo hago lo mismo. Ha sido un día con demasiada información y todos necesitamos descansar.

-...-

Narra Eugenia:

Habíamos salido de nuestra casa re temprano. Nos quedaba muy poco para llegar a Río Negro. Llevo a Rufina conmigo. Mi hija es mi gran apoyo y sé que la voy a necesitar en estos momentos tan duros.

Una hora después, estoy en la puerta del lugar dónde estuve viviendo un tiempo cuando era niña. Miro a Rufina, ella ya está medio despierta y está mirándome mientras se frota los ojitos:

— Mami, ¿qué pasó?

— Estamos en Río Negro mi amor.

— ¿Tan lejos?

— Si enana, tan lejos.

— No supe que vinimos...

— Fuiste todo el ratito dormida en el avión, y ahora también en el taxi — miro al taxista y él sonríe —. ¿Cuánto es?

— 1000 pesos.

Pago al taxista y le dejo una propina:

— ¿Podría llamarle para que después venga a buscarnos?

— Claro que sí. Me quedaré por la zona — el taxista me da su número.

— Muchas gracias.

— De nada, señorita. Que tenga mucha suerte.

Salgo con Rufi del taxi y agarro la bolsa que traje por si nos tenemos que quedar a pasar la noche... Probablemente tengamos que quedarnos a pasar la noche acá.

— ¿Mami? — me pregunta ella.

— ¿Si?

— ¿Por qué hemos venido hasta tan lejos?

— Mami necesita saber unas cosas sobre su pasado y solo se las pueden contar en Río Negro. Por eso vinimos hasta acá, para descubrir todo lo que pasó. Después te lo voy a contar todo, ¿si enana?

— Sí — ella me abraza y me da un beso en el cachete.

Suspiro hondo y toco el timbre. Al poco tiempo, una señora mayor abre la puerta:

— Buenos días.

— Buenos días... Venía para saber cierta información.

La mujer levanta una ceja:

— ¿Información? Supongo que traerá información del juzgado para saber esa información.

— No, pero traigo esto — agarro de mi bolso mi partida de adopción y se la muerto a la señora —. Yo estuve acá, y me adoptaron acá. Quiero saber sobre mi pasado. Y los mayores de edad adoptados pueden reclamar sus orígenes.

Rufi me mira raro. Si, después va a necesitar una charlista sacadora para que no tenga un trauma por mi culpa.

— Está bien — dice la señora —. Necesito la partida de adopción, y también el documento de identidad.

La doy ambas cosas y ella las revisa:

— Bien. Puede pasar. Ahora mismo voy a buscarla los documentos necesarios...

Paso sonriendo y bajo al piso a Rufina. La doy la mano y la miro:

— No te separes de la mano de mamá. Ahora vamos a ver que la dice la señora a mamá, y después nos vamos a tomar un buen desayuno, ¿dale?

Rufi asiente sin decir nada.

Ambas seguimos a la señora por el pasillo hasta llegar al despacho del orfanato. Nos invita a sentarnos y saca una caja grande de cartón:

— Acá tienen que estar las cosas. Tenemos todo archivado por los años de nacimiento, y usted nació en 1992, así que tiene que estar acá — rebusca un poco y saca una carpeta de color rojo en la que pone María Eugenia Aldana Ferrer, la abre y empieza a mirar todo lo que viene dentro —. Esta es. La trajeron acá después de que las encontraran a su hermana y a usted desnutridas. Usted pasó un tiempo en el orfanato, pero a su hermana la adoptaron enseguida, cuando aún estaba en el hospital recuperándose.

— ¿Y pone ahí como se llama mi hermana?

La mujer lee rápidamente moviendo los ojos de un lado a otro y niega con la cabeza:

— Solo pone que se llamaba Mariana, pero no se sabe nada más. La adoptó una familia y seguramente la cambiaron los apellidos.

— ¿Y no habría alguna forma de contactar con ella?

— Sí, el hospital en el que la internaron después de que la policía las encontrara.

— Quiero el teléfono de ese hospital — digo.

Tengo una hermana, y no voy a rendirme hasta encontrarla y conocerla.

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