El Sumiso ~ 41

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Narra Peter:

Nico se ha ido con Santi hace un rato. Nos hemos quedado solos en su casa. Nos han dado esta oportunidad, y aunque nunca me hubiera animado a ir tan sumamente rápido, necesito estar con ella. En lo más íntimo.

Conocer a fondo cada parte de su boca, de su cuerpo... Tocarla y mimarla todo el tiempo que nos sea posible. Necesita muchísimo amor, que alguien empiece a cuidarla de verdad. Creo que soy el encargado de sanarla el corazón, de evitar su sufrimiento, de amarla para toda la vida. Y sí, estoy feliz de haber sido el elegido por el destino.

Esta ensimismada viendo la película que están echando en la televisión. Yo no puedo concentrarme en la película en ese momento. Solo me la imagino en la cabeza, todo el tiempo. Sin pensar en otra cosa. Todo el rato Lali en mi mente, con su sonrisa, mirándome dulcemente.

— Linda... — la digo para llamar su atención.

Ella me mira con una cara muy tierna:

— ¿Qué pasa?

— ¿Hacemos algo? — la pregunto.

Ella sonríe y me señala la televisión:

— Estamos viendo la película.

— Estás — la corrijo —, viendo la película.

— ¿No te gusta?

— No mucho.

Ella se sienta de un salto en el sillón y me mira:

— ¿Qué querés hacer entonces?

— Caminar... Pero despacito — digo riendo.

Ella levanta una ceja:

— ¿Caminar?

— Con lo de caminar, me refiero a empezar a descubrirnos, pero despacio, con cuidado... Con mimo. Te tenés que curar, y quiero ir lento... Muy lento.

Ella suspira y se acerca a mí. No lo pienso y la agarro de la cintura y la siento encima de mí. Comenzamos a besarnos apasionadamente. En un momento, mientras que nuestras lenguas juegan distraídas, miro a sus ojos. Hay dolor.

Paro. ¡Obviamente, no quiero hacerla daño! ¡Es lo último que quiero!

— ¿Qué te pasa mi amor?

Ella cierra los ojos y una lágrima recorre su mejilla.

— Noo... No mi amor. Por favor, no llores.

— No es nada, de verdad. Es que... — mira mis manos en su cintura. Sí es eso... La estoy tocando. Tiene que acostumbrarse. Por eso saco mis manos rápidamente.

— Ya está cielo...

— No — ella agarra mis manos y de nuevo las pone en su cintura —. Peter, tengo que acostumbrarme. No podemos amarnos en la distancia. Me duele, pero va a dejar de dolerme... Ya verás.

Vuelvo a besarla, y esta vez, poco a poco, el dolor desaparece de sus ojos. Ya está, lo está haciendo. Otro paso conseguido... A por el siguiente, despacio. Es una nena asustada, sí, La Lali del pasado, la Lali chiquitita aparece en mi mente, llena de golpes, con la cara sucia por las lágrimas. Tengo que tratarla con mucho mimo, la puedo asustar.

Paso a paso. Lento y despacio.

La ropa desaparece de nuestros cuerpos en una danza de besos y caricias. Ella ya no tiene más que su ropa interior, al igual que yo. No nos separan más que unas telas, que pronto no estarán.

— Aquí no... — susurra ella de repente.

La miro perplejo.

— Vamos a la cama.

Asiento con la cabeza y la agarro en mis brazos. Su espalda de terciopelo roza con mi brazo... Parecemos unos recién casados después de la fiesta de casamiento.

Él la sube a ella por las escaleras hasta su habitación en el hotel. Yo la subo a Lali hasta su habitación. La que tal vez, sea pronto de los dos.

Al entrar en el dormitorio, la dejo en el suelo. La miro mientras me saco el bóxer y ella se saca su corpiño blanco de encaje, dejando al descubierto sus pechos.

No queremos detenernos ni un momento. Creo que me desea tanto como yo la deseo a ella. La acuesto de golpe en la cama y la bajo el tanga. Ella se muerde el labio.

— No sos linda, sos hermosa, preciosa... Una joya, la mejor de las joyas.

Ella se coloca en la cama y sonríe ante lo que acabo de decir.

— Vos también sos hermoso.

Salto encima de la cama dejándola a ella en el medio de mis piernas. Pongo mis manos encima de su cuerpo, y las hago descender desde su clavícula hasta su pecho. Observo sus pechos, sus perfectos pechos, y mis manos siguen descubriendo su cuerpo. También mis ojos.

Me doy cuenta que incluso por el cuerpo de Lali siento mucha más atracción que por el de Eugenia. Eugenia no necesita cuidados, Lali sí. Tengo cuidarla, ahora es mi pequeña y tengo que evitar que la pase algo malo.

Ella me mira, atenta, con los ojos muy abiertos. Cuando mis dedos rozan su cintura, echa la cabeza para atrás y suelta una risita.

— No podés ser más tierna... — la digo.

— Vos tampoco — dice ella negando con la cabeza.

Hasta las 10 de la noche, cuando Nico regresa con Santino, no paramos de amarnos, porque eso sinceramente, lo que ha ocurrido entre nosotros, no se llama sexo. Se llama amor. Y espero que ese amor, dure para toda la vida. Yo la tengo que cuidar a ella, y eso está claro. Lo que pasa que ella también quiere aprender a amarme a mí en todos los ámbitos, y no solo en la distancia y a cuidarme de su mente, y que esta no se lo prohiba. 

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